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Columna
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Imperdonable

Rosa Montero

Hace un mes hablé en este artículo del infierno de las cárceles cubanas, del maltrato sistemático y de la aterradora indefensión de los presos de conciencia. Por entonces Orlando Zapata ya estaba en plena travesía hacia su muerte, pero yo no lo sabía. No lo sabía casi nadie. La huelga de Aminetu la conocimos desde el primer día, porque España es una democracia y las noticias circulan. Pero las dictaduras feroces, y la cubana lo es, se caracterizan por silenciar los gritos de las víctimas. Y hacen algo aún peor que silenciarlas: las difaman. En los foros de Internet leo comentarios de la gentuza castrista diciendo que Orlando era un delincuente común "de lo peor". ¿Se puede concebir una abyección más grande? Además de torturar, denigran al torturado. Es como si alguien violara a una chica, le sacara los ojos y la decapitara, y luego nosotros dijéramos: algo habrá hecho para merecerlo, la muy puta. Con las agresiones contra las mujeres ya lo vemos claro, ¿no? Pero, asombrosamente, ese sucio prejuicio sigue funcionando con los cubanos. Hablo de la absoluta inhumanidad del pensamiento dogmático, de la pereza intelectual y moral que impide que una buena parte de la izquierda asuma su responsabilidad ante el horror del castrismo. Hablo de Zapatero no diciendo ni palabra el primer día, y luego, tarde y mal, limitándose a lamentar la muerte y no a condenarla. Hablo del PSOE insistiendo en reforzar las relaciones con Cuba, una política que ya ven adónde conduce. Gracias a la presión popular salvamos la vida de Aminetu. Pero, ¿dónde están ahora los actores, los famosos, los de Izquierda Unida, todos esos que apoyaron a la saharaui? Orlando tuvo que pagar con su vida la visibilidad mediática. Ahora hay otras seis personas en huelga de hambre en Cuba reclamando derechos básicos: hay que ayudarlas. Ya se han acabado las excusas: justificar o disculpar hoy el castrismo es como justificar o disculpar el fascismo. Una indecencia imperdonable.

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