El amor que no cesa de escribirse
DESDE LA Biblia, Platón, la mística, la poesía lírica, el amor es un deseo de plenitud que nos empuja hacia el otro. Hacer de dos Uno, fórmula de ese ideal. ¿Imposible? El amor cortés transmuta ese imposible en una ética, diviniza a la mujer elevándola al rango de lo inalcanzable. Modificación de Eros que permite hacer de la palabra mediación necesaria, ficción que "no cesa" de producir efectos de amor. Freud vio con claridad la fecundidad del erotismo en la ética. En el siglo XIX Eros se democratiza, la literatura folletinesca, que se irá conociendo como novela rosa, narra el triunfo de la pasión sobre cuanto la obstaculiza. Pero el amor no cesa de escribirse, y con el surrealismo presenta su desmesura, el amour fou, el amor trágico.
Entrado el siglo XX va perdiendo brío, y gana en pragmatismo, cinismo. El artista, desubicado en el nuevo capitalismo, sabe que el amor no es dar lo que se tiene. Lo escribe como exilio. A veces reaparece, tal La amante del mandarín, de Ana Navales. Más allá del ámbito peninsular, El túnel, de Ernesto Sábato; García Márquez en El amor en tiempos de cólera; John Fowles en La mujer del teniente francés; Liliana Heker en Zona de clivaje, o Alan Pauls en El pasado, hilan su palabra con la tradición romántica; en Aprendizaje o el libro de los placeres, de Clarice Lispector. El amante, de Marguerite Duras, se sitúa en esa tenue, pero vital frontera entre la consumación y la consunción del amor. Lenguajes refinados que narran entre los silencios, sabiendo que el amor se sostiene en el enigma y el malentendido que produce la palabra, ausencia y presencia para que la metáfora teja su red protectora.
¿Pero es imposible hacer de dos Uno? El nuevo erotismo abandona la escritura, la metáfora, y quiere escribir lo real del sexo, su fisiología, goce solitario en compañía, a menudo multitudinaria. Y es que el goce solitario pone por testigo a la multitud. Silencio atronador, salto sin red que nos transporta del Uno ideal de la fusión a la multiplicidad infinita de los unos que gozan en plena y masificada soledad. Soñar la fusión es posible. Siempre tendremos la novela rosa, que sabe que lo importante es tramar el encuentro. El lenguaje corporal se convierte en poema de la contingencia. El tema se extenúa, por el exceso. ¿No será que donde hay exceso hay imposibilidad? Más allá del silencio del amor cortés, hemos necesitado ese rodeo de la palabra, como preámbulo del acceso al objeto y su goce. Es que nada puede decir el goce, sólo la palabra erótica, que lo aborda a modo de interrogación: dime ¿quién soy? Sin metáfora y sin enigma, no hay novela. Sólo transacción mercantil. Es el más grave obstáculo de la cultura del nuevo capitalismo.
Iris M. Zavala es autora del tomo Romanticismo y realismo, en Historia y crítica de la literatura española.
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