A favor de la energía nuclear
Imagine el lector que coloca un detector de radiación en la chimenea de una central eléctrica de carbón. Después lleva el mismo detector a la chimenea típica de muchas centrales nucleares. ¿Sabe dónde marca más, mucha más radiactividad? Exacto: en la central de carbón. Ha acertado porque ya sabe que en una central nuclear el papel de la chimenea (en rigor una torre de refrigeración) es enfriar vapor de agua y eso es lo único que puede salir de allí. El carbón contiene infinidad de sustancias naturales, muchas de ellas radiactivas, que ni en la mina ni en el almacén de la central se han eliminado. Cuando el carbón arde, aquéllas se liberan.
En los motores de combustión interna de los transportes automovilísticos ocurre algo parecido: aparte de sustancias minoritarias más o menos dañinas para la salud humana, animal o vegetal se expele dióxido de carbono.
Los biocombustibles tienen las mismas virtudes y miserias que los combustibles extraídos del petróleo
Los molinos, cuando sopla el viento, son mucho más eficientes que los paneles solares fotovoltaicos
Así pues, quede constancia de que los residuos del uso de combustibles fósiles van a parar al aire: ni se concentran ni se tratan. Además, sus consecuencias las sufren no sólo quienes los consumen, sino todo el mundo, porque la dinámica atmosférica se encarga de distribuirlos por todo el planeta.
¿Cuánto duran esos residuos? No se sabe bien, pero las estimaciones más realistas son que la vegetación de hace unos veinte años (antes del nivel de deforestación actual de la Amazonia) tardaría entre 2.000 y 3.000 años en fotosintetizar el dióxido de carbono existente en el aire de aquel momento.
Los efectos de la contaminación por residuos derivados de la producción de energía son variados. El que más preocupa desde hace unas décadas es el posible cambio climático provocado por el calentamiento global que esos residuos gaseosos pueden estar generando por efecto invernadero. La lluvia ácida fue también un temor del cual se dejó de hablar por razones que se le escapan a este autor. Sea real o no dicho cambio climático, sea o no responsable del mismo la espeluznante cantidad de dióxido de carbono que estamos lanzando al aire, lo cierto es que continuar haciéndolo es del todo irresponsable.
El lector, en este punto, tuerce el gesto porque adivina por dónde va a ir el resto del capítulo. Las centrales nucleares no contaminan, sus efectos para la salud son mínimos y perfectamente conocidos, sus residuos permanecen localizados y controlados, el combustible está disperso por el planeta y en, digamos, "mejores manos" que los fósiles (¿se entiende?), se vislumbra una tecnología sostenible, es decir, que las centrales produzcan más combustible del que consumen, etcétera, etcétera y bla, bla, bla. Pues sí, de eso va... (...)
(...) Toda la industria energética consume mucha energía. Piénsese sin ir más lejos en el petróleo: hay que incluir prospecciones, explotación, transporte, construcción de toda la maquinaria implicada en cada fase, y un etcétera tan largo como se quiera. Aún más, no me extrañaría que la industria nuclear sea una de las que más energía exigen. La cuestión es ¿por qué no se hacen esas estimaciones con las llamadas energías alternativas?
¿Ha estado el lector alguna vez al pie de un aerogenerador estándar? La torre en su base tiene un grosor de hierro de muchos centímetros, como no puede ser de otra manera ya que ha de sostener no sólo un peso enorme sino hacerlo estable cuando las palas estén en movimiento. Las inmensas palas también hay que fabricarlas a base de energía. Naturalmente, los cimientos de hormigón han de ser formidables (...) ¿Cuánto tiempo tiene que estar produciendo energía un aerogenerador para compensar la energía que consumió su existencia? (...) Su funcionamiento exige estar respaldado por centrales eléctricas de combustibles fósiles o nucleares. Los ecologistas antinucleares no suelen llamar la atención sobre el hecho de que los aerogeneradores implican, no sólo para su construcción sino para su operación, el consumo extra de energía fósil o nuclear.
La otra alternativa es obviamente la energía solar. (...) Alemania, país nublado donde los haya, es el líder de instalación de generación eléctrica solar, tanto térmica como fotovoltaica, y el único país donde los ecologistas antinucleares han tenido responsabilidades de gobierno. En la actualidad Alemania tiene instalados más de 100.000 sistemas solares (paneles fotovoltaicos y espejos) que ocupan una descomunal superficie (unos 10 millones de metros cuadrados). (...) ¿Qué parte de la energía eléctrica consumida por Alemania el año pasado produjo lo anterior? El 0,5%. ¿Cuánta energía exigió esta extraña "labranza y siembra" de campos y praderas alemanes? Casi nadie lo dice. (...)
Este autor está firmemente convencido de que la ciencia y la tecnología optimizarán el rendimiento del aprovechamiento de la energía solar para producir electricidad. Lo que sostiene es que hay que apoyar firmemente la investigación, no subvencionar la instalación masiva e indiscriminada de lo que hay hoy día. Y, por supuesto, aprovechar al máximo la energía solar como ahorro del consumo, por ejemplo para el agua caliente sanitaria. U otras aplicaciones, pero lo que habría que evitar radicalmente son las instalaciones solares para (supuesta o simbólicamente) generar energía eléctrica.
(...) Con los niveles de seguridad exigidos hoy día, una central nuclear es extraordinariamente cara. Esto es completamente cierto. Se habla de varios miles de millones de euros. Seguramente es así y esas fabulosas cantidades son varias veces mayores que las de una central térmica de, digamos, ciclo combinado. Desde luego, la central finlandesa de Olkiluoto va a salir por una cifra espeluznante. Pero ésa no es la cuestión, porque si no hay grupo inversor que afronte semejante gasto, no se construirá central alguna y ya está. En principio, no hay por qué subvencionar nada. Lo que han manifestado los posibles grupos industriales insistentemente es que no les arredra en absoluto los gastos de inversión, sino la ausencia de un compromiso del Estado y social en cuanto a estabilidad de la energía nuclear.
Éste es el problema real (...) porque hay precedentes. La moratoria nuclear de 1983 la declaró el Gobierno de Felipe González con un precio del barril de crudo brent de 20 dólares y unos tipos de interés del 15%. En 2008 ese precio ha rozado los 150 dólares y el promedio de interés en Europa ha estado en torno al 4,5%. En aquellas condiciones económicas, detener las centrales nucleares que estaban en construcción e impedir que se construyesen nuevas no pareció muy oneroso. El compromiso del Gobierno para resarcir a los grupos industriales que habían invertido en las obras en marcha ya he dicho que fue incluir un canon en el recibo de la luz de todos los españoles por un periodo de 25 años. Eso no es una subvención; pero a lo que íbamos es que nada ni nadie garantiza a los industriales que se vuelvan a detener obras iniciadas costosísimas y a lo peor sin que se les resarza de ninguna manera. (Por cierto, una de las personalidades públicas que abogan hoy por la energía nuclear es el propio Felipe González, o sea, 25 años perdidos y una desconfianza generalizada tanto de los antinucleares como de los industriales).
(...) La energía nuclear puede terminar imponiéndose no por razones económicas, ni siquiera por el cambio climático, sino por cuestiones geoestratégicas. Más claro: puede que llegue el momento en que, sin ir más lejos, los europeos fuercen a sus instituciones democráticas a optar por la independencia energética y dejar de estar en manos de todo gobernante democrático o sátrapa que tenga capacidad de estrangular nuestra economía. Y éstos se cuentan por decenas. (...) Lo que tenemos que hacer nosotros, o sea el resto de la población, es presionar para que instituciones como el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) cumplan con su obligación, que no es otra que controlar a la industria en cuanto a seguridad, transparencia y cumplimiento de toda ley y normativa habida y por haber.
(...) Creo que fue en la década de 1970 cuando Brasil comenzó a utilizar alcoholes procedentes de vegetales (caña de azúcar fundamentalmente) como combustible en sus automóviles. No sé cuánto contribuyó aquello a iniciar la deforestación de la Amazonia, pero quizá no fuera ésta la causa del desastre posterior. Unas décadas después, el asunto se extendió a Europa y muchos países. En las gasolineras se empezó a hacer familiar el surtidor etiquetado con un bonito girasol anunciando que expedían biocombustible. Concretamente, biodiesel.
La materia prima decían al principio que era subproductos agrícolas. Como eso ya no se lo cree nadie, se admite que se cultiva y cosecha para ese fin específico. Además, hay subvenciones. (...) Es demasiado sostener que es criminal llenar los depósitos de unos pocos vehículos todoterreno con combustible elaborado con el producto de varias hectáreas de tierra fértil. Lo que sí me atrevo a sostener es lo siguiente. Los biocombustibles tienen prácticamente las mismas virtudes y miserias que los combustibles extraídos del petróleo. O sea, que se basan en el proceso químico de la combustión: producción de energía por reacción de cadenas moleculares orgánicas con oxígeno del aire, generando dióxido de carbono, agua y otros residuos. Desde un punto de vista ecológico pueden ser más desastrosos aún que las gasolinas y gasoil corrientes, ya que esos residuos son más variados. (...)Es opinión (y esperanza) de este autor que los biocombustibles pasarán pronto a la historia no por razones económicas, sino ecológicas, políticas y judiciales; o sea, que se prohibirán.
El lector puede, con razón, haberse formado la opinión de que este autor ataca todo lo habido y por haber con tal de defender las nucleares. Nada más lejos de la realidad. (...) El consumo de energía es desaforado y desacoplado del aumento de bienestar de la humanidad a partir de cierto umbral mínimo. Además de disminuir y racionalizar el consumo, hay que ahorrar (no es lo mismo) y optimizar la generación y distribución de energía, en particular el modo más accesible a ella: la electricidad. Por otro lado, puesto que la agresión al planeta está siendo tan intensa, hemos de pensar en un desarrollo sostenible, palabra que indica que se devuelva a la naturaleza la energía que se consuma de ella.
Las ideas de aprovechar la radiación solar y el viento son magníficas, pero a la vista de lo dicho hasta ahora, ¿se puede vislumbrar un futuro más razonable para estas fuentes renovables de energía? Sinceramente, creo que sí. Empecemos con la solar. Como se ha dicho, el uso de dispositivos solares para promover el ahorro se considera óptimo hoy día. Por ello, paneles para calentar agua con destino sanitario, climatización doméstica, etcétera. deben continuar extendiéndose y apoyándose desde la Administración. (...) Lo que se ha cuestionado en este libro es la producción de electricidad de origen solar como se hace hasta ahora y la (presunta) picaresca en torno a ella. Una solución es destinar las subvenciones, o al menos condicionar la concesión de parte de ellas, a la investigación. (...)
(...) En cuanto a los aerogeneradores, la opinión de este autor sobre su futuro es diferente de la anterior, aunque igualmente distinta de la dominante. Los molinos, cuando sopla el viento, sí tienen un rendimiento en cuanto a producción de electricidad que no es nada despreciable. Al menos son mucho más eficientes que los paneles solares fotovoltaicos. Lo que ocurre es que están sometidos a muchas dificultades técnicas. (...) Una aplicación magnífica de los molinos de viento quizá sea en el futuro la electrólisis de agua para producir hidrógeno. En lugar de destinarlos a la incierta producción de electricidad, cada molino podría conectarse in situ a una unidad electrolítica que fuera, automáticamente, cargando celdas de hidrógeno comprimido.
(...) Algo seguro en cuanto al futuro de la energía nuclear es que si no se construye ninguna central más, su aportación a la generación de electricidad (el 17% de la mundial en la actualidad) disminuirá de manera paulatina hasta 2020 y en esa década caerá en picado hasta que desaparezca en 2040 aproximadamente. Si se construyen las que están planificadas se llegará a 2060, pero la energía que aporten será una proporción casi testimonial en comparación con las térmicas fósiles siempre que el carbón, el gas y el petróleo aún se puedan utilizar. (...)
(...) La energía nuclear no será la panacea de nada, pero perder la gran conquista científico-técnica que supone y el desarrollo futuro de la misma que se prevé con todo rigor, seguramente es un disparate.
Sin embargo, el furor antinuclear ha sido tan intenso que ha calado en la población de muchos países desarrollados con una fuerza impresionante. Por eso el futuro de la generación de electricidad y otras formas de energía a partir del núcleo atómico es incierto, al menos a corto plazo, porque a largo puede que sea inexorable su recuperación. Me refiero, naturalmente, a los países que la prohibieron, la declararon en moratoria o jamás la desarrollaron. Otros, que tuvieron la visión de desarrollar esa fuente de energía en momentos en que era muy cara, porque el precio del dinero era enorme y el petróleo barato y abundante, afrontarán esas décadas futuras de escasez energética con mayores defensas. Hablamos de Francia, sobre todo, y de aquellos que producen más de una tercera parte de su electricidad con centrales nucleares: Bélgica, Suecia, Suiza, Corea del Sur, Japón, etcétera.
Nucleares, ¿por qué no?, de Manuel Lozano Leyva (editorial Debate). Precio: 19,90 euros.
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