"Saleh pidió a mi hermano que me sujetara en casa"
Tawakul Kerman (Taiz, 1979) es una mujer con una misión: lograr que dimita el presidente Ali Abdalá Saleh. Y a ello dedica las 24 horas del día desde que el 23 de febrero decidió acampar en la plaza de la Universidad de Saná. Al principio fueron solo unos cientos. Ahora son miles. Tawakul asegura que "los revolucionarios no tienen líder ni portavoz", pero la mayoría está de acuerdo en que ella es una de las voces más autorizadas de la protesta.
Me ha citado en su tienda. Razones de militancia y de seguridad aconsejan que no se aleje del campamento. Está amenazada de muerte. "Tomo en serio esas amenazas, en especial desde que el presidente llamó a uno de mis hermanos para instarle a que me sujetaran en casa", explica sin aspavientos, tras haber pedido una botella de agua que alguien trae desde un puesto cercano. Esta corresponsal le ha llevado unas pastas.
La heroína de la revuelta yemení rechazó su libertad por lograr la de otros
Le expreso mi sorpresa por que en un país en el que las mujeres se esconden detrás del niqab (un velo que solo deja ver los ojos) ella se haya convertido en símbolo. Sonríe. A cara descubierta. "Ese encierro fomentado desde el poder va en contra de nuestra tradición ancestral en la que el papel de la mujer siempre ha sido muy importante", defiende. "Esta revolución nos ha permitido demostrar que la sociedad yemení puede aceptar una mujer activa".
La revolución, al zaura en árabe, es como los jóvenes se refieren al movimiento popular que, inspirado por las revueltas de Túnez y Egipto, intenta alumbrar un nuevo Yemen. "Queremos un Estado de derecho, democrático, donde se respeten los derechos humanos y todos seamos iguales", declara Tawakul que está haciendo un máster en Ciencias Políticas. Para ella, "los jóvenes y las mujeres son la garantía de ese nuevo país". No ve ningún problema en la amalgama de grupos a los que apenas une su deseo de echar a Saleh. "Esa diversidad es un signo de democracia", señala.
La quinta de 10 hermanos (siete chicas y tres chicos), Tawakul venía guerrera desde niña. "Las profesoras me consideraban indisciplinada porque siempre agitaba a mis compañeras para protestar o exigir nuestros derechos", admite. Ese liderazgo innato se orientó a partir de su paso por la universidad hacia la defensa de la libertad de expresión. Fundó Periodistas Sin Cadenas. Su activismo le costó varias detenciones.
"Nunca estuve más de cuatro horas en la cárcel", trata de quitar importancia. Hasta el 22 de enero. Ese día la policía la detuvo cuando regresaba a casa con su marido tras haber participado en una de las primeras manifestaciones de la revolución. Cuando al día siguiente, ante las protestas en todo el país, quisieron ponerla en libertad, se negó hasta que la otra veintena de activistas encarcelados corrieran la misma suerte. La revuelta yemení ya tenía su heroína.
Los medios oficiales la vilipendian. La televisión estatal la responsabiliza de todos los actos de violencia, aunque ella insiste en mantener la vía pacífica. Sabe que es la bestia negra del régimen. "No tengo miedo porque trabajo por la libertad y la dignidad, y estoy dispuesta a dar mi vida por ello".
Pero el sacrificio es grande. Sus tres hijos han quedado al cuidado de su madre. "Vienen a visitarme a la tienda". ¿Y qué opina su marido? "Pregúntele a él", responde señalando una partición de la carpa donde los hombres aún duermen.
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