El arte marca su territorio
El arte es un animal. Lleva mucho tiempo encerrado en edificios y casas, mirando por la ventana o dejándose calentar controladamente por la luz artificial. Hasta el más radical o rebelde suele terminar bajo techo, protegido. Debidamente mantenido, quieto, silencioso. Preservado, a veces, durante siglos. El arte es, en general, un animal doméstico. Quizá un gato. Un felino que no ha perdido del todo el instinto merodeador. En los últimos años hay una especie que circula por la ciudad, que aparece y desaparece, y deja colgando en el aire su sonrisa como el enigmático gato de Cheshire.
Lo llaman arte urbano, street art, arte callejero de la era posgraffiti. Porque no nos referimos a las pintadas de nombres y tags (firmas) que invaden ya las paredes de las grandes ciudades de todo el planeta, muchas veces estropeando entornos o emborronando aún más el caos visual en el que vivimos, sino a aquellas otras manifestaciones que plantean al transeúnte una relación levemente distinta con su hábitat. Hoy existen artistas que han elegido los muros viejos y abandonados para devolverlos al mundo visible con un diseño, otros que atacan los paneles publicitarios transformándolos en una parodia de sí mismos, unos terceros que colocan en las calles objetos o signos sorprendentes y algunos más que idean distintas estrategias para interactuar con la gente de la calle, aquella que jamás entrará en una galería de arte o en un museo. Es un arte ilegal, perseguido, que a menudo se salva por el indulto popular. Pero no faltan los intentos de domesticarlo. Desde hace un par de semanas ha entrado en el templo del arte contemporáneo, la Tate Modern de Londres. Eso sí, por fuera.
Es un arte ilegal, perseguido, que a menudo se salva por el indulto popular. Pero no faltan los intentos de domesticarlo
"El trabajo del escultor Juan Muñoz me inspiró a pensar en instalaciones de esculturas en la calle", afirma Mark Jenkins
El 'street art' tiene todas las características de un reclamo al consumidor joven y las multinacionales han sabido reaccionar
"Lo de ser ilegal o legal era secundario, lo principal era conseguir el impacto visual", dice Rodríguez Gerada
Jorge Rodríguez Gerada, neoyorquino de origen cubano que reside actualmente en Barcelona, empezó en los años noventa dentro del grupo de activismo social Artfux. En el libro No logo, de Naomi Klein, se le cita como "uno de los más inteligentes y creativos fundadores de la contrapublicidad, que en la práctica consiste en parodiar los anuncios y en asaltar vallas callejeras para alterar por completo sus mensajes".
Él lo explica: "Hay un fenómeno muy norteamericano en el mundo publicitario, que consiste en situar las vallas de anuncios de alcohol y cigarrillos, por ejemplo, en los barrios más deprimidos económicamente. Gente pobre que lo pasa mal y quiere emborracharse rápido y barato. Nuestras acciones pretendían llamar la atención sobre esta estrategia, algo perversa". Y continúa: "Yo necesitaba hablar de las cosas que creía más importantes, pero buscaba una salida más universal para ellas. No quería entregarle el poder sobre mi obra a las empresas sino utilizar sus propias plataformas. Aunque pienso que no deberían permitirse ese tipo de anuncios en las vías públicas, existen leyes que protegen la propiedad de esos espacios privados. ¿Cómo podía hablar de ese tema, quitándolos a ellos de la ecuación? Lo de ser ilegal o legal era secundario, lo principal era el impacto de lo que podías ver. Mi intención era llevarlo, además, a la metáfora visual, a la poesía", dice Rodríguez Gerada.
Esa etapa ya pasó, pero este ex estudiante de Bellas Artes, que dejó la carrera a punto de terminarla por no estar de acuerdo con el rumbo fijo que querían trazar a su carrera profesional, sigue trabajando en las calles. En su obra actual también hay poesía. Escoge a gente anónima, del vecindario, y dibuja sus retratos a gran escala, la de toda una pared de dos plantas, por ejemplo. "En la experiencia con Artfux en Nueva York, éramos recibidos, con frecuencia, con gran entusiasmo por parte de la gente que pasaba por allí. Se ofrecían a ayudarnos, a sujetar la escalera... y ahí vi que el diálogo con la gente del vecindario era una parte muy bonita del trabajo. Me llevó un tiempo encontrar la forma de encajar esa idea en la forma que desarrollo actualmente, pero ahora, cuando hago estas intervenciones, la gente viene y me pregunta por qué hago esto, yo bajo y se lo trato de explicar. A veces les choca, porque hago un esfuerzo especial para que estas obras se despinten con la lluvia. A la gente le cuesta aceptar que se haga tanto esfuerzo para que al día siguiente haya desaparecido, nuestra sociedad no está acostumbrada a algo así. Y eso también es bonito".
Si se acerca una señora que pasa por allí y le pregunta, él responde: "Hago esto porque quiero dar otras opciones a los iconos publicitarios que vemos cada día y que pretenden vendernos una identidad. En vez de representar un modelo físico ideal, que intenta vendernos un producto, es uno de nosotros a la misma escala, el mismo nivel, la misma importancia, el que aparece, con la diferencia de que se trata de alguien de aquí. Algo muy sencillo. Algo más real". Lo entienden bien, sólo que luego dicen: "Pero hombre, que no se vaya, que dure más". [Ríe].
Su llegada a Barcelona significó el cambio total de registro. "España me dio tierra fértil", explica. "Yo estaba en Nueva York haciendo una cosa que no estaba de moda. [Ríe]. Siempre he ido a contracorriente y llegué a un punto en que no sabía bien por dónde tirar, porque no pretendía vender mis cosas en galerías de arte. Me interesaba que mis acciones salieran en la prensa para que a la gente le diera pie a discutir sobre ellas a la hora de la comida. Después del 11-S en Estados Unidos la gente estaba muy nerviosa y la policía se puso más agresiva. Yo había estado en Barcelona de visita y me había gustado mucho, así que me vine con mi familia por un año. Y fue allí donde surgió la idea de cómo encajar todas mis ideas. Había algo que ya me había llamado la atención desde mi primera visita a España, y son las medianeras entre los edificios, con las líneas y los rastros del contacto. Son hermosas. Te dicen algo, tienen pasado. Al poner encima de eso un rostro, se crea ya una narrativa, tiene una dirección".
Llega a un barrio, se toma un café en un bar y empieza a observar a la gente del lugar. Ése es su casting. Luego entra en contacto con los que le interesan e intenta explicarles la idea. "A veces no les inspiro mucha confianza porque soy algo raro, muy alto y hablo con acento. Pero suelo ir con alguien que habla bien el idioma y me ayuda. Luego sacas el dossier, les gusta y se sienten halagados por ser escogidos".
Dibuja con carboncillo y depende del tamaño y la dificultad de cada retrato el que tarde más o menos. "Los más grandes fueron dos caras de dos mujeres en Madrid, en la calle de Fuencarral, y eso me llevó casi dos semanas. Pero era invierno, hubo una tormenta de lluvia y nieve, yo estaba con una gripe terrible. Eso fue lo peor, fue físicamente muy difícil. La cara de Emma, en Barcelona, era de 15×13 metros, lo hice en cuatro días y medio. En superficie era casi igual, pero era verano y fue más fácil".
Ya no lo persiguen. "Ahora lo que pasa es que me llaman de ciudades distintas para hacer alguna obra. Lo ven como algo beneficioso. Ellos saben que yo lo hago como reacción contra la publicidad que invade las ciudades, pero lo ven bien. Lo que no hago es comprometer mi trabajo o aceptar recursos de empresas grandes como Nike o Diesel. Me llaman, pero lo rechazo. Y no les parece mal a ellos tampoco. Es cómico", apunta.
"Creo que lo único que realmente tengo es la coherencia. Para mí es muy importante mantenerla. Las corporaciones se portan demasiado mal como para que yo les haga el juego. Tienen mucho dinero, lo planifican todo y saben bien cómo manipular a la gente. Así es nuestra época".
Eltono es francés pero vive en Madrid desde hace nueve años. Es uno de los seis artistas internacionales invitados por la Tate Modern para intervenir en la fachada del edificio y en distintos lugares de la capital británica hasta el 25 de agosto. Los otros son los brasileños Nunca y Os Gemeos, el italiano Blu, el catalán Sixeart, el francés JR y el grupo norteamericano Faile. Eltono forma parte también del colectivo madrileño Equipo Plástico, junto a Nuria, Nano y 3TTMAN, a quienes la Tate encargó también un proyecto para esta muestra. "Lo más destacable es que una institución como la Tate dé una oportunidad a artistas como nosotros que trabajamos en la calle. Al final parece que se nos empieza a tomar como creadores normales, que es lo que somos", afirma Eltono. "Yo, antes que nada, soy artista. Lo que pasa es que he elegido la calle como soporte. Mi lienzo es la pared. Mondrian ya hizo lo que yo hago en puertas y muros. Lo que aporto es que hago pintura contemporánea en la calle. Estoy muy metido en los dos mundos, trabajo bastante en galerías y museos, pero no dejo de hacerlo en exteriores".
Solo que él sí empezó como graffitero. "Al principio no me planteaba ninguna relación con el mundo del arte. Yo vengo del mundo del graffiti graffiti. A los 14 años ya estaba escribiendo mi nombre por todos lados. Bueno, no exactamente así porque desde el principio tenía mucho cuidado al escoger los lugares. No era de los guarros. Después estudié Bellas Artes y ahí me abrieron los ojos. Aprendí muchísimo, pero nunca quise abandonar el trabajo en la calle. Utilizarlo como soporte".
Ahora tiene 32 años y se ha hecho famoso con sus diseños geométricos, una especie de diapasón. No usa aerosoles, sino pincel y pintura plástica. "La gran mayoría de mis pinturas son ilegales, menos cuando me invitan a pintar como en la Tate", explica. "Pinto mucho de noche, sobre todo en Europa. Cuando voy a sitios como Brasil, puedo hacerlo de día. Ahí hay un movimiento muy importante. Internet tiene mucho que ver con eso, pero el graffiti está evolucionando muchísimo y muy rápido. Ahora vengo de América Latina -he viajado de México a Argentina durante varios meses- y he visto cosas increíbles. Sobre todo la escena en Buenos Aires. No es muy conocida de momento, pero es como la de São Paulo hace cinco años".
No piensa renunciar a la calle, por eso sus exposiciones suelen ser también al aire libre. "Uno de los aspectos más importantes para mí cuando hago una exposición es lograr un intercambio de mundos", dice Eltono. "No suelo pintar en el barrio pijo de la ciudad, sino donde encuentro soportes bonitos, que suele ser en barrios populares o hasta favelas. Por eso intento pintar en esos sitios donde no hay arte, así esa gente lo ve por primera vez y además integrado en su medio, y hago que la gente de las galerías vaya a verlo fuera de su lugar habitual. Es un intercambio entre los dos mundos".
Nuria Mora empezó a pintar en Madrid con Eltono y lo hicieron juntos durante varios años, ahora cada uno desarrolla su carrera individualmente, aparte de los proyectos colectivos. "Yo salí de la Escuela de Bellas Artes de Madrid y antes había estudiado en la Facultad de Arquitectura, aunque no terminé. Desde un principio he actuado con una sensibilización especial con el sitio elegido, no destruirlo sino respetarlo", cuenta Nuria. "Hago una selección de los lugares, un análisis del sitio, y trabajo directamente sobre el soporte. Me interesan sobre todo el color y las líneas reguladoras que arman una fachada, una puerta o un lugar", continúa. "Se trata de dar a estos sitios escogidos una nueva oportunidad. Normalmente son edificios abandonados y que se han quedado así porque se los han tragado los grandes almacenes, son las típicas tiendas de barrio con una tipografía estupenda y tal, que nadie se para a mirar. Sin embargo, en el momento que la utilizas como soporte artístico mucha gente sensible, no es necesario que sea especializada en arte, lo valora. Y ésa es la parte más importante: dar a esos espacios una nueva vida y carácter y también hacer del trabajo una creación de oportunidades sociales".
Sus trabajos actuales juegan con diseños parecidos a los textiles. "Sí, son patrones florales. La razón principal es que intento hacer un trabajo de proceso lento. Es decir, estoy harta de la modernidad diluida en la que todos somos artistas y llega uno y planta una pegatina o una plantilla con algo gracioso en cualquier parte, lo pone en internet y se convierte en el street art de moda del año. Yo intento dar un giro, el de utilizar un patrón que ha nacido con el objetivo de ser un motivo de repetición, de seriación, nacido para la industria, y convertirlo en algo totalmente artesano, hecho a mano, en la calle, y como una reacción contraria a ese origen. Una reacción también a lo que está pasando en la ciudad, la masiva repetición de imágenes o grafitis que no tienen ningún sentido".
No hay muchas mujeres en el arte callejero. "Llevo ya nueve años haciéndolo. Pero sí, es un mundo de tíos y además es supermachista", subraya. "De hecho, entre los diez artistas invitados a intervenir en la fachada de la Tate Modern, la única mujer soy yo. Es una pena".
Una experiencia distinta es la del estadounidense Mark Jenkins, que suelta sus desconcertantes esculturas en cualquier rincón de la ciudad. Son muñecos, de aspecto realista algunos, y otras figuras transparentes realizadas a partir de moldes con film y cinta adhesiva traslúcida. "Fue el trabajo del escultor Juan Muñoz el que me inspiró a pensar en instalaciones de esculturas, así como la idea de crear un teatro que absorba a la gente en la escena", explica en un e-mail desde Japón. Dice que prefiere las obras tridimensionales porque "tienen un impacto más fuerte, una presencia física y táctil. Lo malo es que el 3D dura mucho menos tiempo porque es más fácil de trasladar", se lamenta. Aun así, el carácter efímero es parte fundamental en su trabajo.
"Mis piezas se las lleva la policía o ciudadanos que piensan que eso no debería estar allí. Para mí, eso constituye la escena final de cada performance. En Suecia enviaron un equipo de salvamento y a un buceador para rescatar una de mis figuras que flotaba como un cadáver en el agua. En otra ocasión llegó un camión de bomberos a rescatar una niña que estaba sentada al borde de un tejado. La reacción de las autoridades otorga a la instalación de las figuras un grado superior de realidad y permite al arte crear su propio organismo como las instalaciones de Goldworthy. En cuanto a los bebés (figuras de aire realizadas con film transparente a escala real), creo que varios de ellos han sido adoptados adecuadamente. He recibido e-mails de gente que los encontró en las calles y los tienen en casa".
Jenkins empezó en 2003 en Rio de Janeiro. "Estaba enseñando inglés allá y empecé a hacer estas cosas como un escape creativo", recuerda. "Antes de eso había hecho música, tocando en distintas bandas. Mi relación con el arte se limitaba a unos cursos electivos de arte que seguí en la universidad y la costumbre de ir mucho a los museos. En Brasil quise poner mis obras en el exterior para permitirles respirar y compartirlas con la gente, y en ciudades extranjeras lo hago para sentirme de alguna manera integrado en su cultura, añadiendo algo, en lugar de observarlo todo como un simple turista".
No está muy seguro de la calificación de lo que hace. "En realidad, yo no lo considero arte o, en todo caso, no sólo arte", dice. "Creo que tiene una base de experimento social y puede utilizarse para entender mejor la interacción de las personas en la ciudad. En especial, la serie Embed, que se centra en el hiperrrealismo, el camuflaje, etcétera. Mucha de la gente que pasa al lado de mis piezas no se da cuenta de que estaban al lado de un ser humano no real".
El fotógrafo peruano Santiago Roose y la artista española Pilar Soler buscaban algo en 2006 cuando llegaron a Torrijos (Toledo). Tenían ganas, pero no dinero, y tuvieron la suerte de que el ayuntamiento pusiera a su disposición el espacio del pueblo para usarlo como un lienzo en blanco. "Lo primero que hicimos fue hurgar un poco en la vida de la gente del lugar y sacarlos a la calle a través de sus imágenes", explica Roose. Pidieron fotos familiares a los habitantes e hicieron serigrafías y banderolas, que colgaron atravesando las calles. "Era dar la vuelta a la idea del arte público como algo estático, rígido y simbólico, como pueden ser un monumento o una estatua", continúa. "Nos interesaba que sirviera como registro de la composición. La pieza consistía en la propia gente y su participación activa en la transformación de su espacio. Hicimos también señales de tránsito serigrafiadas".
Un año después los llamaron para las fiestas del Raval, e hicieron un montaje más amplio y complejo, pero sólo en una calle. Tienen prevista para hoy la inauguración de otra de sus actuaciones en Badía del Vallés (Barcelona), una ciudad dormitorio con forma de mapa de España, uno de los últimos delirios urbanísticos de Franco. "La pieza irá a tono con el sitio, que es algo extraño y lúgubre. Pensamos en una estructura colorida para la plaza central, un collage tridimensional de 70 metros o más, que supere el simple registro fotográfico y en el que la gente pueda intervenir con aerosoles".
Para Roose, la calle ofrece esa respuesta inmediata que permite medir la relación de real de la gente con la expresión artística. "Su soporte (la estructura urbana) le otorga un carácter inevitablemente político de manifestación y reclamo. Creo que lo más interesante de trabajar en espacios públicos es que el resultado final no es la idea floral del arte confrontado a la gente de la calle, sino el producto de una expresión comunicativa confrontada con su propio origen, como un tatuaje en la frente que de alguna manera habla de lo que pasa en tu cabeza", opina Roose.
Cada vez son más los ayuntamientos que celebran su ciudad invitando a artistas para que hagan intervenciones en el espacio público. Cartagena ha invitado al francés JR, que empapela las fachadas con grandes fotografías, para realizar un montaje especialmente encargado por el festival La Mar de Músicas, que se titula Los surcos de la ciudad (del 4 de julio al 29 de agosto). A través de fotografías ampliadas, desarrolla la historia de esta antigua urbe portuaria a través de sus edificios y sus habitantes.
Logroño celebra los próximos días 5 y 6 de julio La ciudad inventada. Un proyecto que invita a más de una decena de artistas de distintas disciplinas -algunos ya consagrados como el cineasta Bigas Luna, el fotógrafo Alberto García Alix o el músico Llorenç Barber-, junto a artistas urbanos como Suso33, a intervenir artísticamente en el espacio urbano de la capital riojana. "Propusimos a artistas muy distintos que realizaran su sueño de una ciudad inventada", explica Alfredo Tobía, director artístico del evento. "No queremos hacer algo museístico, sino ofrecerles la ciudad como recipiente, jugar con los emplazamientos del casco antiguo como si fuera un puzle. Además, queremos que parezca una pieza única, un trabajo colectivo".
Los artistas urbanos, como los gatos callejeros, aprecian la libertad de movimientos. Pero aunque intenten actuar en contra de la invasión de las imágenes publicitarias que saturan el espacio urbano, no están del todo libres de los tentáculos de las grandes empresas. El street art tiene todas las características de un reclamo al consumidor joven y la multinacional J&B no ha tardado en reaccionar. A lo largo de los próximos meses ha organizado Party Project, que consiste en una serie de eventos en distintas ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Málaga y A Coruña), a los que ha invitado a una veintena de artistas urbanos para pintar en directo sobre unos paneles de metacrilato de dos metros de alto y diez de largo. La nómina incluye al berlinés residente en Barcelona Boris Hoppek, Sixeart, Eltono, Nuria, Bruno 9LI, Catalina Estrada, Dalek, el ilustrador japonés Aya Kato, el italiano Fupete, los ingleses Neasden Control Centre, OVNI & Kenor, 310K, Albert Bertolin, el californiano Tofer y el neoyorquino Chet Purtilar, Evgeny Kiselev, la francesa Diva, MEOMI, Jon Burgerman, la coreana Jinyoung Shin, el argentino Zosen, Raquel Sacristán, Lolo, Agentemorillas, Sr. Peró, Ternera de Kobe, el brasileño Cristiano Trinidade o el vasco Blami. "Se trata de artistas que suelen trabajar gratuitamente en las calles y que en estos eventos hacen un arte enlatado pero sin perder su libertad creativa", explica David Quiles, director creativo de Rojo, una organización independiente para la divulgación de artistas emergentes. Ellos son los encargados de "armonizar" las relaciones entre la multinacional y estos creadores urbanos. "El cliente tiene unos parámetros de actuación y estos artistas otro. Nosotros procuramos que ellos hagan lo que les gusta sin venderse del todo. Estos creadores también tienen que ganarse la vida", comenta Quiles.
"No hay una expresión más actual en el arte que el street art. Normalmente, los artistas lo hacen y lo dejan en la calle, pero en Londres las obras que hicieron Nuria y Eltono en las calles se las robaron de inmediato. Ellos las dejan de forma gratuita, pero ya tienen un valor en el mercado. Son una generación de artistas que no encaja en el sistema convencional de distribución, como son las galerías y museos. Por eso nosotros los ayudamos a encontrar otras maneras de difundir su trabajo. Me parece importante que una firma como J&B quiera salir de la fórmula música y copas para promocionarse durante el verano. En este caso apoyan a estos artistas urbanos y a la vez los ponen en contacto directo con el público que asiste a estas fiestas en grandes naves industriales. Es arte enlatado, pero tratamos que sea lo más cercano posible a la realidad de su trabajo".
Pablo Flórez, de la asociación cultural Rojo Máquina, en el barrio madrileño de Malasaña, es un observador cercano del arte urbano. En sus salas han expuesto algunos de estos artistas. Para él este tipo de contratos, como el de J&B, no merma la independencia de estos artistas. "Lo que les da independencia es el hacer sus trabajos cuando quieren y donde quieren, aunque hay que reconocer que el discurso del mainstream se lo traga todo. A 3TTMAN, por ejemplo, le han encargado pintar un avión. Lo ha hecho un poco a regañadientes, pero tiene que pagar el alquiler. No van de puretas totales, usan la globalización. Es con lo que han crecido. Por eso, aunque su actividad en las calles es muy artesanal, casi todos tienen unas webs muy potentes, vídeos con mucha posproducción y un contacto constante con los medios", afirma este historiador del arte.
"Lo que buscan estos artistas es una alternativa a un arte callejero caduco o limitado como puede ser el grafiti. Es curioso que a algunos de ellos, que realizan pinturas murales, la gente los considere grafiteros. Pero los propios graffiteros los rechazan como tales. Siguen otras reglas y están en una reinvención constante. Han encontrado una fórmula estética que vincula el arte y la calle, y para ejercitarlo tienen que superar obstáculos constantemente. Entre ellos, el de la caducidad, porque como lo que hacen desaparece con el tiempo, se ven obligados a producir constantemente. Hay una desobjetualización del arte muy importante en su actitud. Son imágenes que entran en las claves del copyleft. Creo que son la gran alternativa, sea arte o no".
Francesca Gavin, autora del libro Creatividad en la calle. Nuevo arte underground (Blume), una especie de directorio de los artistas urbanos más influyentes en el mundo, sostiene que las obras de éstos son importantes porque fuerzan al público a ser consciente y a interactuar con el mundo que los rodea. "La calle es el único lugar donde sabemos que algo es real, sin que sea exagerado o interpretado. Los montajes públicos gratuitos se sublevan contra el consumo sumiso. Son, por definición, formas de protesta subversiva", escribe. Sea revolucionario o simplemente decorativo, sea contrapublicitario o todo lo contrario, el street art va en busca de otros públicos. Es un animal que nos sale al encuentro en cualquier callejón. Es un animal que nos hace menos domésticos.
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