Aborrezco las palabras
Aborrezco las palabras líder, excelencia, proactivo, desafío, reto, misión, visión, retroalimentación y oportunidad. El vocabulario empresarial globalizado penetra poco a poco en el habla coloquial y estandariza los comportamientos sociales. El colonialismo lingüístico no es nuevo bajo el sol. Las culturas tecnológica o económicamente poderosas siempre han pretendido imponer sus estilos. El lenguaje es un medio idóneo para ello. Pero detrás de las palabras se esconden agazapadas las ideas y en cualquier momento de descuido van y saltan a la yugular. Mediante el uso del lenguaje la certeza puede transmutarse en duda y es capaz la mentira de revestirse de verdad. Es también en el lenguaje donde el totalitarismo intolerante encuentra el rostro de su amabilidad.
Las detesto. Excelencia me suena a vasallaje absolutista, desafío a despido inminente y retroalimentación a novela de Orwell. Cuando oigo hablar de líder me imagino un caudillo a caballo jaleado por una masa amorfa, carne de cañón. Yo fui educado en el valor de la individualidad, en la diferencia como rasgo representativo de la persona, en el criterio frente a la sumisión y ahora estas palabras, este lenguaje mendaz y regresivo choca en mis oídos a todas horas con la fuerza del uso social. Descreo de las verdades reveladas y por eso el lenguaje que las difunde me produce escozor. ¿Misión, visión? Fanatismos verbales a la orden del día que van determinando los comportamientos de quienes los acatan sin reparos. ¿Misión? Sí, Jeremy Irons en las selvas americanas con la música de fondo de Ennio Morricone. ¿Visión? También; aquel superhéroe de mi infancia con rayos en los ojos para devastar a los malvados. Este lenguaje repleto de eufemismos malévolos que en el mundo empresarial globalizado impera pervierte los valores y tira por tierra la dignidad del trabajador. Es el eufemismo al servicio del management, el lenguaje a disposición del despotismo directivo. Pero ya se sabe; contra el eufemismo: tabú. Ser proactivo equivale a acatar, a obedecer, a resignarse. Desafío implica amenaza de despido, y reto supone trabajar el doble por la mitad. Un afamado directivo retaba a sus subordinados a que cada vez que acudieran al trabajo reflexionasen sobre lo que irían a hacer en ese día para mejorar su desempeño con respecto al de sus competidores. En otras palabras, les trasladaba mediante el uso del lenguaje el contenido implícito a su propio cometido, a su propia gestión. Al delegar la obligación de triunfo se transfiere al mismo tiempo la responsabilidad sobre el fracaso y por lo tanto las consecuencias negativas a él implícitas. Es una cuestión emocional al fin y al cabo en la que el lenguaje participa aportando el sectarismo necesario: "¡Somos los mejores, somos los mejores, vamos a triunfar!". Desde luego. Es el triunfo de la imposición por la repetición: el mantra; la matraca, la oración. Las palabras son a veces trampas insalvables, bombas de racimo que arrasan la decencia de los demás. Este lenguaje que se va imponiendo sin remedio legisla a la postre una nueva relación laboral no sustentada en la ley como expresión de la voluntad popular sino en la mera imposición empresarial. En tiempos de sometimiento, de miedo, de necesidad, el lenguaje se vuelve peligroso. Los significados se diluyen y un mundo espurio aparece ante nuestros ojos de repente. Hay que tener mucho cuidado con las palabras y no porque las cargue el diablo, sino porque a la postre son las que inventan la realidad. -
Fernando Royuela (Madrid, 1963) es autor, entre otros libros, de las novelas El rombo de Michaelis y La mala muerte (ambas en Alfaguara)
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