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Columna
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El feliz arte de desmenuzarlo todo

Los blogs, los SMS, los microvídeos, los lemas en las camisetas, las musiquillas del móvil, las comidas en pequeñas porciones, la información sincopada, los secuestros exprés, han creado un amplio universo de metrallas. En la cultura, en la política, en el sexo, en el delito o en la religión, nada tiende a durar sino a comprimirse, a realizar el ideal de un mundo donde cada instante se corresponde con una píldora que nos remite de un espacio a otro, del dolor al placer, del miedo a la indolencia, de un hombre a una mujer. Y viceversa.

Esta nueva cultura del tentempié cruza de parte a parte la existencia de los últimos años. Es propia del chat, del disco, del videojuego, pero su modelo alcanza casi todos los aspectos, sensoriales o no, en un creciente contagio de la fragmentación innumerable.

En simultaneidad con la globalización aparece, cuando no se la esperaba, la presunta paradoja del corte y la partición. Contrariamente a la antigua lógica que aguardaría un conocimiento integrado a partir de la mayor intercomunicación, brota, sin embargo, un saber fragmentado consecuente con un panorama cargado de diversidad y de impactos tan cortos como incontables, tan efímeros como infinitos. No es raro que muchos chicos, máximos consumidores de la fragmentación, sufran déficit de atención porque a la menudencia se suma la velocidad y a la velocidad la súbita metamorfosis de sus estelas en marcha.

¿Comunicar? A la transmisión de conocimientos con una cadencia suficiente para que el receptor los mastique, los ensalive, los degluta y los metabolice, sucede el procedimiento de la inyección o el chute. No hay tiempo para la digestión y, en su lugar, adviene la inyección. Los mensajes de la publicidad fueron los pioneros de este saber directo, corto, inmediato o rápido. Un saber que se recibe en la base física del cuerpo y no en sus intangibles laberintos cognitivos. De este modo, el impacto resulta ser literalmente un golpe, un ataque, una corazonada, un vistazo, una explosión.

No significa, en todo caso, que tal cultura carezca de complejidad pero su complejidad no requiere profundidad, sino que se plasma sobre una malla de innumerables circuitos a la manera de la electrónica. El receptor se expande en red para acoplarse al emisor reticular; el conocimiento se desarrolla a través de muchos filamentos horizontales en lugar de por algunas tuberías en vertical. Se trata de contenidos menos hondos y densos, más epidérmicos y especialmente finos.

De ello se irá deduciendo sin duda otra clase de inteligencia y de sentimentalidad. No nos atamos al otro hasta unir las entrañas o la sangre, acercamos los aromas y nos confundimos brevemente para disiparnos después en la evaporación de la mixtura. De esta manera, se vuela más, se viaja más, se ve y se contacta más en una incesante desintegración y composición de los pequeños procesos.

El sujeto será todo menos un ser sujeto. La insujeción se corresponde con la volatilidad, el nomadismo, el desplazamiento y la infidelidad. El mundo, todas las experiencias, se recorren de aquí a allá en continuado movimiento. ¿Reposar? El reposo tiene lugar sobre la misma cinta de la velocidad y la calma responde a la cadencia de una determinada velocidad más que a su ausencia. De este modo siempre habrá accidentes. Numerosos accidentes de todo orden y a todas horas. El dinero, los celos, la belleza o la defunción serán hijos naturales del accidente. El mundo entero tiende a ser accidental y la cultura en marcha será heredera del desastre. El desastre entendido no como fenómeno negativo, sino como posible alternativa creadora. El mismo desorden feliz, representado en los modos, modas y dormitorios de los adolescentes, viene a ser, por tanto, la progresiva ley general del valor y la vía apropiada para acceder al conocimiento, la diversión, la solidaridad o a las esquirlas desmenuzadas de cualquier amor.

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