_
_
_
_
Reportaje:EL MONSTRUO

El monstruo que vestía de macho

El autor de la matanza en Noruega se crió en un barrio acomodado. Acusaba a su padre de cortar el contacto con los hijos, vivía aislado y estaba obsesionado con su apariencia física

El barrio de Skoyen, al oeste de Oslo, es un suburbio en el que las casas de color rojo y ocre se alternan con edificios de ladrillo visto. La mayoría tienen chimeneas, jardines cuidados y flores en los balcones. Las avenidas son anchas, la vegetación espesa y, en general, no parece que sus habitantes se vean demasiado afectados por los rigores de la vida moderna, el tráfico o la contaminación. En ese lugar tranquilo de familias acomodadas y escasa inmigración vivía el monstruo.

Nadie sabe exactamente cuándo Anders Behring Breivik dejó de ser un chico normal para convertirse en un tipo que se puso como misión la de eliminar al mayor número de personas posible. Peter Svaar, periodista de la televisión pública noruega y amigo de la infancia de Breivik, lo recuerda como un "chico agradable, inteligente y leal a sus amigos". "Tenía todas las posibilidades, nunca le ha faltado nada. Nunca ha sido víctima de alguna injusticia social. ¿De dónde viene su odio?", se pregunta Svaars.

"No me gusta la educación superliberal, matriarcal y sin disciplina que me dieron. Me feminizó"
Más información
79 minutos con Anders Behring Breivik matando
Breivik regresa a Utoya para reconstruir la masacre
Imágenes de Breivik tras colocar la bomba en Oslo

Breivik nació en Londres en 1979. Su padre, un diplomático de la Embajada de Noruega, y su madre, enfermera, pelearon por la custodia del chico. Ella se hizo finalmente cargo de su educación. Aunque Breivik mantuvo cierto contacto con su padre, la relación se rompió en 1995. "Tiene cuatro hijos, pero ha cortado el contacto con todos ellos. Está claro de quién es la culpa", explica el propio Breivik en el manifiesto de 1.500 páginas que envió a varias personas por Internet poco antes de cometer los asesinatos.

Aparentemente no sucedió nada traumático, pero lo cierto es que algo ocurrió en esos años que acabó por obsesionar a Breivik. En sus recuerdos de esa época su madre era una feminista moderada que le dio una educación que, según él, le convirtió en un débil. "No me gusta la educación superliberal, matriarcal, que me dieron. Carecía de disciplina. Aquello contribuyó a feminizarme", cuenta Breivik.

Empezó a mostrar algún gesto de rebeldía. Se le daba bien el grafiti. Sus amigos le recuerdan por eso más que por otra cosa. En clase no llamaba la atención. Al final de la adolescencia, empezó a aislarse de alguna manera. No encajaba con los demás. Siempre pasaba desapercibido. Su complejo de inferioridad le llevó a preocuparse por su apariencia física. Ya maduro, empezó a tomar esteroides para aumentar la masa muscular. Incluso acabó pasando por el quirófano en Estados Unidos, donde se operó la nariz, la frente y el mentón. Se jactaba de salir con muchas mujeres pero no se le conoce novia alguna. En su manifiesto deja claro que no es homosexual, aunque algunos amigos suyos lo piensen. "Es gracioso", dice, "porque yo soy 100% hetero".

Trató siempre de cultivar una imagen de macho y llevó ese extremo hasta el pensamiento político. De alguna forma, lo que viene a decir Breivik en su manifiesto es que los socialdemócratas han hecho de Noruega un país de nenazas. En 1999 se afilió al Partido del Progreso, una formación conservadora que acabó abandonando en 2004 por considerarla demasiado tibia con el multiculturalismo y la corrección política, los grandes males de Europa, según Breivik. Había tonteado con el nazismo a los 18 años, pero pronto le pareció que no era su camino. Según él, el problema son los musulmanes, no los judíos.

El año de 1999 es la fecha que marca políticamente su ideología. El bombardeo de la OTAN sobre Serbia es descrito en su libro como una traición a la cristiandad en favor de los musulmanes.

No hizo el servicio militar, aunque no está claro por qué. Un amigo suyo citado por el periódico noruego Dagbladet dice que intentó entrar en sus filas pero que fue rechazado por "inestable". Breivik dice no haberlo hecho porque defiende ideas en las que él no creía. En cualquier caso, en su cabeza empezó a organizar un ejército imaginario con él como general y soldado. Modificó un traje de gala al que colgó parches y medallas de su invención, se vio a sí mismo como un miembro de los templarios. Contactó en Internet con todas las personas y grupos que criticaban la religión islámica, leyó ensayos y debatió en foros las ideas que quería implantar. Muchos defienden en esa esfera la guerra contra el islam. Él la quería llevar a cabo. Empezó a organizar la misión que él mismo se había encomendado para salvar a Europa de la amenaza islamista que -a su entender- trae consigo la inmigración.

En mayo, alquiló una granja en las afueras de Rena, 160 kilómetros al norte de Oslo. Se entretenía viendo el festival de Eurovisión y jugando a los videojuegos, pero la mayoría del tiempo trataba de convertir seis toneladas de fertilizantes y polvo de aspirinas en material explosivo. Y escribía. "Intenté contactar con mi padre hace cinco años, pero me dijo que no estaba mentalmente preparado", dice en otro momento de su manifiesto.

Días antes de cometer los atentados, Breivik se registró en Facebook. La foto de su perfil -pelo largo, abrigo, corbata, perilla recortada- dista mucho de la imagen que tiene en la actualidad, con el pelo rapado y bastante más gordo. En las últimas semanas, tomó drogas para sentirse más fuerte y eficiente, según relataría luego a su abogado.

El 22 de julio, Breivik se levanta temprano, hace las últimas pruebas con los explosivos y se viste de policía. "Creo que esta será mi última entrada de hoy. Es viernes, 22 de julio, las 12.51", concluye.

En Skoyen, el barrio de casas de color rojo y ocre, una muchacha camina sola por la calle Hoffsveien. A mediodía son muy pocos los que transitan por las anchas aceras del vecindario. La chica indica amablemente que esa es la casa en la que se crió Breivik: "Ese es el edificio, el primer piso, el que tiene el balcón con las flores pequeñas. Saludo a su madre cada vez que la veo. A él lo he visto alguna vez, pero no le recuerdo muy bien. No tenía el aspecto de un monstruo".

Anders Behring Breivik se fotografió a sí mismo disfrazado de combatiente.
Anders Behring Breivik se fotografió a sí mismo disfrazado de combatiente.FOTOGRAFÍA DE SU PERFIL DE FACEBOOK

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_