La resistente dignidad del ser humano
La crisis que siguió a la Gran Depresión de 1929 modificó de muchas maneras la narrativa norteamericana que venía de encontrar el camino de un nuevo realismo de la mano de Sherwood Anderson y Sinclair Lewis, pero la principal fue una vuelta al naturalismo y la mayoría de los escritores sociales se quedaron clavados en ello. La manifestación característica de la crisis fue el pánico súbito que sustituyó de golpe la alegre y desenvuelta voracidad vital de los años veinte. En Europa, lo que se produjo tras la Primera Guerra Mundial fue una especie de sensación de hundimiento de los valores de la razón. Alfred Kazin vio muy bien la diferencia entre Europa y Norteamérica: esta segunda no perdió su orden social ni se sumergió en el hundimiento agónico que provocaron en Europa la llegada de los totalitarismos, simplemente sumió al hombre americano en una sensación de terror e inseguridad que "representó una aceleración casi fantástica de la realidad".
Hay una impregnación ineludible del clima moral y social que sucede al desastre que se extenderá por el resto del decenio de los treinta
La literatura norteamericana de los años treinta está hecha, de una parte, por esa "generación perdida" que circulaba por Europa y contemplaba las dos crisis -europea y americana- en una especie de tierra de nadie donde, sin embargo, el tono moral estaba impregnado, en lo personal, de la situación histórica; y, de otra, por los escritores más decididamente sociales. Sin embargo, si tratamos de encontrar grandes obras que respondan al fenómeno de la Gran Depresión hay que decir que las de los mejores escritores sólo la representan lateralmente. Por ejemplo, de 1929 es la obra maestra de William Faulkner, El ruido y la furia, pero la descomposición de esa familia es previa al desastre nacional aunque contiene un germen de destrucción en absoluto ajeno al momento histórico. No sucede lo mismo con el mundo del gran Dashiell Hammett, o el de James M. Cain o el de William Irish, cuyos textos implacables crean escuela, perfectamente encajados en la brutal realidad de la vida cotidiana y se desarrollan casi siempre en el ambiente urbano de las consecuencias de la Depresión.
La novela social y la novela proletaria que surge en estos años, en paralelo a la creciente conciencia izquierdista, no alcanzan la altura de obras maestras (con la excepción de un Henry Roth que trata de superar el impacto de Manhattan Transfer -Edhasa, 2005- con su maravillosa Llámalo sueño -Alfaguara, 2004-) porque no poseen la ambición literaria de un Hemingway o de un Dos Passos -el más cercano a lo social de toda la "generación perdida", que estaba sometiendo a escrutinio a la sociedad americana y, al tiempo, desarrollando soluciones narrativas revolucionarias, como sucede con Manhattan Transfer o la Trilogía U.S.A. (Edhasa)-. Los dos escritores más representativos serán James T. Farrell, con las novelas de sus personajes Studs Lonnegan y Danny O'Neill situadas en el mundo urbano de Chicago Sur y las de Erskine Caldwell situadas en el mundo rural, como El camino del tabaco (Navona, 2007), un emotivo drama que bordea lo grotesco, o La parcela de Dios (Navona, 2008). En otro orden, tenemos a John O'Hara, que cuenta la degradación desde el lado de la clase alta en Cita en Samarra (Lumen, 2009) o en Butterfield 8 (Ballantine, 2003). Hay, pues, una impregnación ineludible del clima moral y social que sucede al desastre del año 1929 que se extenderá por el resto del decenio de los treinta, al final del cual los novelistas criados en la Depresión, como Norman Mailer o Joseph Heller, tendrán que enfrentarse con las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.
Los dos grandes libros que colocan en su centro la Gran Depresión no responden a la violencia o el terror generados por el pánico -más propios del naturalismo o de la novela negra- sino a una visión diríamos que pragmática y eficiente de la realidad de las gentes desamparadas. John Steinbeck, cuando relata en Las uvas de la ira (Alianza. Tusquets la publicará a finales de año) la conmovedora peregrinación de los Joad por esos campos de desolación, pretende mostrar la totalidad del cuadro, no juzga sino expone esa tragedia de dolor y desesperación sin perder de vista que la misma realidad que nos destruye también nos construye. Esa medida de la distancia es la que la convirtió en la novela social de mayor trascendencia en su época. El segundo libro es de James Agee, Elogiemos ahora a hombres famosos (Backlist, 2008). Agee viajó a Alabama en el verano de 1936, enviado por una revista neoyorquina junto con el gran fotógrafo Walker Evans. El libro es un reportaje-narración de la vida y condiciones de los blancos pobres del profundo Sur. La descripción de la vida de los aparceros sometidos a explotación e injusticias en medio de una vida durísima se convierte también en la descripción del cambio de conciencia del narrador al compartir la existencia de esos hombres y mujeres, y el libro, escrito con una prosa diamantina, alcanza una altura épica. Es una obra maestra acerca de la resistente dignidad del ser humano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.