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Entrevista:SALVADOR ANDRÉS SANTONJA | Apicultor y naturalista | TALENTOS CON ÉXITO

"Las abejas quieren un pacto con el hombre"

Miquel Alberola

Salvador Andrés Santonja (Alcoy, Alicante, 1935) fue un apicultor como los demás hasta que hace unos años un tribunal médico lo declaró inútil total para la profesión por una lesión en la columna vertebral. Y esa eventualidad, sin embargo, ha sido el principal acontecimiento de su vida, puesto que le ha dado un nuevo sentido a su existencia. Si hasta entonces se había beneficiado de las abejas en su negocio, ahora iba a dedicar su vida a mejorar la de las abejas.

Pregunta. ¿Cuál es su cometido?

Respuesta. Recoger enjambres silvestres y crear infraestructuras para las abejas en el monte que les permitan arrancar de nuevo. En el parque natural de la Font Roja no había ninguna abeja polinizando y, en contrapartida, las abejas acuden a los jardines de Alcoy, que están bien regados. Entonces lo planteé al Ayuntamiento y se creó el Depósito Municipal de Abejas.

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P. ¿Fabrica usted estas colmenas tan singulares?

R. Sí, imitan al tronco del árbol. Tienen que ser lo más naturales posible para que las abejas puedan desarrollar en condiciones su vida. Dentro le meto excremento de polilla, que es lo que atrae a los enjambres. Cuando un enjambre abandona la colmena, los panales se apolillan. Primero se apolilla el polen, luego la cera, luego la carroña, luego el excremento... hasta que queda un residuo final muy aromático que atrae a las abejas exploradoras. Es una esencia milenaria que despierta su interés por iniciar una nueva colmena.

P. ¿De dónde la obtiene?

R. Tengo un criadero de polillas y les doy los panales para producir la esencia milenaria. Si sacas cuentas, debe valer sobre los 60 euros el kilo, pero es indispensable para que entren en una colmena nueva.

P. ¿Qué hacía antes?

R. Era apicultor, pero me dieron por inútil a causa de la columna y decidí dedicarme a observar las abejas sin prisas. Vi que los conceptos que tenía sobre ellas estaban equivocados. Que todo lo que había leído no era del todo cierto. El hombre ha tergiversado la vida de las abejas. Al observarlas me di cuenta de que eran más inteligentes de lo que pensaba. Me cautivaron.

P. ¿Qué conclusión ha sacado de los muchos años que las ha observado?

R. Que la abeja no ha venido al mundo a proporcionarle miel al hombre. Ha venido a proporcionarle comida: fruta, verdura, legumbres... Ha venido a polinizar. Las abejas necesitaban ayuda del hombre.

P. ¿Para qué?

R. Las abejas quieren hacer un pacto con el hombre: ellas evitan que España se desertice a cambio de que el hombre las ayude a sobrevivir.

P. ¿Cómo?

R. Regulando sus enemigos como la lagartija o la avispa. La abeja es una golosina, un caramelito relleno de miel que vuela. Ellas buscan estrategias para sobrevivir a sus depredadores, y al medio ambiente le interesa regular la polinización. Ahora es abusiva en unos sitios y nula en otros. Esto no es rentable para el apicultor, pero sí lo es para el medio ambiente, por lo que la Administración debería implicarse.

P. ¿Es cierto que la presencia de abejas ayuda a recuperarse a los bosques quemados?

R. La tierra es más fértil tras un incendio. Nacen flores, pero, como los enjambres se han quemado, no se polinizarán si no ponemos otros. Ésa es nuestra misión. Ningún colmenero con dos dedos de conocimiento lo hará, porque allí no puede sacar producción, pero allí es donde la naturaleza requiere a las abejas para regenerarse antes. Pero, claro, ¿quién le paga a ese colmenero? Ése es el tema. Es necesario que la Administración cree esa figura. Yo puedo hacerlo, porque tengo la paguita de jubilado, pero, si quiero hacerlo bien, con colmenas adecuadas para que las abejas sobrevivan, pierdo dinero.

P. Sin embargo, parece que le compensa espiritualmente.

R. El Ayuntamiento me da una cantidad, pero cada colmena que construyo me cuesta 240 euros, porque quiero que sea decente. Pero esto es un beneficio para el medio ambiente. Y, si se hiciera en serio y de manera sistemática, se podrían fertilizar hasta los desiertos. Sería un proceso largo, pero seguro.

P. ¿Usted ya no prueba la miel?

R. No. Durante muchos años me beneficié de las abejas, ahora dedico mi tiempo a beneficiarlas a ellas. Además, estoy en contra de las mieles monoflorales, porque a la larga estas polinizaciones selectivas acaban con la biodiversidad, y eso es una catástrofe en la flora y en la fauna.

P. ¿Está arrepentido de haber producido miel?

R. No, estoy agradecido de haber acertado en mis conclusiones.

P. ¿Cuál es la mejor de las que ha probado?

R. No todas son buenas. La de jazmín es venenosa. La Biblia atribuye a un milagro la muerte de las tropas que sitiaban Jericó, pero en realidad se debió, según las investigaciones posteriores, a que los servicios de intendencia cogieron los panales de miel de jazmín para alimentar a las tropas. Por eso hay que tomarla de mil flores, porque, aparte de hacerle un beneficio a la naturaleza, mata menos.

P. ¿Pero a usted cuál es la que más le gusta?

R. Ninguna. Estoy empachado.

P. ¿Qué relación tiene con los apicultores?

R. Me miran con recelo. Dicen que estoy engañando a los consejeros de Medio Ambiente contándoles cuentos chinos, pero cualquiera que sea botánico o científico comprende que la biodiversidad se consigue polinizando todo el año.

P. En sus observaciones, ¿le ha sorprendido el sistema de organización social de las abejas?

R. Las rarezas de las abejas, siendo ciertas y curiosas, son secundarias. Lo que nos interesa saber es que son polinizadoras. Pero ellas son sociales, y nosotros, no. Pensamos que lo somos, pero necesitamos fundar la figura del abogado, del juez... Los animales sociales, como las abejas, no necesitan todo eso. Nosotros hemos tenido que hacer unas normas sociales para poder ser sociales.

P. ¿Por qué tienen mala prensa los zánganos?

R. Por desconocidos. Se piensa que no trabaja, pero el zángano es un mensajero genético. Evita que se consanguine la población. El zángano emigra, no se pelea, no crea problemas: lo único que pide es alimento. Es poderoso, es capaz de romper el vuelo con una rapidez que no tiene la abeja. Su zumbido es tan potente que espanta a los depredadores y así protege a la reina. Su pecho es como un compresor y se esfuerzan en aparentar robustez para que la reina los elija, pero hay zánganos que hinchan tanto el abdomen que se les desencaja el último anillo y estallan.

P. No le habrán picado nunca, claro.

R. No hay apicultor al que no le hayan picado nunca.

Cómplice privilegiado de la naturaleza

El interés de Salvador Andrés Santonja por las abejas se remonta a sus días de párvulo, cuando su maestro, que tenía colmenas, le explicaba el maravilloso mundo de estos insectos. Luego, entre otros oficios, fue apicultor, pero su gran asunto fue emplearse a fondo observando las abejas para conocerlas mejor y replantear la relación del hombre con ellas. Una de sus principales conclusiones es que la polilla Galleria mellonella, considerada desde siempre como una terrible plaga de las abejas, en realidad es una aliada que limpia la colmena de esporas y microorganismos. Hoy, la mayoría de los apicultores lo miran por encima del hombro por sus teorías no productivas que persiguen más el beneficio de la humanidad que el negocio del hombre. Sin embargo, los biólogos y botánicos lo admiran. Sólo se considera un observador que mira y apunta, que hace conjeturas y saca conclusiones. No le ha dado importancia a su trabajo hasta que desde determinados estamentos universitarios le han hecho notar que sus investigaciones tenían un gran interés. Es un tipo rústico que, sin embargo, posee una visión muy avanzada de la naturaleza. Deambula por los jardines de Alcoy recogiendo los enjambres de unas abejas que, como síntoma de que algo va mal, huyen de las sierras y buscan la humedad de los parques públicos. Luego los devuelve a los medios naturales para polinizar sus zonas devastadas por el fuego y la desertización. Está convencido de que las abejas lo escogieron para ir descubriendo sus secretos. "Me han cautivado y me van diciendo cosas: ya soy más abeja que hombre en el modo de pensar", se sincera.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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