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'Un guardia civil en la selva' | LECTURA

Las atrocidades del teniente Ayala

El antropólogo Gustau Nerín indaga en 'Un guardia civil en la selva' (editorial Ariel) sobre el comportamiento de los primeros colonos españoles en Guinea Occidental

A l dar inicio la I Guerra Mundial, en la Academia Militar de Toledo estudiaba un escuchimizado adolescente de 17 años llamado Julián Ayala Larrazábal. Aquel joven no había acabado en un centro así por casualidad. Como tantos compañeros suyos, Ayala procedía de una familia de militares: su padre era capitán de la Guardia Civil (...).

En agosto de 1917, quienes vieron al oficial dirigirse al barco correo de la Transatlántica, en Cádiz, no podían sospechar que aquel joven llegaría a ser tan odiado (...). El 29 de agosto de 1917, Ayala contempló al fin la bahía de Santa Isabel (...). Aunque en Santa Isabel había una élite de negros acomodados (los llamados fernandinos o krio), la jerarquía colonial era estricta. Muchos blancos llevaban armas cortas para intimidar a los negros. Los colonos solían pasearse por la ciudad en tipois, una especie de carretas transportadas por dos negros, uno delante y otro detrás. Los guineanos no podían entrar en ciertos establecimientos, y el Gobierno se aseguraba de que los blancos no llevaran a cabo tareas que requiriesen ejercicio físico para evitar el "desprestigio" de la "raza" (...).

Cualquier resistencia a la autoridad se castigaba de forma contundente. Algunos fang fueron ejecutados
Las tropas efectuaban inserciones en los pueblos osumu y se los llevaban a Mikomeseng. Les esperaba la horca
Ayala ejercía su mandato sobre media Guinea continental, pero eran apenas unas cuantas aldeas
La ocultación de los crímenes de Ayala y del Gobierno colonial empezó en el mismo instante en que se produjeron

Durante la I Guerra Mundial, dada la inestabilidad imperante en la región (Guinea era colonia española desde 1900), solía remunerarse la labor de quienes colaboraban en las tareas colectivas. Pero muy pronto se puso fin a tales recompensas. "Prestación no paga nada", se decía en Guinea, y aún hoy día los fang emplean un irónico juego de palabras sobre las "prestaciones" "sin devoluciones". Durante el periodo que Ayala pasó en Mikomeseng, la única compensación que recibían los negros por las prestaciones -cuando recibían alguna- eran escasas hojas de tabaco tipo Virginia. Y solamente porque los españoles propiciaban que los fang se convirtieran en adictos al tabaco y al alcohol, ya que así dependían en mayor medida del comercio europeo.

La justicia colonial constituía la base de los trabajos forzados. Ayala y los jefes de puesto de la Guardia Colonial eran las únicas personas con poderes legales para impartir justicia en el interior del país, y al mismo tiempo eran los principales interesados en el reclutamiento de trabajadores. Por ello, los culpables de delitos leves eran condenados a "colaborar" durante un tiempo en los "trabajos colectivos" (...).

Cualquier resistencia a la autoridad se castigaba de forma contundente. Algunos fang del este del Muni, por haber rechazado las prestaciones, fueron ejecutados. En una encuesta oficial, un testimonio aseguró que Ayala había ordenado el fusilamiento de treinta personas que se habían negado taxativamente a participar en las prestaciones. En 1925, un guardia llegó a un poblado de la zona de Ebibeyín y exigió braceros para la construcción de un puente. Los habitantes de la aldea lo desarmaron, lo ataron y lo devolvieron al destacamento. Antes de soltarlo, el jefe le formuló una seria advertencia: "En este pueblo no quiero ver guardia ninguno, y nosotros no trabajamos ni en el puente ni en los caminos". El áscari volvió del puesto junto a varios compañeros y arrestaron al jefe y a unos cuantos hombres del pueblo. Los militares les dieron una paliza brutal. Luego los sometieron a juicio. Se les condenó a cuatro años de trabajos forzados en las plantaciones de Fernando Poo ("Marfú", como denominaban los fang a la isla). Un médico colonial definió Fernando Poo como un "inmenso cementerio que anualmente se traga más de la veinteava parte de los braceros que acuden allí". En las plantaciones, la alimentación era escasa, y el trato, pésimo (...).

Ayala, teóricamente, ejercía su mandato sobre media Guinea continental, pero eran apenas unas cuantas aldeas situadas a escasa distancia de la frontera de Camerún las que se hallaban sometidas a la influencia efectiva de los destacamentos de la Guardia Colonial. Los caminos construidos a lo largo de la frontera oriental llegaban hasta rincones muy lejanos, pero por sí mismos no servían de mucho. En numerosos pueblos de la zona, los europeos no eran bienvenidos (...).

Ayala convirtió Mikomeseng en su hogar. Pasaba largas temporadas en el puesto de la Guardia Colonial o viajando por las inexploradas selvas del interior. Rara vez podía desplazarse a Bata. Durante su estancia en el destacamento, probablemente nunca tuvo ocasión de ir con ninguna blanca: en la Guinea continental tan sólo había 13 mujeres occidentales (y 74 hombres). El teniente, para superar la soledad, mantuvo un idilio con una mujer fang. No era un caso excepcional: los colonos solían mantener relaciones con mujeres negras. El propio Barrera tenía fama de mujeriego, y en Santa Isabel se aseguraba que, pese a su avanzada edad, aún iba detrás de las negras. En la metrópoli, aquellas relaciones se juzgaban con severidad, pero en la colonia eran habituales, aunque en principio los blancos prefiriesen a las mujeres blancas. El periodista Julio Arija, "heraldo infatigable y romántico de las grandezas de Fernando Poo", reconocía sin paños calientes que al principio las negras le daban asco (...).

La represión contra los osumu fue despiadada. Los fang estaban habituados a otro tipo de guerra. Antes de la llegada de los occidentales, cuando un clan fang se enfrentaba a otro, no se lanzaban a un combate exterminador, sino que se limitaban a atacarse mutuamente en una serie de pequeñas escaramuzas que se saldaban con un número limitado de víctimas, básicamente heridos. Los vencidos emprendían la retirada hacia otra zona y no eran perseguidos: nadie pretendía borrarlos de la faz del planeta. De ahí que los osumu y los demás fang de Mikomeseng quedaran estupefactos ante la violencia de la ofensiva española. La guerra no tenía reglas: ni niños ni ancianos ni mujeres escapaban de la represión. La estrategia bélica hispana incluía violaciones, robos, quema de poblados...

Algunos osumu fueron lanzados al río Wele para que se ahogaran como se había ahogado el áscari que había iniciado el conflicto. En otros casos, Ayala ejecutó a los rebeldes en persona, a tiros, como reconoció uno de sus compañeros de armas. Y para ahorrar munición, el oficial ordenó a sus hombres que ejecutasen a los presos a golpes. Las tropas efectuaban inserciones en los pueblos osumu y se llevaban a todos sus habitantes a la ciudad de Mikomeseng. Les esperaba la horca. Ayala hacía que los colgaran de la monumental acacia que presidía el campamento de la Guardia Colonial. Se trataba de ejecuciones públicas, y los fang de la zona estaban obligados a presenciarlas.

Los cadáveres de las víctimas se arrojaban a una fosa común. Varios hombres de la zona, entrevistados en 2005 en un poblado situado a escasa distancia de Mikomeseng, coincidían en su versión de los hechos: "Ayala cavó un hoyo de más de 20 metros de hondo. Allí echaba a la gente, incluso viva. Es donde ahora está el estadio. Los traían de otras partes a los osumu, pero a todos ellos los mataban en Mikomeseng. La gente todavía sabe que es allí donde los mataron". La fosa excavada por Ayala, que muchos fang de Mikomeseng conocen, jamás ha sido reabierta (...).

Sin duda alguna, el genocidio de los osumu fue una de las acciones más brutales de las llevadas a cabo por Ayala. Si se le sigue recordando en Guinea, es sobre todo por aquel episodio. Pero el ataque contra dicho clan no supuso un acontecimiento aislado, sino que entraba de lleno en la lógica represiva del colonialismo español. En el África colonial, los europeos no vacilaban en matar, robar y destruir cuanto se les pusiera por delante si ello servía para acabar con la resistencia de los "salvajes". Puede que Ayala fuese el militar más violento de todos los destinados en Guinea, pero para obligar a un pueblo libre a doblegarse ante el dominio colonial hacían falta, obviamente, hombres violentos.

Ayala no era un sádico, como su jefe, el coronel Tovar de Revilla. No disfrutaba con palizas y torturas. Era un hombre frío y falto de pasión. Hacía sencillamente lo que consideraba más práctico, y no tenía ningún reparo en utilizar los métodos más brutales para hacer efectiva la colonización (...).

En 1924, Ayala ejecutó de un disparo en la nuca, personalmente, a algunos fang que se habían negado a efectuar las prestaciones. Y el oficial no ocultaba sus crímenes, sino que intentaba que se difundieran lo máximo posible para intimidar a los habitantes de su circunscripción (...).

La ocultación de los crímenes de Ayala y del Gobierno colonial empezó en el mismo instante en que se produjeron. Hechos tan graves no podían ser ignorados en una colonia tan reducida, en la que todo se sabía. Sin embargo, desde 1921 hasta 1931, sin que los colonos de Guinea protestaran, el teniente y numerosos guardias coloniales y funcionarios cometieron incontables crímenes: asesinatos, robos, destrucción, toma de rehenes, capturas de trabajadores... Y fueron muy pocos los colonizadores que levantaron la voz contra aquellos incidentes. El mundo colonial callaba: estaba dispuesto a proteger a Julián Ayala. No es casual. Los colonos sabían que los guineanos no cederían fácilmente a sus exigencias. Los fang no querían entregar sus tierras a los colonos. Los fang no querían pagar impuestos. Los fang no querían que se abusara de ellos en las prestaciones. Para colonizarlos hacían falta hombres inflexibles, como Ayala, y todos los colonos eran conscientes de ello.

Por eso la sociedad colonial no tan sólo amparaba a Ayala y a sus hombres, sino que además no admitía ninguna crítica relativa a los abusos coloniales. La revista de los claretianos La Guinea Española negaba la existencia de maltratos en África ecuatorial y elogiaba la labor de los europeos que colonizaban a "los negros del Congo, que son los más salvajes, los de mentalidad más embrionaria, más lúbrica, y borrachos...." (entre aquellos negros del Congo, tan perversos, también había fang).

La conquista de la Guinea continental coincidió en el tiempo con la Guerra de Marruecos. La muerte de miles de españoles en las trincheras norteafricanas acentuó la brutalidad del colonialismo hispano.

La Guardia Colonial colaboró en el reclutamiento de mano de obra. Cualquier pretexto legal servía para obligar a los guineanos a trabajar en las plantaciones.
La Guardia Colonial colaboró en el reclutamiento de mano de obra. Cualquier pretexto legal servía para obligar a los guineanos a trabajar en las plantaciones.

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