"Julian no era el Quijote"
Dos días de juicio en la máxima de las discreciones, intentando pasar inadvertido. Dos días sentado en las bancadas traseras de la corte número cuatro del Tribunal Superior de Londres, en los antípodas del lugar en el que se acomodaban su hijo y sus más estrechos colaboradores. El hombre del pelo cano y la mirada limpia, ese señor alto y robusto, americana y camisa negras, que se sentaba al extremo de la quinta fila de la bancada derecha, era el padre de Assange. Es el padre de Assange. Un hombre que no ha concedido ni una sola entrevista para hablar de su hijo. "He mantenido la boca cerrada para no perjudicar". Esta es la primera vez que concede una. "Y, probablemente, la última", dice sentado en una terraza del centro de Londres.
"Creo que todo esto está organizado. Pero bueno, no quiero herir a nadie"
Assange conoció a su padre a los 25 años.
Así arranca la historia: John y Christine se conocieron en una tienda de antigüedades. Él se iba a una manifestación contra la guerra de Vietnam; ella le acompañó. Se enamoraron. Tuvieron un hijo. Le llamaron Julian.
Cuando el pequeño tenía un año, John y Christine se separaron. Brett Assange, nuevo marido de Christine, productor de teatro, hizo las veces de padre.
Pasaron 24 años. Un día, el teléfono sonó en casa de John. Era Christine. Le decía que iba a pasar por Sidney. Que sería una buena idea que John conociera a su hijo.
Fue entonces, en 1996, cuando John y Julian se conocieron. "Fue extraordinario. Por ciertos procesos de pensamiento fue como mirarse en un espejo, no me lo podía creer. La misma lógica, la misma intensa curiosidad, la misma forma obtusa de construir las frases, frases que nunca se acaban".
Bueno, sí. Pero en esto último, su hijo le gana. En lo de las frases interminables.
"En esos días parecía que Julian amaba luchar contra molinos. Pero resultó que no, demostró que no era el hombre de La Mancha, que no era el Quijote. Cuando alguien te dice que quiere poner el mundo patas arriba, le dices: 'Vale, inténtalo. ¡Pero no es tan fácil poner el mundo patas arriba!". Pues eso.
A sus 66 años, Shipton es un hombre que infunde paz. Su voz es suave, y su hablar, pausado. Dice que nunca se estresa y que su hijo ha heredado de él esa cualidad. "Siempre está centrado en resolver el siguiente problema".
Este hombre de modales educados, arquitecto, devoto de Gaudí, acudió esta semana por primera vez a un juicio de su hijo. "Estaba muy preocupado por lo que le pudiera pasar". Considera que Julian Assange es víctima de una trampa. Que los cables que publicó sobre las conversaciones de políticos suecos sobre las leyes de propiedad intelectual en la Embajada americana, poco antes de ser detenido, le granjearon muchos enemigos en el país escandinavo. "Creo que todo esto está organizado. Pero bueno, no quiero herir a nadie", dice en alusión a las denunciantes. "Las agencias de inteligencia se implicaron en esto desde el primer momento", apunta.
WikiLeaks denunció ayer ante la Comisión Europea a Mastercard y VISA por violación de las leyes de libre competencia del Tratado de la Unión Europea -ambas compañías cerraron el camino de las donaciones a la organización en diciembre-. "Todo respondió aun acto político de Estados Unidos", explica Shipton. "No hay separación entre los Gobiernos y la industria financiera". Lo dice despacio. Con calma. Suavemente. Pero lo dice.
Con idéntica suavidad cuenta que su hijo siempre fue un luchador, como su madre. "Es un gran disidente pulido por los nuevos tiempos, en los que la acción directa está en Internet". Lo imbrica en la tradición de los Che Guevara, Buñuel, Apollinaire o Simón Bolívar: "Hay mucha gente inteligente por el mundo, pero la mayoría parecen ser malvados, mientras que Julian parece tener coraje moral e ingenio para llevar a cabo su visión. Parece tener un inmenso deseo de justicia para este mundo".
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