Vejez y juventud de la soledad
La doctora Ramona Rubio, psicogerontóloga y gran especialista en "envejecimiento activo", acaba de pronunciar una conferencia en Las Palmas, dentro de un ciclo de La Caja de Gran Canaria, donde argumentó contra la idea de que la soledad en los mayores es, como suele creerse, un problema gravísimo que debe atajarse a la mayor brevedad.
En su opinión, por el contrario, si, concretamente, Picasso o Juan Ramón Jiménez no hubieran gozado de la suficiente soledad personal, sería inconcebible que hubieran llegado a producir obras tan extraordinarias para el género humano. Tan extraordinarias y significativamente trascendentes, puesto que uno de los factores más provechosos y positivos de la soledad es el impulso espontáneo hacia un territorio propio y nuevo donde establecerse y, además, restablecerse con una salud y vigor desconocidos.
La monserga social para buscar quehaceres a los mayores sólo consigue atosigarles
La constante monserga social tratando de inventar labores para dar quehacer a las personas mayores no consigue, en numerosos casos, sino atosigarlas y, al cabo, hacerlas desear una tranquilidad mortal.
Aproximadamente de este modo plantea también la señora Rubio que la depresión en la tercera edad no sería una consecuencia directa de hallarse sin suficiente compañía sino de sentirse tóxicamente presionado por los demás. En ciertos casos, los suicidios reales o simbólicos pueden atribuirse a la ausencia de ilusiones u objetivos, pero en otros la opción de morir viene a ser la elección de una salida airada. Hacia el aire libre.
El hecho de que gran proporción de personas mayores, especialmente mujeres, se aficionen a la pintura de paisajes cuando enviudan o envejecen guarda relación con el anhelo anterior. El cuadro que pintan con todo esmero, en parte copiando, en parte inventando, en parte corrigiendo, da cuenta de sus deseos por componer un escenario propio donde, de una u otra manera, las dejen en paz. Se esfuerzan en ser obedientes a la "terapia ocupacional" que se les recomienda pero secretamente juegan con los trozos de salud y enfermedad, de venganza o imaginación que les quedan.
Con todos ellos construyen ese rompecabezas de formas y colores que trasciende su descolorida soledad y la llevan hasta un paraje o una imagen fuera de sí, para estar en ella y dentro de ella.
La firma Shiseido empleaba recientemente un eslogan para promocionar sus productos de cosmética que decía: "Recupera el rostro de tu memoria". En la memoria debe explorarse la recuperación en cualquier supuesto pero ¿precisamente el rostro? ¿Y qué rostro de los muchos poseídos?
En la soledad sonora de cada mayor -y no tan mayor- luce una imagen reina. La imagen de un ser amable y optimista, confiado y bondadoso, y cuyo resplandor en la cara lo dice todo: la alegría de vivir y de vivirse y de vivir a otros. Rostro matriz que después, en la evocación del personaje famoso, la prensa repetirá una y otra vez, y el personaje común ocupará las repisas de la casa. Si toda biografía puede entenderse como una secuencia, ese instante de emanciparse es como un único fotograma. Y ese único fotograma es la plenitud.
Prácticamente no hay más fotos importantes. Fotos similares, complementarias, coetáneas puede haber, pero todas ellas convergen hacia ese relente de la vida que se comporta como un imán tanto para uno mismo como lo fuera acaso para las demás personas que, efectivamente, al no aparecer necesariamente en la foto, son como invisibles emisiones y recepciones de uno mismo, soleadamente a solas.
El dolor de la soledad es el máximo dolor estando vivos pero, en efecto, mata tanto o tan pronto, que puede llevarse bien. O ¿puede creerse que si el padecimiento fuera tan grande podrían atajarlo unas pinceladas al óleo, una asistenta rumana o unos de los consejos de la doctora Ramona Rubio a la que vale la pena recomendar como ejemplo de inteligencia, verdad y humanidad?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.