¿Igualar por abajo o definir nuevas metas educativas?
Se cumplen ahora diez años de los últimos traspasos de competencias educativas, veinte de la aprobación de la Logse y cuarenta de la Ley General de Educación. Los primeros alumnos de la EGB están a punto de alcanzar los cincuenta años de edad mientras que los primeros de la ESO hace tiempo que superaron los treinta. Son las primeras generaciones de españoles en las que empieza a ser real el sueño de una sociedad plenamente escolarizada y con unos niveles crecientes de formación. Las mejores décadas de la historia moderna de España han sido también las mejores de su historia educativa.
Sin embargo, en los últimos tiempos la educación ha dejado de ser vista como la solución a nuestros problemas para ser considerada ella misma como un importante problema político y social. El éxito cotidiano de la mayoría de nuestros niños y jóvenes en las aulas, y de sus profesores con ellos, es obviado y su reconocimiento sustituido por un bombardeo de pesimismo que pone el foco de atención en las noticias sobre los fracasos de los alumnos, las dificultades de la profesión docente y los problemas de las instituciones escolares. Con la naturalización del fracaso educativo de determinados niños y jóvenes se ha puesto en el centro de la agenda política la idea de que una educación común y prolongada para todos los ciudadanos es un proyecto fallido y que es mejor promover cuanto antes la separación de los itinerarios formativos.
Pero el debate no debería ser si se anticipa a los quince años la salida de la ESO sin obtener el graduado en ella o si a esa edad se debería separar a los alumnos que harán bachillerato de los que irán a la formación profesional. El debate debería ser cómo se consigue que la mayoría de los alumnos se gradúen en la ESO y lleguen con garantías de éxito a la formación profesional y al bachillerato. Algunas comunidades autónomas han alcanzado el 85 % de titulación en la ESO, superando en quince puntos la media española, y han logrado también altos niveles de titulación en los niveles postobligatorios. Cómo conseguir que esos éxitos se extiendan al conjunto del país debería ser el centro del debate.
Promover la acción tutorial. Atender a la diversidad a través de la diversificación curricular, los apoyos, el seguimiento individualizado de los alumnos o la reducción de las ratios en determinadas aulas. Convencernos todos de que repetir no es bueno, pero tampoco ha de ser sinónimo ni pronóstico de fracaso. Transmitir a todos los alumnos la convicción de que merece la pena seguir esforzándose para desarrollar las competencias propias de la educación básica aunque se alcancen algo más tarde. Flexibilizar el bachillerato, dentro del marco de la LOE, y reforzar la acción tutorial en esa etapa. Contagiar entre el profesorado la idea de que sabe hacer bien las cosas, que tiene éxito cuando se pone a ello y que cuenta con el apoyo decidido de la administración. Trabajar para cohesionar a la comunidad educativa y para evitar fracturas sociales entre la educación pública y privada. Esas son algunas de las estrategias que conducen al éxito educativo. Justo las contrarias a la naturalización del concepto-fetiche del objetor escolar con el fin de facilitar puentes de plata al enemigo que huye o a la pretensión de que se dignifica la formación profesional anticipando la edad de acceso o devaluando las competencias básicas de quienes se incorporan a ella.
Los mejores pactos por la educación no los haremos mirando hacia el pasado para buscar referentes en los sistemas educativos de la España cerrada del franquismo, sino mirando hacia el futuro para encontrarlos en los entornos internacionales, europeo e iberoamericano, a los que pertenece nuestro país.
Algunas comunidades autónomas ya son europeas en sus resultados educativos. No es malo tomar en cuenta lo que en ellas se ha hecho bien cuando se trata de diseñar consensos educativos y no condenarlas a retroceder por la igualación por abajo que pueden deparar algunas de las medidas que ahora se debaten. Pero también debemos tener en cuenta a Iberoamérica y no olvidar que los países de América Latina suelen mirar a España como su principal referente en educación. Paradójicamente este año de crispación educativa y pesimismo en nuestro país es el del comienzo de un gran proyecto basado en el optimismo sobre el futuro de Iberoamérica. La década de los bicentenarios de los procesos de independencia de los países americanos es el tiempo en el que se recorrerá el camino hacia unas metas educativas para conseguir que en 2021 Iberoamérica tenga la generación mejor formada de su historia. Aunque a veces lo olvidemos, España tiene en el camino recorrido en los últimos cuarenta años, y especialmente en los últimos veinte, una prueba evidente de que ello es posible. Quizá pensar en clave de progreso las metas educativas comunes que se debería plantear para la próxima década un país tan diverso como el nuestro podría ser la mejor contribución de España a ese gran proyecto.
Para emprender ese camino debemos saber que ningún pacto nos ayudará a recorrerlo si se aparta de la divisa de que más educación para más ciudadanos durante más tiempo es lo que permite progresar a una sociedad.
Mariano Martín Gordillo es profesor de enseñanza secundaria en Asturias y miembro de la red de expertos de la Organización de Estados Iberoamericanos
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