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Reportaje:

Crisis en la 'industria religiosa' de Medjugorje

La guerra ciega la afluencia de devotos a la Virgen de la ciudad bosnia

Ramón Lobo

Los escasos peregrinos que acuden a Medjugorje calzan zapatillas de deporte, usan pantalones vaqueros y pagan sus compras en dólares, la auténtica moneda local. Los combates, que están tan sólo a 20 kilómetros de las puertas del santuario donde se supone que se aparece la Virgen cada día desde hace más de 12 años, han ahuyentado a los grandes autocares cargados de devotos y arruinado una próspera industria turística."Ahora vienen muy pocos extranjeros por aquí", reconoce Ozana, una oronda vendedora de ornamentos píos. "Esta semana han llegado tres grupos", dice con una sonrisa, como si la cantidad fuera un triunfo personal. "Es la excepción", admite Josip, un croata con la misma cara de Radomir Antic, el entrenador de fútbol, y que regenta Charly, una tiendecita en la que llama la atención un recuerdo pagano de Puerto Rico en medio de la estantería mariana. "Mi hermano Iván vive allí", confiesa con una risa exagerada. En Charly, Josip colecciona decenas de fotos tomadas en compañía de clientes eméritos de todas las naciones y razas. Están pegadas en el cristal exterior, imitando a los trofeos de caza. "Son de hace dos años, de cuando había paz", susurra reconociendo su secreto.

En los numerosos comercios de ornamentos religiosos situados en frente de la iglesia blanca de San Jaime es posible hallar, colocados con mimo, como si fuera un belén de Navidad, medallitas de oferta por tres dólares, rosarios blancos por siete, figuras de plástico duro de un irreconocible san Francisco con dos palomas en el brazo por 15 o grandes imágenes de la Virgen en madera poco trabajada por 50. Las velas, algunas vestidas con la bandera croata, pugnan por un lugar a la vista del comprador con los toscos calendarios del ya casi consumido 1993, las mejores fotos del lugar, los vídeos VHS sobre la historia completa de las apariciones, las guías escritas en varios idiomas, entre ellos el castellano, y las casetes. Entre éstas destaca una por lo chocante de su título: Medjugorje. Diez años de la Reina de la Paz. Es un verdadero superventas.

Angela Disiena, una norteamericana de Mechanicville (Nueva York), ha vuelto por quinto año a Medjugorje. A sus 60 años dice no tener miedo de nada. "Ella", dice refiriéndose a la Virgen, "me protege de todo". Su amiga Dorine Zarry reconoce que no hay tanto peligro, pues "aquí no hay guerra". Llevan una gran bolsa de plástico cargada de santos. "No son para protegemos", ríen divertidas la sugerencia, "son recuerdos para los amigos". Al otro lado de la calle, John y Bernie reparten billetes de un dólar entre una chiquillería ruidosa que ha aprendido a saludar en diez idiomas y a contar todo tipo de aventuras de guerra. "Les damos dinero para que se compren helados", dice impasible Bernie, un norteamericano de Niagara Falls, de unos 45 años. Ellos parecen convencidos de estar haciendo el bien. Igual que Ivette y Mary, dos jóvenes australianas de Melbourne y Perth que ayudan a limpiar casas a cambio de comida. "Lo hacemos no porque seamos católicas, sino porque tenemos buen corazón", dicen. Para Angela Disiena, la veterana peregrina de Mechanicville, el secreto de la vida es "aprender a perdonar". Está convencida de que ése es el único plan de paz posible: el del amor. El problema es ir a explicarlo a 20 kilómetros, en Mostar. Allí no se habla de nada: simplemente, se mata. Es la guerra.

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