Sobre el posible pacto educativo
Desde hace varios meses el ministro de Educación anda empeñado en conseguir un pacto educativo con la oposición. Del tal posible pacto nada sabe la inmensa mayoría de la sociedad civil. De sus contenidos deben tener conocimiento los partidos políticos y algunas organizaciones más. El resto de la gente se enterará por la prensa o cuando nuestros mandamases decidan.
Ha trascendido que el tal pacto es posible. Sin embargo, Zapatero ya ha anunciado que en materia económica un tipo de acuerdo similar no será factible debido a las tremendas diferencias ideológicas que separan a los dos principales partidos. Es como mínimo sorprendente que en educación las diferencias no sean consideradas igualmente insalvables. Cabe pensar que el PSOE se plegará a las reivindicaciones de los sectores más corporativos del profesorado -muchos de ellos votantes de la socialdemocracia- y a ciertos planteamientos trasnochados del PP.
Nuestro principal problema es el de ese 30% de estudiantes que abandonan el sistema educativo sin haber obtenido la ESO. Debido a la crisis económica, es muy probable que ahora se vaya una proporción menor del estudiantado y que regrese parte del que se fue. Como no se confía mucho en las dotes intelectuales de este alumnado -actitud típica de las clases dirigentes: lo mismo ocurrió en su momento con la escolarización de las mujeres, las clases trabajadoras o las minorías étnicas- todo apunta a que se van a potenciar los Programas de Capacitación Profesional Inicial -PCPI-, los cuales se transformarán en una suerte de itinerario para el alumnado de más de quince años. Sin duda, el PP -ajeno por completo a lo que al respecto dice la comunidad científica sobre los itinerarios, el tracking en el ámbito anglosajón- suscribirá este aspecto.
Íntimamente conectado al tema del fracaso escolar está el de la existencia de una elevada proporción de profesorado de la secundaria que se dedica a la objeción de conciencia contra la escolaridad comprehensiva hasta los dieciséis años. A todos estos fans de los panfletos antipedagógicos y de las bagatelas con que nos obsequian algunos miembros de la Real Academia de la Lengua Española habría que seguir facilitándoles la vía de la jubilación anticipada -muchos de ellos ya están cerca de una edad próxima a tal posibilidad-. Por fortuna, y gracias a nuestra pertenencia a Europa, por fin tendremos profesores de secundaria formados como profesionales de la docencia y no, como hasta ahora, meros especialistas en una materia académica. En tanto que docente del nuevo máster de formación del profesorado de secundaria en dos universidades españolas tengo la impresión de que esta nueva hornada de futuros profesores y profesoras está en condiciones de cambiar radicalmente nuestro sistema educativo.
Necesitamos que la escuela abandone el siglo XIX y alcance el siglo XXI. Un proverbio chino afirma que escucho y olvido, veo y recuerdo y hago y aprendo. Para nuestra desgracia, la escuela está instalada en el modelo de la pedagogía transmisiva -bancaria la llamaba Freire- de acuerdo con la cual enseñar consiste simplemente en transmitir conocimientos. Sin embargo, desde hace años sabemos que la gente aprende mucho más haciendo, dialogando con sus compañeros y con sus profesores, trabajando por proyectos, etc. La escuela entroniza dos tipos de inteligencia (la lógico-matemática y la lingüística en detrimento de otras inteligencias como la emocional, la cinética, la espacial y un largo etcétera (recomiendo a lector que vea en youtube el hilarante vídeo de Sir Ken Robinson). Seguimos topando, aquí también, con la iglesia. Salvo honrosas excepciones, la escuela concertada es un gravísimo problema: contribuye al clasismo del sistema, no cumple con su cuota-parte de escolarización de alumnos con necesidades educativas y cobra subrepticiamente cuotas ilegales a las familias. Este es un escándalo de mayor calado que el caso Gürtel y al que los medios de comunicación no prestan la atención debida. Para colmo de males algunos centros subvencionados practican la escolarización diferenciada por sexos.
Continuamos con la iglesia o más bien las iglesias. La Ley Orgánica de Educación -LOE- ha cometido el tremendo error de meter a todas las religiones posibles en el horario escolar. De este modo, cuando suene el pitido de la hora de la religión unos se irán con los católicos, otros con los musulmanes, otros con los protestantes, otros con los hebreos y otros irán al vacío del estudio asistido. ¿No se supone que la escuela es un espacio en el que convivir con el que es diferente de nosotros? La participación democrática en los centros sostenidos con fondos públicos ha sido un fiasco. Más de la mitad de los directores de los centros públicos son nombrados por la administración ante la ausencia de candidatos endógenos, en las elecciones a consejos escolares -y en 2010 se cumplirán 25 años de su anodina existencia- apenas participa el 10% de los padres y madres. Lo peor es que casi nadie considera que participar sea intervenir en el control y gestión de los centros tal y como dice nada menos que la Constitución, la cual en este, como en otros muchos aspectos, no va más allá de ser un papel mojado.
Todos los estudiosos del tema coinciden en que la mejor vía para combatir las desiguales educativas en potenciar la educación infantil. Lo que se está viviendo en Madrid con centros infantiles convertidos en angostas guarderías requeriría la intervención del poder central y, si se me apura, del Tribunal Supremo tal y como ha hecho con motivo de la degradación urbanística.
Lo menos importante es lo que concita la atención de los medios de comunicación y de los "todólogos": la enseñanza en la lengua autóctona en las regiones con dos lenguas oficiales -en Cataluña los resultados escolares en Lengua española están por encima de la media-, la educación para la ciudadanía -una vez más parte de nuestra pertenencia a Europa- y la posible unificación curricular nacional -lo cual parecería contrario a la conveniente autonomía curricular de los centros-. Una de las consecuencias más terribles del bajo nivel educativo de la gente de más de cuarenta años es que la opinión pública coincide con la opinión publicada.
Rafael Feito Alonso es sociólogo.
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