Las siete vidas de Hessel
Quisó ser filósofo, combatió con la Resistencia, se escapó de un campo de concentración y acabó como diplomático siendo uno de los redactores de la Declaración de los Derechos Humanos en 1949. En la actualidad, a sus 92 años, milita por la paz en Oriente Próximo
Hay personas que viven más de una vida. Éste es el caso de Stéphane Hessel, que formó parte de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1949 y que a sus 92 años sigue militando activamente en la defensa del derecho internacional, que considera la clave para el futuro de la humanidad. A principios de mes presidió en Barcelona el Tribunal Russell sobre Palestina, para presionar al Estado de Israel a que cumpla sus responsabilidades.
Decir que Hessel (Berlín, 1917) es un personaje extraordinario es quedarse corto. Sus padres ya lo eran. Helen Grund y Franz Hessel, ella hija de un banquero melómano y él traductor y escritor, son la pareja que, junto al tercer vértice del triángulo, Henri-Pierre Roché, sirvieron de modelo a este último para escribir la novela Jules et Jim, que con Jeanne Moreau de protagonista llevó al cine François Truffaut. Por eso Stéphane es francés y no alemán, porque sus progenitores "amaban París y en 1924, mucho antes de Hitler, decidieron irse a vivir allí".
"Norteamericanos y europeos insistían en los derechos civiles y políticos. Los comunistas, en los derechos sociales"
El joven Hessel quería ser filósofo. Estudió en Inglaterra, en la London School of Economics. Tenía 20 años. Se había casado y preparaba su entrada en la Escuela Normal Superior, el centro de élite del pensamiento francés. Era el año 1939. "Entonces llegó la guerra y me llamaron a filas. Primero estuve en la frontera del Sarre, durante lo que se bautizó como la drôle de guerre, y fui hecho prisionero. Me evadí y conseguí llegar a Marsella. Tomé un barco que me llevó a Orán, Casablanca, Lisboa y Bristol, y en marzo de 1941 me uní al general De Gaulle. Pasé un año con la Royal Air Force y luego me asignaron al servicio de enlace entre el Estado Mayor y la Resistencia. Fui enviado a una misión a Francia y al cabo de unos meses me detuvo la Gestapo. Me deportaron a Buchenwald y me condenaron a muerte. Conseguí sobrevivir gracias a un complot. Me enviaron a otro campo del que también escapé y también me detuvieron. Finalmente me llevaron a Dora, en el norte, donde se construían los V-1 y V-2. En abril de 1945 pude escapar de un tren y unirme al Ejército norteamericano. Volví a casa el 8 de mayo de 1945, seis años después. Nunca fui herido, aunque sí maltratado por la Gestapo y en el campo, pero volví a casa en buena forma. Mi mujer me dijo: estás demasiado saludable, no eres un buen deportado...".
La guerra cambió su vocación. Dejó la filosofía por la política internacional, pero quedó marcado por sus profesores, la generación de la posguerra: Maurice Merleau- Ponty, Raymond Aaron y Jean Paul Sartre. "Soy sartreano", reconoce, "siempre he asumido el compromiso". Pronto entró en el servicio diplomático y su primer destino fue Nueva York, reclutado por Henry Logier, el secretario general adjunto de Naciones Unidas. En 1946 ya formaba parte del comité que redactaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un grupo de 18 personas, presidido por Eleanor Roosevelt.
Hessel recuerda que había dos bandos claros. "Teníamos que encontrar un texto que fuera aceptable por todo el mundo. Los norteamericanos y los europeos insistían en los derechos civiles y políticos, y las libertades fundamentales: de asociación, de expresión, de religión. Los del lado comunista insistían sobre los derechos sociales: a la educación, a la seguridad social, a la vivienda, a la salud... Eso es lo que realmente hizo el trabajo interesante y satisfactorio, porque el 10 de diciembre de 1949, en el Palais de Chaillot, en París, nadie votó en contra del texto final, ni siquiera Arabia Saudí".
Su carrera como diplomático tiene un común denominador: la descolonización. Estuvo en Vietnam justo después de Dien Bien Fu, cuando Francia se retiraba, y en la Embajada en Argelia, tras la independencia, y en África, ya con la ONU -"viajé mucho por África, la conozco muy bien"-, durante "el extraordinario periodo de la descolonización". "¿Larga vida, eh?", dice con sorna. "Una existencia muy larga con la suerte de no haber hecho más que cosas interesantes". Y añade. "A partir del año 2000 me comprometí con Palestina".
Hessel fue testigo de la creación del Estado de Israel porque se produjo en 1948, mientras él formaba parte del comité que redactaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos. "Tenía compañeros que trabajaban sobre la creación de Israel y enseguida supimos que sería muy complicado. Estábamos convencidos de que, a causa del Holocausto, había que darles un Estado a los judíos, pero sabíamos que la decisión de ponerlo en un país árabe crearía problemas. El secretario general Ralph Bunche decía que había que darles a los judíos el mar y a los árabes la parte próxima de Jordania; un 55% a los judíos y un 45% a los árabes. Los unos lo encontraban poco y los otros demasiado, pero se hizo el acuerdo y se creó la agencia para los refugiados. Yo fui lo suficientemente ingenuo como para creer que funcionaría. Todo el mundo votó a favor. Hubo la primera guerra y luego, 20 años más tarde, la guerra de los Seis Días lo cambió todo. El Ejército israelí se creyó invencible".
Hessel es muy crítico con el actual Gobierno israelí y piensa que hay que salvar a los israelíes de sí mismos. "Nuestros mejores amigos son los israelíes disidentes, pero son una pequeña minoría", apunta. Pero insiste en que la única solución -y no sólo para este conflicto- es la aplicación del derecho internacional. "Si no es respetado iremos cada vez hacia mayores dificultades, porque hoy en día somos demasiado diversos para podernos permitir divergencias profundas sobre los valores profundos. Entrar en la solución del conflicto israelo-palestino tiene una importancia que le trasciende porque pone en duda el derecho internacional. Si no se respeta se dará más prioridad a los derechos económicos y financieros que al derecho de los individuos, en todo el mundo".
Optimista irreductible, cita a otro gran anciano de la especie: Edgar Morin. "Le pregunté si creía que todo lo que está sucediendo nos llevará al fin de nuestra vida sobre el planeta. Y me respondió: 'Sí, es probable, pero siempre es lo improbable lo que surge en el momento más inesperado".
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