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Columna
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Plegarias

Manuel Vicent

Tener que oír siempre el mismo murmullo oscuro y constante de plegarias elevándose desde el fondo de la tierra supone una condena insufrible, que nadie que no fuera Dios podría soportar. Si los salmos, letanías, rosarios, mantras y jaculatorias, que de forma rítmica y reiterada, día y noche, los fieles elevan a Dios las dirigieran los súbditos a un tirano de este mundo, sin duda, éste acabaría por perder los nervios y en plena paranoia mandaría colocar ametralladoras en las ventanas de palacio y abriría fuego sobre la multitud arrodillada. Crear el universo sólo para entretenerse contemplando cómo se devoran entre sí las galaxias y sentirse deslumbrado con las llamaradas que dejan las estrellas en su última explosión antes de volver otra vez a la nada es un juego digno de un gran Dios. Este espectáculo le permite soltar una enorme carcajada que resuena en un silencio metafísico de piedra pómez. Pero al finalizar este terrible festín, he aquí que desde un punto ínfimo e insospechado de la Vía Láctea se eleva un coro lleno de súplicas y alabanzas, que llega hasta el trono de oro donde este gran director de escena se halla sentado. Olvidados en un rincón del universo han quedado unos seres que mirando hacia lo alto suplican que se atienda a sus demandas. En el fondo todo se reduce a que no quieren morir y para eso rezan, imploran y alaban a su Creador. Y lo hacen de una forma constante y rítmica con un rumor de mantras y letanías que arrastra el detritus de todas las miserias humanas. Dios se precipita de cabeza en el agujero negro del universo todos los días. Haría lo mismo en una piscina azul si fuera californiano. No atiende las plegarias de la humanidad; en cambio, sigue saliendo todavía el sol por el horizonte cada mañana como un regalo, y los cerezos florecen a su tiempo y hay tomates, pimientos y coles en los mercados. Si alguien tratara de darte un sablazo y se postrara ante ti de rodillas día y noche sin parar de rezar mil rosarios, ¿no acabarías dándole una patada? Ante el absurdo de la vida, hay que pensar en la metafísica de las flores, en la filosofía de los montes y los valles, en la moral de los frutos, en la verdad del mar y dejar que Dios se devore una pata o juegue en el vacío a los dados.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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