Murdoch sacude los pilares del templo
La compra de The Wall Street Journal por News Corp, la megaempresa mediática del australiano Rupert Murdoch, ha sido como una invasión de cowboys en un convento. O un encuentro entre Cocodrilo Dundee y la Madre Teresa. Seis meses después, las monjas todavía no saben si deben sentir terror o gratitud.
La reputación de Murdoch le precede. Nada tiene que ver con el espíritu "mojigato" que, según le gusta decir entre sus colegas más cercanos, prevalece en las altas esferas del periodismo estadounidense y que define a su buque insignia y gran objetivo en sus miras: The New York Times. Murdoch considera que el periodismo es una rama más del entertainment, del show business; es decir, primo hermano del cine y la televisión. El australiano percibe que, en la lista de prioridades del gran diario neoyorquino -y en la de The Washington Post, Chicago Tribune, Los Angeles Times y, hasta hace muy poco, del propio Journal-, narrar bien una historia no ocupa un puesto muy alto. En la escuela americana del periodismo, los valores sagrados corresponden más a los de un abogado, un profesor de historia o un teólogo. Lo que importa no es entretener, sino educar con precisión, con rigor y con aquella sagrada objetividad de la que tanto se jactan, y en la que creen con tanto fervor que su fe no se ha visto minada por el trabajo de propaganda a favor del presidente Bush que, sin darse cuenta, hizo gran parte de la prensa seria norteamericana entre los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Irak de marzo de 2003.
Murdoch considera que el periodismo es una rama más del 'show business', primo hermano del cine y la televisión
Los temores a que el WSJ gire más a la derecha son infundados, ya que si lo hiciese caería en el vacío
En plena crisis de la prensa, el 'Journal' contratará más reporteros y aumentará las páginas de política nacional
"No quiero más artículos con el periodo de gestación de la llama [12 meses]", asegura el nuevo director
Naturalmente, los periodistas consultados para este reportaje durante una reciente visita a Nueva York, tanto del Journal como del Times, se sentían desconcertados ante la amenaza filosófica que representa Murdoch; ante el temor de que la pureza del periodismo norteamericano se vea contaminada por la irreverencia que caracteriza el oficio en el Reino Unido y Australia, las dos cunas del imperio News Corp.
Si en algunos casos estaban dispuestos a aceptar que quizá exista algún valor en la revolución que propone Murdoch, si no descartaban del todo la posibilidad de reexaminar la viabilidad del dogma americano, era porque los medios escritos en Estados Unidos están atravesando una crisis sin precedentes. El monstruo de Internet está devorando buena parte de la publicidad históricamente destinada a los periódicos (perdieron el 10% de sus ingresos publicitarios en 2007) y, como consecuencia, grandes instituciones americanas como Los Angeles Times, Chicago Tribune y The Washington Post se han visto obligadas a hacer drásticos recortes de gastos. Los Angeles Times, el gran periódico de la Costa Oeste, ha reducido su plantilla de 1.200 a 800 trabajadores, y se prevén incluso más despidos, con lo cual su pretensión histórica de ser un periódico nacional está en vías de extinción. Cada vez más, lo que queda del diario se va a ir centrando en la cobertura local. Así, al menos, lo ven algunos periodistas entrevistados por EL PAÍS. Ninguno de ellos quiso que su nombre apareciera publicado, lo cual tiene su ironía; pero su insistencia en hablar off the record se basaba en la misma lógica que la de cualquier otra fuente, sea en el mundo de la política, la economía o el deporte: el miedo a meter la pata y poner en riesgo su futuro.
El clima de terror profesional se heló incluso más en febrero, cuando el mismísimo The New York Times anunció que eliminaría cien puestos de su plantilla. Si el gran referente del mundo periodístico daba señales de tambalearse, ¿quién estaba a salvo? Una posible respuesta: el Journal. No sólo por el enorme capital que posee News Corp -dueño de Twentieth Century Fox, Fox Television, The New York Post y los británicos The Times, The Sunday Times, The Sun y News of the World, entre muchos-, sino porque Murdoch ha indicado que piensa reclutar a más periodistas. Lo tiene que hacer por el sencillo motivo de que, tras adquirir el diario por 5.000 millones de dólares (unos 3.200 millones de euros) el pasado diciembre, se han incrementado las páginas dedicadas a cubrir la política nacional. Otro dato incluso más significativo, y que ha causado sorpresa entre los escépticos, es que existen planes avanzados para ampliar también la cobertura de noticias internacionales, para crear nuevas corresponsalías.
Esto parece ir en contra de la percepción generalizada de que Murdoch va a importar al Journal la gamberra frivolidad de los ingleses. "Es verdad que, desde que llegó Murdoch, ha habido pocos cambios en cuanto a lo que se ve en el periódico, e incluso algunas cosas nuevas buenas", reconoció un opositor a Murdoch dentro del Journal, uno de los muchos que murmuran en la clandestinidad contra su nuevo propietario. "Pero hay señales, nubes, malos augurios". ¿Como cuáles? "Primero, que hace un mes, Murdoch echó al director, Marcus Brauchli, y puso en su lugar a uno de sus lugartenientes incondicionales, un australiano que lleva la mayor parte de su carrera trabajando en el periodismo inglés. Tememos que él sea el portador de la plaga inglesa".
Robert Thomson, también australiano de nacimiento, fue director del Times de Londres durante seis años, y antes corresponsal del Financial Times. Tiene fama de ser un excelente periodista y de haber sido muy popular como director del Times. Sin embargo, el rebelde del Journal contactado por EL PAÍS, portavoz no oficial de una buena parte de la pantilla, tiene sus dudas. "Cuando Thomson se ha dirigido a nosotros ha sido con un tono condescendiente que ha causado gran irritación. Nos ha dicho cosas como 'aquí existe un gran potencial que no se ha acabado de explotar del todo', u 'os vamos a ayudar a ascender a un nivel más elevado'; es decir, 'ahora los profesionales estamos al cargo, confiad en nosotros y aprenderéis a hacer periodismo de verdad'. ¡Repugnante! Más aún porque lo que quieren decir con esto es que nos van a impregnar del periodismo tendencioso que se hace en el Reino Unido".
Aquí es necesaria una aclaración. La persona que estaba hablando es un reportero del Journal, no un columnista de opinión. Las páginas de opinión del Journal son la expresión del neoconservadurismo más extremo de Estados Unidos. Siguen apoyando la guerra de Irak; consideran que el presidente George W. Bush ha hecho un trabajo muy superior al de, por ejemplo, Bill Clinton; ven al candidato republicano a la presidencia, John McCain, como un sospechoso izquierdista; se mofan de aquellos que advierten de los peligros del calentamiento global. Como se ha comentado bastante en Estados Unidos, los temores de que Murdoch empuje al Journal más a la derecha son infundados. Si se moviesen más en esa dirección, se caerían al vacío. Además, Murdoch siempre pone los negocios por delante de la ideología. Se le tacha de derechista, pero cuando ha calculado qué le convenía, ha animado a sus diarios ingleses a apoyar al Partido Laborista británico. Sin embargo, debido a una extraña especie de equizofrenia que posee a los reporteros del Journal, no ven ninguna conexión entre la línea editorial de su diario y su trabajo. Son, en sus mentes, dos mundos aparte. Según ellos, los reporteros puros y duros cuentan las noticias con una imparcialidad robótica. Lo que temen es que Murdoch les vaya a pedir que dejen de ser robots y se conviertan en humanos falibles; es decir, en seres metabólica y genéticamente incapaces de representar los hechos del mundo real con mecánica objetividad.
Así opera, con más humildad y más gamberrismo, la prensa inglesa, especialmente los cuatro exitosísimos periódicos de Murdoch, cuyas ventas combinadas ascienden a ocho millones de ejemplares. Por eso, los diarios ingleses son mucho más arriegados y divertidos que los estadounidenses, y también menos rigurosos. Lo curioso es que, a pesar del horror que provoca la pérfida Albión en la escuela norteamericana de periodismo, ha habido grandes cantidades de solicitudes de trabajo al Journal desde la llegada de Murdoch. Lo confirman periodistas del diario: ha llegado una avalancha de currículos al despacho de Robert Thomson provenientes de empleados de The Washington Post y Los Angeles Times, entre otros. La explicación estriba, evidentemente, en que en épocas de vacas flacas, cuando lo que está en juego es la supervivencia, los principios cobran menos peso.
Un principio con el que el mismo Thomson se ha declarado en guerra está relacionado con la práctica en los diarios americanos de emprender investigaciones monumentales. Los artículos que ganan los premios Pulitzer suelen ser fruto de muchos meses de preparación, como si se tratara no de un artículo, sino de un libro. Un año para hacer un reportaje de 6.000 palabras (un libro normal consistiría en unas 100.000) no es inusual. Una investigación de The Palm Beach Post el año pasado, sobre una reclasificación supuestamente corrupta de tierras, duró dos. A Thomson, esto le parece ridículo. "No quiero más artículos", afirmó recientemente, "que tengan el periodo de gestación de una llama" (el embarazo del animal andino, como todos los periodistas americanos saben desde que Thomson hizo esta declaración, dura 12 meses).
El problema es que, para los puristas norteamericanos, estas investigaciones exhaustivas son las que definen al noble oficio; las que, según el último número del Columbia Journalism Review (el L'Osservatore Romano del periodismo en EE UU), han hecho que se practique un periodismo "superior" al del Reino Unido. El artículo del Review, titulado 'La anglinización de The Wall Street Journal', consistió en una apasionada defensa del modelo norteamericano y en un ataque contra Thomson y su declarado deseo de publicar artículos menos densos, con más punch y economía, más digeribles para el lector medio. Hubiera sido bueno saber la respuesta de Thomson a sus detractores; como también hubiera sido interesante su respuesta a la acusación de que es un servil clon de Murdoch (increíblemente, comparte el mismo cumpleaños que Murdoch, aunque con 30 años de diferencia, y, como Murdoch, está casado con una mujer china). Sin embargo, pese a repetidos intentos de contactar con él, optó por no responder a EL PAÍS, lo que obedeció quizá a un loable y coherente intento por su parte de evitar que un exceso de entrevistas contribuyera a la llamanización del periodismo español, o al menos de este reportaje.
Lo que quizá hubiera dicho Thomson de haber contestado a los e-mails que se le enviaron habría sido algo parecido a lo que dijo un periodista que representa el ala optimista, y decididamente menos mojigata, del Journal: que lejos de representar una amenaza, la aparición en escena de Murdoch podría presagiar "una época dorada" para el diario. Los motivos, explicó el optimista, son varios:
- Los anteriores dueños del Journal eran unos administradores incompetentes. News Corp, esto nadie lo duda, es una empresa admirablemente eficaz
- El Journal ya vende más de dos millones de ejemplares al día, superando ampliamente a The New York Times, que vende 1,1 millones, y si Murdoch lo compró es que lo ve como un negocio con capacidad de crecimiento
- La decisión de expandir la cobertura de noticias internacionales obedece al deseo de Murdoch de dar al diario, y especialmente a su versión digital, una dimensión global que lo distinga, por ejemplo, de proyectos semifallidos como el de Los Angeles Times.
"Además", decía el optimista, "Murdoch tiene sangre de periodista en las venas. Los periódicos son su pasión, y eso se ve en las visitas constantes que hace, remangado y entusiasta, a la redacción. Es un ambiente que le estimula, y estimula a los que le rodean".
El objetivo de Murdoch, más que estimular, es sacudir y, especificamente, hacer temblar a The New York Times. Hasta ahora, los dos diarios operaban en mercados diferentes; se complementaban. A lo que aspira Murdoch, todavía a sus 77 años un irredento competidor, es a ampliar la gama de posibles lectores del Journal y convertirlo en un diario de interés general, no sólo de lectura obligatoria para gente de negocios. En The New York Times están tan divididos sobre cuál debe ser su respuesta a la ofensiva de Murdoch como los periodistas del propio Journal. Algunos temen que el fanatismo competitivo del australiano los arrolle; otros creen que es saludable que el Times tenga un rival directo, y que la competencia creará mejor periodismo.
El consuelo para todos, pero especialmente para los periodistas del Journal, está en la certeza de que Murdoch no hará nada que demostrablemente perjudique la venta de sus periódicos; de que siempre subordinará lo que pueda tener de ideología y de principios al bien superior de triunfar en los negocios. Habrá que ver si sus principios y sus intereses comerciales acaban confluyendo; si resulta que, puesto a elegir, el público lector norteamericano se inclina no por las llamas o las monjas, sino por los cowboys.
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