Ponga un imán en su vida
Nada de pulseras milagrosas. La magnetoterapia es un tratamiento coadyudante que, junto a otras técnicas de fisioterapia, favorece el metabolismo y ayuda a la curación de fracturas con rapidez y eficacia
Cleopatra, presumida emperatriz, escondía en su tiara un imán para retrasar el envejecimiento. O eso se interpreta en algunos pictogramas. Y Magneto, el archienemigo de los X-Men, controlaba a las personas alterando los flujos magnéticos que recorren el cuerpo humano. Desde Galeno y sus piedras imantadas, la magnetoterapia (aplicación de ondas magnéticas de baja frecuencia con finalidad terapeútica) está asociada a la salud humana. Los campos magnéticos, controlados por un fisioterapeuta, aceleran la curación de roturas, fisuras o hematomas. Al someter a alguien a un campo magnético se favorecen los procesos metabólicos y la recuperación de fracturas. Además, como consecuencia de su utilización, la mente se relaja y desciende el nivel de estrés. Cuidado: engancha.
Cleopatra utilizaba un imán creyendo que retrasaba el envejecimiento
Este sistema también se emplea para tratar la incontinencia
Cada día, a las 18.30, Luis Moreno se pasa 25 minutos encerrado en una habitación. En la rutina de este ejecutivo de 32 años, la magnetoterapia es, desde hace un mes, una más de sus tareas diarias. Por la mañana, a la oficina, y por la tarde, rehabilitación con ondas. "Tuve un pequeño accidente y me rompí el pie", explica el joven desde la sala de espera de la clínica madrileña donde recibe su dosis gaussiana (la intensidad del campo magnético se mide en gauss; el de la Tierra es de 0,5 gauss). Cuando le toca el turno, se tumba en una camilla y alrededor de su pie colocan un solenoide. "Es un tubo con una bobina de cobre en su interior por la que circula una corriente eléctrica que genera un campo", precisa Juan Francisco Ruiz, fisioterapeuta de la clínica Salud 4. "Según la lesión, regulamos la intensidad y la frecuencia del campo", continúa el rehabilitador, que lleva más de 20 años manejando ondas. Las máquinas con las que trabajan en la clínica, que cuestan unos 10.000 euros, emiten a una frecuencia de emisión (número de ondas por minuto) entre 50 y 100 herzios y tienen una intensidad de campo (fuerza de la onda) de 25 a 100 gauss.
Luis lleva un libro y lo empieza a hojear mientras le colocan un tubo alrededor del pie. Para que los efectos magnéticos sean efectivos, el paciente tiene que estar sometido a su acción durante un tiempo que oscila entre los 20 y los 40 minutos. Él está poco menos de media hora; le tratan una fisura en el empeine. "El campo magnético produce una vibración de la zona sobre la que impacta y eso genera un aumento del metabolismo de la región. El flujo sanguíneo es mayor; por tanto, el oxígeno y los nutrientes que llegan a ese extremo del cuerpo se multiplican y los procesos de recuperación que requieren aporte sanguíneo, como fracturas, cicatrices o inflamaciones, se aceleran", resume Macarena Benito, profesora adjunta de fisioterapia de la Universidad Alfonso X el Sabio y fundadora de la clínica Rehabilit Arte.
De los usos terapeúticos de la magnetoterapia se habla desde hace siglos, pero no fue hasta finales del XVIII cuando el físico Anton Mesmer experimentó con una persona. Sus teorías, no del todo acertadas, del magnetismo animal y de la influencia de los campos magnéticos en la vida marcaron el comienzo de la técnica. "Hace un par de años todavía había mucha gente detractora de la magnetoterapia porque al no percibir un cambio real, da la sensación de que no hace nada. Había mucho médico que lo único que decía era que generaba un efecto placebo. Los fisios han demostrado que funciona. Si metes a una persona en magnetoterapia con un moratón, en dos días el derrame ha desparecido", matiza Benito.
Pulseras-estafa
Aunque se perciben levemente, los campos magnéticos no se ven. Y esa intangibilidad ha sido aprovechada tanto por sus detractores como por empresarios de dudosa ética. La Power Balance, afamada pulserita-estafa de venta en farmacias, basaba sus beneficios en el supuesto y pequeño campo magnético que emitía desde la muñeca. El producto, de moda entre deportistas, presentadores de televisión o ministras, era una farsa. "Para provocar un campo hay que tener un generador. La pulsera no tenía nada. Además, para que tenga efectos beneficiosos para la salud tiene que aplicarse con la intensidad concreta y controlado por un profesional", añade la profesora de la Universidad Alfonso X.
Menos potentes que la máquina en la que meten a Luis cada tarde son los sillones que tiene Lidia Serra, fisioterapeuta especializada en suelo pélvico, en su clínica de Madrid. Lleva más de 17 años tratando la incontinencia y desde hace siete utiliza los campos magnéticos como parte de su terapia. "Realizamos una aplicación distinta a la que se realiza en traumatología. Nuestro objetivo es tonificar el músculo y trabajamos con máquinas diferentes cuyas frecuencias son algo menores, entre 1 y 50 herzios. Cuando la emisión magnética entra en el cuerpo se convierte en un impulso eléctrico que estimula al músculo con una pequeña descarga que el paciente no percibe", aclara la especialista desde el Instituto de Fisioterapia Pélvica Integral. A diferencia de los rayos X, la radiación magnética es no ionizante, es decir, que no tiene la fuerza suficiente como para alterar las cargas eléctricas de las moléculas de la zona en las que impacta. Solo produce un impulso o descarga.
A pesar de ello, cuando se está cerca de un solenoide se recomienda no usar los móviles, y las personas con marcapasos o implantes no pueden someterse a ella porque produce un calentamiento de los componentes metálicos y puede alterar su funcionamiento.
La sesión de Luis está a punto de terminar y ahora se prepara para el masaje y la sesión de infrarrojos. La magnetoterapia es un coadyuvante, uno de los muchos sistemas de trabajo que poseen los fisioterapeutas. No un tratamiento en sí mismo. "Me parece un gran error tratar a alguien solamente con magneto. Hay que acompañar el tratamiento con otro tipo de procesos", cuenta Macarena Benito. Luis llega al masaje en un estado de relax total. "Durante la sesión no se percibe nada, quizá una leve sensación de calor o una pequeña vibración", dice con tono pausado. "Cuando estoy dentro leyendo me concentro mucho, a veces me duermo, y al salir siempre estoy bastante relajado", añade. Aunque sus efectos se concentran en el tubo, las ondas rebotan, recorren la habitación y, según la sensibilidad de las personas, relajan.
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