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"O vamos a París o nacerá un vegetal"

Tras recorrer cinco centros médicos, una mujer abortará en Francia un feto inviable porque nadie en España se atreve a hacerlo aun con la ley de su parte

Carmen Morán Breña

Los niños no vienen de París. Más bien al contrario, ahora la capital francesa se ha convertido en la última esperanza para los que necesitan que les interrumpan un embarazo tan deseado como abocado al fracaso. La pareja que ve usted en la foto vive esa situación. Saben que el reloj corre - "esto sigue creciendo", dice ella con un hilo de voz llevando la mano a la tripa- pero las dudas les tienen paralizados. "¿Por qué me tengo yo que ir a Francia?, que no tengo ni idea de francés, y la familia aquí, y busca un traductor, y el viaje, el dinero. ¿A que nos acoja otro país, como si fuéramos prófugos?", dice el hombre, R. B.

"¿Por qué tenemos que ir a otro país, como si fuéramos prófugos?"
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Pero las maletas ya están hechas. ¿Cuántas veces tienen que cruzar los españoles los Pirineos para buscar fuera lo que no encuentran dentro? Primero refugio y asilo; después, el cine prohibido, ahora, una intervención médica que hace apenas unos meses se practicaba en España con normalidad.

A. F., esta chica de 25 años, lleva con ella un feto de 27 semanas con holoprosencefalia lobar y sospecha de agenesia de cuerpo calloso. El nombre médico es tan horrible como la realidad que encierra, pero nadie se atreve a cortar con ello. "El niño puede morir al nacer o ser un vegetal. Y entonces, ¿quién se hace cargo de eso, la Iglesia lo va a atender?", razona R. B.

Los facultativos del seguro privado de la embarazada detectaron el 19 diciembre en Madrid las malformaciones del feto, y con cara seria sugirieron que la cosa pintaba fatal. Después, el médico de cabecera les recomendó ir urgentemente a La Paz. Con 21 semanas de embarazo -a las 22 acaba el plazo para abortar en España por malformación fetal- las urgencias de este hospital les derivan al especialista, que los recibió el día 26. El plazo se acaba, pero el especialista les devuelve la esperanza: esos informes "son una barbaridad, eso no es para abortar ni mucho menos", les dice. Y que se vayan al Ramón y Cajal, que es el hospital que les corresponde.

Pero el doctor estaba de vacaciones y no llegó hasta el 9 de enero para reconfirmar, fatalmente, las sospechas iniciales. Les mandó a un centro privado, el Montepríncipe, para hacer más pruebas, a toda prisa. Pero ya era tarde. Los últimos análisis han costado 600 euros, y no mejoran un ápice el diagnóstico. De vuelta en el Ramón y Cajal les reciben con condolencias. "Todos los médicos nos dicen que, como están las cosas, nadie se atreve a hacer un aborto, que no hay derecho, pero que ellos no pueden ni recomendarlo". En la Seguridad Social ni lo harán ni lo derivarán a las clínicas privadas, que tampoco quieren verse implicadas en una persecución implacable.

Podrían abortar, porque el riesgo para la salud psíquica de la madre no tiene plazos en la ley, pero, al parecer, nadie se atreve a hacer algo legal.

Habrá que ir a París, dicen. "Buena idea", responden los médicos. "Si no abortamos en París, puede nacer muerto, o ser un vegetal", dice R. B. Otro neurólogo privado repite el diagnóstico y confirma que nadie interrumpirá ese embarazo en Madrid.

¿Por qué no probar en otro sitio? Desamparados, esta misma semana se refugiaron en casa de la familia, en Sevilla, y llamaron a las puertas del Servicio Andaluz de Salud. Las clínicas privadas de allí están dispuestas a practicar el aborto si los médicos públicos asumen, sin sombra de duda, todos los diagnósticos. Pero en la sanidad pública descubren que la mujer tiene su tarjeta sanitaria en Madrid y la última esperanza desaparece, tan frágil y fugaz como una pompa de jabón.

En una cafetería madrileña la mujer apenas habla. Mueve lentamente la cuchara del café. Él está "medio loco", sin saber qué camino tomar. Cuenta el infructuoso viaje, de médico en médico... "Tengo que saber quién era aquel especialista de La Paz que nos dijo que todo estaba bien, me enteraré de su nombre...".

Y ella, ¿qué tal se encuentra? "Bueno, mal, cada día que pasa es peor...", se pierde la voz mientras enjuga las lágrimas con la primera servilleta de papel que le viene a la mano.

Sigue él: "Los políticos se olvidan de todo cuando ganan, esta vez no pienso votar, luego los que pagamos el pato somos los ciudadanos; el que tengo que ir a París soy yo, ni Esperanza, ni Mariano, ni el otro ni el de la moto, yo. Si la ley está mal hecha, que la cambien, y si hay delincuentes, que los metan en el talego, pero a los demás que nos traten como merecemos".

Lo peor aún está por llegar. La pareja que usted ve en la foto lo sabe bien, porque es la segunda vez que tiene que pasar por el infierno de romper a medio camino un embarazo deseado, también por malformaciones. Entonces fue distinto, en España no se hablaba de aborto -salvo en los programas electorales, que nadie leía-, todavía no se había desatado la campaña de acoso politicorreligiosa. El año pasado, un solo médico les diagnosticó el terrible disgusto y anotó en la hoja una frase que ya no se pone: "Se recomienda interrupción voluntaria del embarazo". Así se hizo. Y volvieron a intentarlo con la esperanza de que esta vez todo iría bien.

Ella trabaja en una compañía aérea y él es gestor comercial.
Ella trabaja en una compañía aérea y él es gestor comercial.CLAUDIO ÁLVAREZ

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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