El arte que se come
Ferran Adrià hace balance de su 'espectáculo-gourmet' en la recta final de Documenta 12
"Señor Ferran Adrià, aquí tiene unas botellas de la mejor cerveza del mundo para el mejor cocinero del mundo". Emocionados y un tanto nerviosos, los alemanes Marianna Huber y Hans Kürzinger entraban el pasado lunes en la cocina de El Bulli con el mejor regalo de Múnich que se les había ocurrido. Armados con una videocámara ella y una minicámara digital él, captando la belleza paisajística de la Costa Brava, este matrimonio de jubilados (ex profesora y ex ingeniero electrónico) habían aterrizado en el famoso restaurante de Cala Montjoi (Girona), convertido en el pabellón G de la gran feria de arte de vanguardia Documenta 12, a 1.500 kilómetros de Kassel, la ciudad anfitriona.
"La idea de que un cocinero participe en Kassel es fenomenal. Esto va a ser increíble", decía en español (aprendido durante sus estancias en Valencia) Marianna Huber, mirando sorprendida la cocina y el hormiguero de personal que se afanaba en los preparativos de la cena. En un rincón, con los pinos y el mar perfilados tras la cristalera, dos ilustres invitados japoneses (el célebre cocinero Mibu y su esposa) desenvolvían ritualmente regalos para Ferran y su socio y director de El Bulli, Juli Soler. Cerca de las ocho de la tarde iban llegando clientes (italianos, españoles, norteamericanos, de Hong Kong...), que querían saludar al chef e inmortalizar fotográficamente su peregrinaje. Entraban al centro de operaciones de El Bulli como a la cocina de la casa de un amigo. "Es un momento eléctrico", comentaba Adrià, atendiendo a todos.
"Los artistas no ven la cocina creativa como un lujo, sino como una emoción extraña que pueden probar", dice Ferran Adrià
"Ahora me toca a mí la foto", señaló a la pareja de alemanes y posó con ellos. "para nuestro libro de invitados. Y luego nos tienen que mandar un e-mail con sus impresiones, ¿eh?". "Es como si nos hubiera tocado la lotería. Tras visitar la Documenta dos días, preguntamos qué había que hacer para conocer El Bulli, nos dijeron ¿les apetece ir?, ¡por supuesto!, y ¡aquí estamos!", exclamaban Marianna y Hans. Ellos son la prueba de que el pabellón G de la Documenta es real y concreta su propuesta todos los días, tal y como estaba previsto, con visitantes sorprendidos con su suerte. Con la logística (avión, hotel, taxi) patrocinada por el Ayuntamiento de Roses, el Patronato de Turismo Costa Brava Piriney y Caixa Girona, desde el 16 de junio y hasta el 26 de septiembre, les ha tocado vivir la aventura Documenta-El Bulli a dos personas por noche: artistas, músicos, comisarios de exposiciones, educadores, coleccionistas y, sobre todo, público inquieto y de mentalidad abierta. Además de los invitados escogidos de forma aleatoria por el director artístico de la feria de arte, Roger M. Buergel, los 50 comensales de El Bulli durante esas fechas se convierten también en espectadores de Documenta.
Un ritual de tres horas
El menú Bulli-Documenta consiste en más de tres horas de ritual gastronómico. Muelle de aceite de oliva virgen, sferificación de aceitunas y judiones, flores de horchata, destilado de parmesano, médula de atún en tempura, sandía asada con caviar de moras, bizcocho de sésamo y miso... son algunas de las 37 muestras de cocina de vanguardia, pequeños platos con intensidad gigante, que -con técnica audaz, altísima calidad de producto y toques de humor- ponen a prueba el paladar y la memoria gustativa y dejan la mente rumiando cuando el estómago ya ha hecho la digestión.
Al finalizar la cena, Hans y Marianne no articulan palabra, hablan sus ojos chispeantes y su sonrisa gigante, mientras balancean en la mesa unas manitas de despedida (cuencos forrados con guantes de cocina).
¿Y los artistas, cómo lo viven? "La vanguardia culinaria es un mundo desconocido para los artistas, pero eso es bueno, porque se enfrentan a él vírgenes, con una sensibilidad extrema. Los artistas viven la vida con mucha intensidad y la percepción más fuerte que están teniendo aquí es que el arte entra en el cuerpo, la obra entra por la boca", cuenta Adrià. "No ven la cocina creativa como un lujo, sino como una emoción extraña que pueden probar", añade. Y eso es precisamente el objetivo general de Documenta "un espacio para la experiencia".
El público (y el propio chef) también experimenta deseo y frustración. No van todos los de la Documenta que querrían y tampoco los que aspiran a una noche en El Bulli (el restaurante admite 8.000 comensales al año, sobre casi medio millón de peticiones). Hay quien no se resigna, como una pareja de catalanes que viajaron en coche a Kassel para la inauguración y se encontraron con que la performance de Adrià no estaba allí. Tras un e-mail incendiario pero "bien razonado", el chef consideró que se merecían cenar en El Bulli. "Sería fantástico que viniera todo el que quisiera".
"Hemos demostrado que tenía sentido nuestra propuesta de que el restaurante fuera un pabellón de la Documenta. Ha sido una reivindicación de lo que hacemos. ¿Que lo nuestro tiene connotaciones artísticas? Vale. Pero ante todo, somos cocineros. Exploramos los límites de la cocina y lo compartimos con la gente", manifiesta Adrià. "Esto no ha hecho más que empezar. Quedan cinco años hasta la próxima Documenta para reflexionar sobre el arte y la cocina creativa".
Cuando se acabe la feria no habrá traca final. Tan sólo comenzará la redacción de un libro que con testimonios e imágenes "documentará" lo vivido en El Bulli en el verano de 2007. En 2008, coincidiendo con las fechas "históricas" (16 de junio o 23 de septiembre), el libro verá la luz.
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