Sexo y género
La Academia recomienda la expresión "violencia doméstica o por razón de sexo" frente a la de "violencia de género", porque la segunda implica una confusión entre sexo y género. El sexo es un atributo biológico, mientras que el género es un rasgo gramatical. Los seres vivos tienen sexo, y las palabras tienen género. Todo eso es cierto, pero no lo es menos que el género, que está inspirado en la distinción natural entre los sexos. Por otro lado, entre las palabras hay violencia de género porque el lenguaje es machista y misógino, como la vida misma, y no es raro que los términos masculinos se ensañen con los femeninos. Podemos decir que Bach fue un genio de la música, pero no que Simone de Beauvoir fue una genia de las letras, porque genio, qué casualidad, es un sustantivo masculino. Si el ejemplo les parece demagógico y quizá lo sea (vivo de eso), busquen ustedes mismos sus propios ejemplos: el diccionario y la gramática están llenos de casos de violencia de género como la realidad está llena de casos de "violencia doméstica o por razón de sexo". Todavía hoy sigue vigente la norma según la cual, cuando el adjetivo ha de concordar con varios sustantivos, tiene preferencia el masculino sobre el femenino y el femenino (menos mal) sobre el neutro. Por eso mismo acabamos de decir "el diccionario y la gramática están llenos...", y no "el diccionario y la gramática están llenas...". Parece que existe, pues, entre la violencia de género gramatical y la de sexo biológico una oscura y remota analogía. Así que, pese a la recomendación de la Academia, nosotros preferimos la expresión "violencia de género", porque intuimos que, además de explicar la de sexo, la incluye.
La mujer de la foto se llama Souad, es palestina y fue rociada con gasolina e incendiada por haberse quedado embarazada antes de casarse. Le salvaron la vida unas vecinas que la condujeron corriendo al hospital. Aunque la han operado desde entonces 27 veces, cuando se quita la máscara tiene, en lugar de rostro, un amasijo rosado, mil veces cosido y recosido, que produce espanto. El fuego le destruyó la piel, que nos protege de las agresiones de la realidad, pero que nos relaciona con ella al mismo tiempo. La supresión de esa frontera entre el mundo y nosotros constituye uno de los actos más crueles que quepa imaginar, porque elimina la diferencia entre dentro y fuera, condenando a la persona desollada a una intemperie atroz.
Souad ha tenido que sustituir su rostro, que es el soporte de la identidad personal y la tarjeta de visita con la que nos presentamos a los otros, por una máscara que, como objeto inanimado que es, no tiene sexo, sólo género, y femenino, para más señas. Aunque podría llevarla también un hombre, puesto que sus rasgos, como ven, son neutros. Quizá es esa neutralidad la que perseguían sus agresores, pues se ataca a la mujer para borrar lo que en ella hay de mujer. Y eso se hace desde la familia y desde fuera de la familia, desde el sexo y desde el género, desde el nombre y desde el pronombre. Pero Souad ha conseguido, mostrando sólo los ojos y el borde de los labios, vencer la neutralidad formal de la máscara y mostrar su feminidad a través de esos tres orificios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.