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Reportaje:EL DÍA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

Thatcher contra Berlín

Documentos revelados en el Reino Unido muestran la crudeza con que la Dama de Hierro se opuso a la reunificación alemana. Las objeciones del presidente francés fueron más discretas

Las reticencias de Margaret Thatcher hacia la reunificación son conocidas. Pero esa posición, que se apoyaba en su miedo a que pudiera hacer descarrilar el proceso de reformas que Mijaíl Gorbachov estaba impulsando en la Unión Soviética o arrastrar a la Alemania unida a una posición de neutralidad que pusiera en peligro la seguridad europea, escondía también una profunda desconfianza hacia los alemanes puesta ahora de relieve por una larga serie de documentos de la época publicados por el Foreign Office. Su posición provocó enormes fricciones con el servicio diplomático del Reino Unido, temeroso de la pérdida de influencia británica en Alemania y en Europa.

Casi 250 minutas, telegramas y comentarios internos que circularon en el ministerio entre abril de 1989, cuando se agudiza la crisis en la RDA, y el 30 de noviembre de 1990, casi dos meses después de la reunificación, iluminan la profundidad de ese resquemor, del que también participaba el presidente de Francia, François Mitterrand. Pero mientras Mitterrand supo presentar en público una imagen más moderada, la Dama de Hierro tardó meses en darse cuenta de que la reunificación era inevitable.

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Thatcher actuó ante la cuestión alemana como tantas veces han hecho los británicos respecto a la construcción europea: primero, intentando impedirla; luego, intentando retrasarla, y finalmente, subiéndose al carro para intentar modelarla de acuerdo a sus conveniencias.

La Dama de Hierro defendió primero sólo el derecho de los alemanes a la autodeterminación. Luego intentó que la unidad alemana se acordara, pero no entrara en vigor hasta después de una larga fase transitoria. Por fin, cuando era ya inevitable, apareció el Reino Unido pragmático, contribuyendo de manera ejemplar a las negociaciones entre las Cuatro Potencias y las dos Alemanias que darían respaldo político y jurídico internacional a la unificación.

Las malas relaciones entre Thatcher y el canciller alemán, Helmut Kohl, llegaron a alertar al presidente de Estados Unidos, George Bush padre, que intentó mediar a través de un miembro de su Consejo Nacional de Seguridad, Bob Blackwill, según una nota enviada el 18 de septiembre de 1989 por el embajador británico ante la OTAN, sir Michael Alexander, a sir Patrick Wright, jefe del Servicio Diplomático del Foreign Office.

En la nota explica que el funcionario americano le ha transmitido la preocupación de Bush porque Kohl se refiere a Thatcher como "esa mujer" y el tono peyorativo en que Thatcher se refiere a los alemanes y en particular al ministro de Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, en sus conversaciones privadas. Y le pregunta si hay alguna forma de que Bush le pida a Thatcher "por favor, no te excluyas tú misma del juego" sin ofenderla. "Le recordé a Blackwill que llevo años intentando defender el caso de Alemania y Europa por escrito y de viva voz, y está claro que he fracasado en mis intentos de convencerla", relata el embajador.

Pero donde la desconfianza hacia Alemania y hacia la reunificación, tanto de Thatcher como de Mitterrand, se hace más patente es en varias entrevistas personales que ambos mantuvieron durante la crisis, de las que da cuenta Charles Powell, secretario privado para Asuntos Exteriores de la primera ministra.

La primera fue el 8 de diciembre de 1989, tras una reunión del Consejo Europeo en Estrasburgo. Mitterrand se declara muy preocupado con Alemania y asegura que Gorbachov le ha hablado del asunto con dureza y que ha llegado el momento de actuar.

Thatcher está de acuerdo, relata Powell: "Si no vamos con cuidado, la reunificación se va a llevar a cabo. Si eso pasa, todo se vendrá abajo en Europa: la estructura de la OTAN y el Pacto de Varsovia; las esperanzas de Gorbachov de llevar a cabo las reformas. No hay duda de que Gran Bretaña, Francia y otros países europeos se van a resistir. Pero probablemente tendremos que afrontar un hecho consumado. Por eso Thatcher cree que hay que tener una estructura para evitar que eso ocurra, y la única forma posible es un acuerdo de las Cuatro Potencias".

"La primera ministra dice que el canciller Kohl no tiene sensibilidad hacia los otros países y parece haber olvidado que la división de Alemania fue el resultado de una guerra que empezó Alemania", escribe Powell. Mitterrand dice que "Rusia no puede hacer mucho, y Estados Unidos no tiene la voluntad de hacerlo. Todo lo que queda es Gran Bretaña y Francia. Le da miedo que él y la primera ministra acaben viéndose en la situación de sus predecesores en los años treinta, que no fueron capaces de reaccionar frente a la constante presión de los alemanes".

Seis semanas después, el 20 de enero de 1990, Mitterrand y Thatcher se encuentran de nuevo, esta vez en el Elíseo. Powell arranca su minuta sobre la reunión explicando que "se acordó que no se dijera nada a la prensa sobre la sustancia de la discusión". Y hubo mucha sustancia.

Thatcher destaca que "los alemanes parecen haber asumido que pueden meter a Alemania del Este en la Comunidad Europea. No es imposible que este mismo año haya una decisión en principio favorable a la reunificación. Eso nos puede crear un gran problema y puede en particular crear problemas a Gorbachov".

Mitterrand está de acuerdo en que la reunificación es un problema central para el Reino Unido y para Francia. "La repentina posibilidad de la reunificación ha sido como una especie de golpe mental para los alemanes. Ha tenido el efecto de convertirles otra vez en los malos alemanes del pasado. Se están comportando con cierta brutalidad y concentrándose sólo en la reunificación y nada más. Mitterrand cree que Europa no está todavía preparada para la reunificación. Y que algunas de las manifestaciones en la RDA han sido incentivadas por agentes de la RFA, aunque no necesariamente enviados por el Gobierno.

Luego, el presidente francés da paso a las confidencias. "Como la primera ministra es una amiga cercana y han trabajado juntos, le puede decir en absoluto secreto lo que les ha dicho al canciller Kohl y al señor Genscher. Ha sido muy directa con ellos. Les ha dicho que sin duda Alemania puede si lo desea conseguir la reunificación, meter a Austria en la Comunidad Europea e incluso recuperar otros territorios que perdió como consecuencia de la guerra. Pueden incluso tener más territorio del que tenían con Hitler. Pero tienen que tener presente las consecuencias. Podría apostar a que en esas circunstancias la Unión Soviética despacharía un enviado a Londres para proponer un Tratado de Reinstauración y el Reino Unido estaría de acuerdo. El enviado podría ir a París con la misma propuesta y Francia estaría de acuerdo. Y después estaríamos todos de vuelta en 1913. No le estaba pidiendo a los alemanes que renuncien a la idea de la reunificación. Pero deben entender que las consecuencias de la reunificación no acaban en las fronteras de Alemania".

De todas formas, la conclusión de Mitterrand era que "sería estúpido decir no a la reunificación" y que "en realidad no hay fuerza en Europa que pueda impedir que ocurra". "La primera ministra no estaba necesariamente de acuerdo en que no se podía hacer nada. Si otros países exponían todos juntos sus puntos de vista se podría influir en Alemania". El objetivo debía ser "ralentizar la reunificación". "Deberíamos decirles a los alemanes que la reunificación llegará algún día, pero que no estamos preparados todavía. Deberíamos insistir en que los acuerdos están para cumplirlos y que Alemania del Este tiene que ponerse a la cola para entrar en la Comunidad. Tenemos que intentar comprometer a los alemanes a un sustancial periodo transitorio".

La hostilidad de Thatcher hacia una Alemania poderosa se refleja también en el recuento que hace la ex ministra francesa Elisabeth Guigou de otra entrevista entre ambos mandatarios en septiembre de 1989. Thatcher le explica a Mitterrand que ha leído mucho sobre Alemania ese verano y que opina que "sería intolerable que hubiera una moneda única con una Alemania unificada". El presidente francés, con una visión siempre política de la construcción europea, le responde que está menos alarmado que ella en ese sentido porque "una moneda única actuaría como factor moderador en una Alemania unificada".

Ese mismo mes, en una visita a la URSS, la primera ministra británica le explica a Mijaíl Gorbachov: "Gran Bretaña y Europa Occidental no están interesados en la unificación de Alemania. Las palabras ante la OTAN pueden sonar diferentes, pero no las tenga en cuenta. No queremos la reunificación de Alemania".

"La visión de la primera ministra es que nuestras prioridades deben ser ver la democracia asegurada en Alemania del Este y en toda Europa del Este al tiempo que manejamos la situación de tal forma que no ponga en peligro a Gorbachov", aclara el 14 de noviembre Charles Powell, mano derecha de Thatcher.

"Los alemanes ven nuestra posición como fuera de la corriente mayoritaria. Eso mismo creen los americanos, me parece. Empezamos a parecer más monárquicos que el rey", advierte el 29 de noviembre sir John Fretwell, director político del Foreign Office.

"La posición del Reino Unido se ve aquí quizá como la menos positiva de los tres aliados occidentales y la menos importante. Tenemos que presentar nuestra posición de la manera más positiva que podamos", alerta el 9 de enero de 1990 el embajador en Bonn, sir Christopher Mallaby. "Me sigue preocupando que a pesar de nuestro consistente apoyo al principio de unidad alemana a través de la autodeterminación, el Reino Unido siga siendo visto como opuesto, o al menos intentando frenar, la reunificación". "Los franceses, cuyas dudas son al menos tan fuertes como las nuestras, han conseguido mantener una imagen pública más positiva. Los Estados Unidos son vistos como los que más apoyan las aspiraciones alemanas", añade. Y subraya el impacto negativo de una declaración del ministro de Exteriores, sir Douglas Hurd, en diciembre diciendo que "la reunificación alemana no está en la agenda" y la afirmación de Thatcher ese mismo mes en Bruselas de que "la reunificación no debería ocurrir antes de 10 o 15 años".

La respuesta de Thatcher es lapidaria: "La primera ministra ha visto el telegrama número 12 de Bonn sobre nuestra posición pública en torno a la cuestión alemana y cree que muestra una falta de comprensión de nuestra política que le parece alarmante".

La frustración del Foreign Office es palpable en un comentario de Peter Weston, director político para Europa, acerca de una nota interna de 19 de enero en la que se enfatiza que "lo que hagamos y digamos sobre Alemania en los próximos meses dejará huella". "Creo que ese punto está ampliamente asumido en el Foreign Office. El problema está en el Número 10", se lamenta.

Una entrevista de Thatcher a The Wall Street Journal a finales de enero provocó la ira del canciller alemán. "Kohl dice que no tiene nada contra la primera ministra, pero no está contento del estado de nuestras relaciones oficiales. Cita la entrevista de la primera ministra en el WSJ. Ha conocido a la primera ministra desde hace 15 años. ¿Cómo puede acusarle de nacionalismo?", sintetiza el secretario privado de sir Douglas Hurd en un mensaje a Charles Powell.

Pero Thatcher no cambió. En un coloquio con jóvenes conservadores en Torquay, el 10 de febrero de 1990, sostuvo que Alemania necesita el visto bueno del resto de Europa para la reunificación. Le responde el secretario de Estado alemán de Interior, Ottfried Henning: "Lo que ha dicho la señora Thatcher es completamente incomprensible e infundado. (...) En un momento en que Helmut Kohl maneja con éxito la política internacional y está a punto de pasar a la historia como el canciller que trajo la unidad a Alemania, la señora Thatcher no debería apuñalarle por la espalda". El 22 de febrero, el embajador en Bonn sentencia: "La imagen británica en Alemania está a su nivel más bajo desde hace años".

Thatcher y Mitterrand, el 14 de julio de 1989, durante la ceremonia de apertura de la cumbre del Grupo de los Siete celebrada en París. 
Foto: AFP
Thatcher y Mitterrand, el 14 de julio de 1989, durante la ceremonia de apertura de la cumbre del Grupo de los Siete celebrada en París. Foto: AFPAFP

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