Así escriben los condenados a muerte
3.200 presos esperan su ejecución en EE UU. Entretanto, intercambian cartas con el exterior. Estos son algunos ejemplos
El día favorito de Melvin Hardy, de 32 años, es el 21 de cada mes. "El mejor día es cuando llegan las cartas", cuenta. Hardy es uno de los 3.000 presos que tienen un perfil en www.writeaprisoner.com, una web dedicada al intercambio de cartas entre reclusos y el mundo exterior. Entre esos 3.000 hay 300 que están en el corredor de la muerte. El 21 es el día en que recibe, impresos, los correos electrónicos que le llegan. Él responde por envío postal. Hardy ha pasado la mitad de su vida en una celda de nueve metros cuadrados en el corredor de la muerte de una prisión de Raleigh (Carolina del Norte, sureste de Estados Unidos), donde espera su ejecución por inyección letal. En su perfil afirma que le "gusta hablar de cualquier tema bajo el sol. Música, política, el mundo, lo que quieras. Y sobre todo, me encanta aprender". En su primera carta, fechada en marzo pasado, reconoce su culpa, pero insiste en que el trato que recibe es "inhumano". De puño y letra, relata: "Sé que estamos encarcelados y que nos merecemos este castigo, pero esto es más. ¡Es una tortura!".
"Con el tiempo te das cuenta de que estos tipos no son unos monstruos. Yo sé que no lo soy", dice un cuádruple asesino
"Busco a una persona para tener una amistad o quizá algo más", escribe Virginia Caudill, culpable de homicidio
La pena de muerte está vigente en 38 de los 50 Estados de EE UU. Hay cerca de 3.200 reos que aguardan su ejecución en las cárceles estadounidenses. Su vida es distinta de la de otros presos. Son marginados de los programas de educación, tienen más restricciones para visitas y un ínfimo contacto con el exterior. De lunes a viernes, pasan 22 o 23 horas en su celda. Son encerrados durante el fin de semana.
"Desde mi condena, los amigos comenzaron a abandonarme, las cartas dejaron de llegar y las visitas cesaron. Todos se dieron cuenta de que estaría aquí para siempre, que no volveré y siguieron con sus vidas. Hasta las cartas de mi familia disminuyeron. Es la peor sensación del mundo", afirma Hardy en una carta tras ser contactado por EL PAÍS a través de www.writeaprisoner.com. Esta web recibe dos millones de visitas al día, según explica a través de correo electrónico su director, Adam Lovell, de 33 años, y fue fundada hace 10 años. "Todo era mucho más pequeño cuando comenzó. Simplemente quería hacer un sitio de correspondencia para presos", comenta. Cada año, la web reparte 35.000 cartas en más de cincuenta cárceles de Estados Unidos. Aunque el 90% de los presos saldrá libre algún día, los condenados a muerte son "por mucho" los que reciben más correo. "Algunos les escriben por compasión, otros por curiosidad", asegura Lovell.
Los perfiles de los presos ofrecen rostros sonrientes y, en algunos casos, fotografías de su niñez y juventud. Algunos comparten pinturas y poemas. Contrastan con los detalles de los crímenes por los que fueron condenados. "Mis pensamientos derivan como telarañas al viento / Cómo escribo la última carta a mi familia / Cómo podré recordarles cuando mi cuerpo y mente duerman para siempre / Les recordaré como amor", escribe en su perfil Robert Simon, de 47 años, de Misisipi. Fue sentenciado en julio de 1990 por el asesinato de una familia en febrero de ese año. Los hijos tenían 9 y 12 años.
Hardy fue condenado por matar a un miembro de una banda rival. Tenía 18 años y se dedicaba al tráfico de drogas. Habla sin problemas sobre su caso. "Odio lo que hice. El dinero no valía la pena. Si hubiera pensado durante un segundo en el daño que causaría a mi familia y amigos no estaría aquí. Fui egoísta. Ya no tengo 18 años. No soy el mismo, ni siquiera me veo igual", señala.
Entre la sentencia y la ejecución de la condena pasa un promedio de 10 años, según la ONG Death Penalty Information Center, pero algunos presos han llegado a rebasar los 30 años. Hardy lleva 18. "Cuando llegué, no podía creerlo. Esto es el corredor de la muerte. Entonces era el más joven de los seis presos que estaban aquí. No dormía. Pasaba despierto toda la noche con la ropa puesta, hasta que un oficial me ordenó que me desvistiera cuando apagan las luces, a las 11 de la noche".
Robert Garza, de 27 años, lleva solamente siete en el corredor. En sus cartas, no habla demasiado sobre la ejecución que le espera. Si acaso, de modo general. "No se puede hablar de compasión si se promueve la pena de muerte", afirma reiteradamente. Garza era pandillero, fue condenado por el asesinato de cuatro mujeres en un tiroteo causado por un ajuste de cuentas. Si no fuera por el fondo de la imagen, en sus fotos apenas se adivinaría que se trata de un condenado a muerte. La fotografía muestra a un joven moreno, sonriente, con la cabeza rapada y perilla. "Prefiero distraerme, conversar, dibujar. Ya es suficientemente duro estar aquí".
Hardy es meticuloso para describir su rutina. "Las luces se encienden a las seis de la mañana, a las siete cambian los turnos. Cuando recién has llegado, conoces a tus compañeros. 'Hola, soy tal y tal y llevo aquí cinco años'. Es raro, pero con el tiempo te das cuenta de que estos tipos no son monstruos. Yo sé que no lo soy". Garza, por el contrario, no detalla sus circunstancias. Si acaso, menciona lo que le gustaba hacer cuando estaba "fuera": ir al cine -La jungla de cristal es su película favorita- y la música hip-hop. Quiere saber "¿cómo es la vida allá?", y responde con alegría cuando recibe una postal. "Este es un sitio solitario", cuenta.
Tras la ejecución, el pasado jueves, de Teresa Lewis en Virginia -la primera mujer en 2005-, en Estados Unidos hay 52 mujeres en el corredor de la muerte. De los 300 perfiles de condenados a muerte que hay en la web, tres son mujeres. Una de ellas es Virginia Caudill. "Busco a una persona para tener una amistad o quizá algo más, alguien con quien compartir mis pensamientos". Caudill fue sentenciada a la pena capital en 2000 en Kentucky por asesinar a una mujer de 73 años.
"Me gusta recibir cartas de gente que vive en el extranjero. Nunca viajé fuera de aquí, ahora lo único que me queda es imaginar", cuenta Garza. Pese a sus raíces latinoamericanas (sus abuelos nacieron en el Estado mexicano de Nuevo León), Robert habla muy poco español. Tiene buena letra, y suele dibujar en sus mensajes una carita sonriente. No tiene problemas en hablar sobre la pena de muerte -"mi meta es que un día se logre abolir"-, pero no sobre su condena. Quizá siguiendo el consejo de su abogado. Tampoco habla de la familia, a la que no ve. "No me gusta mucho hablar de eso. Les quiero y les echo de menos". Tiene dos hijos: Robert, de seis años, y Rylie, de cuatro. Su esposa Jennifer explica que antes les decía que "su padre estaba de vacaciones y que pronto iba a volver con nosotros, aunque el mayor ya se da cuenta. Pregunta por él y se pone muy triste". Su madre, Silvia, es activista contra la pena de muerte y ha denunciado contradicciones en el juicio de su hijo.
Hardy no tiene hijos, pero considera que los niños son los primeros que deberían enterarse de las condiciones en las que vive. "Todos deben saber cómo se vive aquí. Los niños deberían disfrutar de la vida, y no pensar en cómo robar o vender droga para comprar cosas que no necesitan. Mucha música [hip-hop] glorifica el tráfico de drogas y los crímenes. ¿Por qué estos raperos no dicen la verdad? Si vendes drogas, vas a la cárcel o te mueres. La cárcel no es guay, es real y las palabras no me alcanzan para describir el sufrimiento que veo aquí todos los días. ¿Este es el precio que están dispuestos a pagar para llevar esa ropa? No merece la pena. Sé que puede ser atractivo cuando eres joven, pero ahora, con 32 años, me doy cuenta de lo estúpido que fui. No quiero que esto le pase a nadie más".
Adam Lovell, el director de la web, explica que "lo más terrible" en la vida de los condenados a muerte es la soledad. Su vida ha estado relacionada con la prisión desde su niñez. Su madre fundó un centro de alfabetización en un penal de Pensilvania. "Los prisioneros que reciben cartas tienden a comportarse mejor en prisión, les mantiene lejos de los problemas".
Su web se inició como un proyecto sin ánimo de lucro, pero comenzó a cobrar hace seis años. El coste para que un preso cuelgue durante un año su información y fotografía es de 40 dólares (30 euros). Lovell argumenta que el dinero sirve para pagar su propio sueldo, el de dos empleados a tiempo completo, un programador y dos trabajadores a tiempo parcial que les ayudan "a fin de año, la temporada con más trabajo". A los usuarios, el sitio únicamente les exige tener más de 18 años (aunque no se pide ningún tipo de identificación para comprobarlo) y recomienda usar como remitente un apartado postal. "Lo más importante es humanizar al preso. Son también personas", subraya. "Hay mucha gente con prejuicios", escribe Robert en junio. "Nadie presume de que un amigo suyo está condenado a muerte". Pese a que son pocas las palabras que dedica a su destino, Robert se muestra optimista. "Nunca he dejado de creer en los milagros ni en la compasión de los demás".
"Durante muchos años pensé que mi vida no valía nada porque era un condenado a muerte. La verdad es que nunca vi el potencial que tenía. Pude haber sido un buen hijo, un buen hermano, un buen esposo, un buen amigo y sobre todo, un gran hombre. Pero creo que no me puedo rendir por tener una sentencia a muerte. No estoy muerto. La vida en prisión es difícil pero no inaguantable. He decidido jugar con la mano que la vida me ha dado. ¿Qué otra opción tengo?", afirma Hardy.
"Estoy muy agradecido a los que se han tomado el tiempo para conocerme. Espero demostrarles que no todos los que estamos aquí somos gente horrible. A veces solamente se trata de personas que tomaron malas decisiones en su juventud, pero no malas personas. Y esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Nadie se merece esto. Yo no soy un monstruo". Cada una de sus cartas termina con la misma despedida -"Sincerely" (sinceramente)- y tienen el mismo final: "Gracias por su última carta". Lo peor es que sabe que llegará un mes en el que ya no habrá un día 21.
Otros casos de condenados
Lisa Montgomery. 42 años. Kansas.
Mató a una embarazada para robarle al bebé
"Estoy interesada en intercambiar cartas con alguien que quiera realmente conocerme. Se han dicho muchas cosas negativas sobre mí en los medios de comunicación, pero me gustaría conocer a alguien que pueda ver todo lo positivo que hay en mí. Me gusta tejer sombreros y calcetines y leer libros clásicos y de historia".
En diciembre de 2004, Lisa Montgomery, casada y con tres hijos, estranguló a Bobbi Jo Stinnet, embarazada de ocho meses, le abrió el vientre y le robó al bebé, una niña que planeaba criar como si fuese suya.
Montgomery llevaba meses fingiendo estar embarazada y le dijo a su marido que había dado a luz mientras estaba de compras.
Daniel A. Troya. 27 años. Florida
Cosió a tiros a un matrimonio y a sus dos hijos
"Mis amigos me llaman Homer y busco amigos que me ayuden en este viaje llamado corredor de la muerte. Aunque mi situación actual es muy solitaria y deprimente, me resisto a que me quiten lo mejor de mí. Independientemente de mi situación, me gustaría ser la persona que ponga una sonrisa en tu cara".
Daniel Troya fue condenado en 2009 junto con Ricardo Sánchez por coser a tiros a José Luis Escobedo, de 28 años, a su esposa Yessica Guerrero, de 25, y a sus dos hijos Luis Julián y Luis Damián, de cuatro y tres años, respectivamente. El motivo fue una deuda por narcotráfico. Troya tenía entonces 23 años y conocía a las víctimas.
Kerry Lyn Dalton. 55 años. California
Tortura y muerte de una joven drogadicta
"Tuve una vida muy libre y alocada (lo que, naturalmente, me llevó hasta aquí), pero he crecido mucho en otros sentidos. ¿Mi crimen? Fui condenada sin que apareciese el cuerpo del delito, ni el arma y sin evidencias. Nunca tomo lo que no es mío. Quiero sonreír y reír y divertirme. Me considero lista y me encanta la música, es mi gran escape".
Kerry Lyn Dalton fue condenada por la tortura y el asesinato en junio de 1988 de Irene Louise May, de 23 años, a la que acusó de haber robado sus joyas. Las dos eran drogadictas. Dalton confesó el crimen en un interrogatorio y detalló que le había inyectado el líquido de una batería. El cadáver de May nunca fue hallado.
Arthur Williams. 51 años. Minneapolis
Asesinato de un policía
"¿Sabes por qué el pájaro canta en la jaula? Porque, pese a su situación, no han roto su alma. Soy más espiritual que religioso. Leo mucho: periódicos, revistas y dos libros por semana. Juego al ajedrez y escribo poemas y ensayos. Disfruto mucho escribiendo cartas. No necesito una mano afuera, solamente un apoyo".
Arthur Lee Williams fue condenado en 1983 por el asesinato del policía Daryl Shirley, de 34 años. Shirley iba de paisano y, según testigos, agredió primero a Williams. El condenado sostiene que es inocente y ha denunciado que se le negó el derecho de llamar a su abogado, así como otras irregularidades en su arresto y posterior enjuiciamiento.
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