John McCain o una historia americana
El próximo jueves, John McCain comparecerá en la Convención Republicana como el candidato a la presidencia. Acérrimo defensor de la guerra, el político que dijo que sería capaz de pasar cien años más en Irak se define no por sus opiniones políticas, sino por un fuerte temperamento y una historia que comenzó a forjarse en su cautiverio de cinco años en Vietnam
Durante años, John McCain se ha definido a sí mismo como el "último rebelde", el republicano indomable que se ha opuesto a su partido y a la formidable maquinaria política del presidente George W. Bush. Sin embargo, a la Convención Nacional Republicana que el jueves le aclamará como candidato a la presidencia, el senador por Arizona llega con otra tarjeta de presentación. La última versión de McCain es la de un acérrimo conservador, contrario al aborto, valedor de la guerra y defensor de las bajadas de impuestos.
Entre el inconformista solitario y el heredero del trono neoconservador de Bush se encuentra el verdadero McCain. Lo que le define como candidato no es su ideología política, sino los desbocados rasgos de su propio carácter, forjado por una intensa vida que abarca más de la mitad del siglo XX, con sus guerras y sus conflictos. En McCain no hay disciplina de partido o credo doctrinal: hay, simplemente, una sucesión de experiencias personales que han hecho del senador quien es. A John McCain, que esta semana ha cumplido 72 años, se le conoce por sus hechos. Todo lo demás es leyenda.
La relación entre Bush y McCain parecía rota para siempre. Hasta que llegaron Al Qaeda y los atentados del 11-S
El candidato republicano ha tenido que ser equilibrista en asuntos como la guerra y el medio ambiente
El senador ha hablado poco de inmigración. Huye del tema como del agua hirviendo, ante el riesgo de salir escaldado
Para llegar a la Convención Nacional Republicana ha tenido que recular en muchas de sus convicciones
"Eso es un asunto de mi esposa, idiota", le espetó a un reportero en uno de sus habituales ataques de ira
Al McCain desenfrenado se le teme en el Congreso de Estados Unidos. No porque albergue ideas radicales o porque ejerza un poder desmesurado en el Senado. Lo que asusta de McCain es un carácter endemoniado que le ha valido el apodo de El Tornado Blanco. Cuando el senador por Arizona se enfada, no hay buenos modos que valgan. "¡Que te jodan!", le gritó al senador republicano John Cornyn en 2007 porque se opuso a una ley de inmigración. A otro compañero de filas, Chuck Grassley, le llamó "jodido gilipollas" en 2000.
Cuando los demás senadores le llaman "rebelde", lo hacen por estas explosiones de temperamento que han llegado a poner en duda su capacidad de ser comandante en jefe del ejército. El general Paul Easton, que estuvo a cargo de entrenar a las tropas iraquíes entre 2003 y 2004, cree que el senador "actúa por impulsos". "Da miedo. Creo que las reacciones impulsivas de este señor no son necesariamente las mejores", añadió en una entrevista en la revista Salon.
"El problema es que cuando uno reacciona de ese modo, está dando por acabada la discusión, envía el mensaje de que no quiere seguir dialogando", explica Stephen Wayne, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown. "Cuando uno tiene estos arrebatos como senador, no sucede nada, porque no afecta a la vida pública. Pero si uno se enfada así en la presidencia, el resultado puede ser muy peligroso". Wayne recuerda que dos presidentes famosos por sus arrebatos, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, abandonaron la presidencia en condiciones desastrosas.
El contrincante de McCain, el demócrata Barack Obama, conoce muy bien hasta dónde pueden llegar sus arrebatos. En enero de 2006, ambos senadores se reunieron para discutir la posibilidad de elaborar una ley para reformar la influencia de los grupos de presión en el Congreso. El 2 de febrero, Obama le escribió a McCain para comunicarle que preferiría trabajar en la medida con sus compañeros de filas, los demócratas. McCain enfureció, por carta.
"Perdóneme por asumir que lo que usted me dijo en privado sobre colaborar en nuestros esfuerzos para elaborar una ley entre los dos partidos era una expresión sincera", respondió el senador republicano. "No supe ver que sus palabras eran la típica parafernalia retórica que se usa en política para los propios intereses de partido y para que usted fingiera que es alguien más noble. Perdone la confusión, pero esté seguro de que no volveré a cometer el mismo error".
La primera vez que alguien llamó a McCain "rebelde" fue en 1989. Cuando a Dan Casey, director ejecutivo de la Asociación de Conservadores Americanos, le preguntaron por el senador por Arizona, declaró: "Es un buen conservador, pero algo rebelde". McCain agradeció el bautismo. Hizo suyo el apodo y lo repitió a su conveniencia en los años venideros. "La honestidad me obliga a confesar que hay un elemento en mi naturaleza que disfruta lanzando piedras contra todas las convenciones", escribió el senador en uno de sus libros de memorias, Por lo que vale la pena luchar, publicado en 2002.
Del mismo modo en que McCain, convertido en David, ha lanzado piedras contra goliats del Partido Republicano como George W. Bush o Donald Rumsfeld, ha debido soportar apedreamientos despiadados a lo largo de su carrera política. Sobre todo, en las primarias republicanas de 2000, en las que se enfrentó al propio Bush.
Fue entonces cuando nació la leyenda del McCain héroe de guerra, relatada en su autobiografía La Fe de mis padres. En aquellas primarias, los medios de comunicación vivieron con él el mismo romance que hoy experimentan con Obama. Todo en la vida de McCain parecía un episodio más en un inevitable ascenso a la presidencia.
En una parada de campaña en el Estado de New Hampshire, una desconocida llamada Judy Tilton se acercó a McCain y le enseñó una medalla de identificación militar que su padre le había dado cuando ella tenía sólo siete años. En la placa se leía: LCDR JOHN MCCAIN III 10-26-67. "He esperado 30 años para poder conocerle", le dijo. McCain reconoció la que fue su identificación antes de ser capturado en Vietnam, y las lágrimas le asomaron a los ojos. "Estoy muy emocionado. Mucho", confesó.
McCain contó a los votantes su historia personal, la del joven rebelde, mal estudiante, mujeriego, que aprendió a pilotar cazas en la Marina y cuyo avión fue abatido por el Vietcong en una misión sobre Hanói el 26 de octubre de 1967. Pasó por un hospital y varias prisiones hasta acabar en el penitenciario de Hoa Lo, conocido también como Hanói Hilton. Estuvo al borde de la muerte por inanición e intentó suicidarse en, al menos, una ocasión.
En junio de 1968, sus captores descubrieron que era el hijo del recientemente nombrado comandante en jefe del Pacífico. Un captor al que él bautizó como El Gato le ofreció ser liberado, según recuerda en su autobiografía. El Vietcong temía posibles represalias.
-¿Cuál es tu respuesta?
-No, gracias.
-¿Por qué?
-Los prisioneros americanos no pueden aceptar amnistías o favores especiales. Debemos ser puestos en libertad comenzando por Everett Álvarez, el primer soldado capturado en el norte.
Ante su descarada insolencia, sus captores le golpearon hasta dejarle inconsciente. Le torturaron sin piedad. Y en un episodio que ha mortificado al senador de por vida le obligaron a firmar una autoinculpación en la que decía: "Soy un oscuro criminal y he participado en tareas de pirateo aéreo. Casi perdí la vida, pero la gente de Vietnam me ha salvado. Gracias a sus doctores".
Todos estos episodios, tan humanos y tan heroicos a la vez, le permitieron a McCain ganar las segundas primarias de 2000, las de New Hampshire, con el 49% de los votos. El 22 de febrero, después de seis citas electorales, Bush y McCain estaban empatados en número de victorias. Entonces, el ex gobernador de Tejas pasó al ataque, y McCain mutó de héroe de guerra a mártir por una causa, si cabe, más noble: la de la decencia.
En las primarias de Carolina del Sur, los votantes comenzaron a recibir llamadas anónimas que, simplemente, preguntaban: "¿Sabe usted que Cindy McCain es adicta a las drogas?", o "¿Sabe usted que John McCain tiene una hija ilegítima negra?". Ambas acusaciones eran falsedades. En 1994, Cindy McCain había llamado a cinco periodistas para contarles, por su propia iniciativa, que entre 1989 y 1992 había sido adicta a los analgésicos, y que había robado cajas de Percocet y Vicodal de las ONG que dirigía, encargada de enviar ayuda médica al Tercer Mundo. En 1991, el matrimonio McCain había adoptado a Bridget, una niña de Bangladesh que hasta el momento había vivido en uno de los orfanatos de la madre Teresa de Calcuta.
Entonces nació otro apodo para McCain, proveniente de la cultura popular: era el Luke Skywalker de La guerra de las galaxias, enfrentado a la fuerza oscura de Bush. En uno de los debates televisados en los que participaron ambos candidatos, el 15 de febrero de 2000, McCain estalló. "Debería darte vergüenza, George", le espetó a su contrincante. "Te estás inventando una serie de asuntos que son increíbles, y tienes que ponerle fin a esto", remachó McCain, visiblemente nervioso. "Ésta es la campaña más sucia que la gente ha visto en mucho, mucho tiempo". Bush ganó Carolina del Sur, las primarias y las elecciones. McCain se retiró, de nuevo, al Senado.
Allí esperó su momento. Las relaciones entre el recién elegido presidente y el senador rebelde eran una guerra mal disimulada. En principio, era McCain contra los elementos republicanos, la gran maquinaria electoral que había lanzado las sucias historias que le habían hecho perder Carolina del Sur. El senador hizo una lista de los asuntos en los que podría convertirse en la piedra liberal en el zapato de Bush y pasó al contraataque.
En mayo de 2001, McCain criticó duramente a Bush por haberse negado a firmar el Protocolo de Kioto. "No es que yo esté de acuerdo con todo lo que se dice en el protocolo, pero creo que es un buen marco desde el que trabajar", afirmó. En un desafío sin precedentes, el 27 de mayo se negó a votar a favor del recorte de impuestos a los ricos diseñado por Bush con la finalidad de dinamizar las inversiones económicas. "No me parece adecuado bajarles los impuestos a los millonarios a costa de la clase media. Es un error", sentenció entonces McCain.
Tan envenenado fue el enfrentamiento entre Bush y McCain, que el diario The Washington Post llevó a portada el 2 de junio de 2001 una noticia con el siguiente titular: "McCain considera abandonar el Partido Republicano". Entonces comenzaron las especulaciones de que McCain podría incluso ocupar la vicepresidencia con un candidato demócrata. John Kerry, en 2004, llegó a sopesar esta opción, aunque finalmente eligió al senador John Edwards.
La relación entre Bush y McCain parecía rota para siempre. Hasta que llegaron Al Qaeda y el 11 de septiembre. El senador votó a favor de las guerras de Afganistán e Irak en todas las ocasiones en las que tuvo oportunidad. En diversas ocasiones calificó a Sadam Husein de "un verdadero riesgo para EE UU", justificando los argumentos belicistas de Bush.
Como el fénix que es, el senador renació de sus cenizas políticas. McCain se perfiló como un halcón en política exterior, más militarista que el propio presidente. En agosto de 2003 visitó Bagdad, algo que ya ha hecho en ocho ocasiones. A su regreso dijo que no había "suficientes tropas norteamericanas en Irak para cumplir con los objetivos iniciales". En diciembre de 2004, y ante el aumento de la violencia en la zona, anunció en diversas entrevistas que había perdido la confianza en el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. "No tengo ni una gota de confianza en él. Nada", comentó en una entrevista a la agencia Associated Press.
El 12 de diciembre de 2006 le envió una carta al presidente Bush en la que le aconsejaba enviar 20.000 soldados más a Irak para "ganar la guerra". "Si no estamos dispuestos a aportar las tropas necesarias para ganar, la victoria en sí misma será algo imposible", escribió. Seis días después, Rumsfeld abandonó su puesto. Bush compareció en la Casa Blanca el mes siguiente para anunciar que enviaría "más de 20.000 soldados a Irak". El ex candidato demócrata a la presidencia del país John Edwards bautizó esta escalada militar como la doctrina McCain.
Bush comenzó a pasar el testigo lentamente a McCain. Su ascenso se hacía inevitable. El senador por Arizona llegó a poner firme al presidente ante el escandaloso asunto de la tortura a los prisioneros retenidos en las prisiones de Abu Ghraib, en Irak, y Guantánamo, en la isla de Cuba. McCain había sufrido la tortura física y psicológica durante cinco años y medio en Hanói. Sus captores le rompieron los brazos en varias ocasiones, y desde entonces no puede levantarlos más arriba de los hombros.
En octubre de 2005, el senador se empeñó en incluir un anexo a una ley de financiación militar en el que se establecía que el ejército prohibiría expresamente a las tropas norteamericanas tomar parte en el trato "cruel, inhumano o degradante de los prisioneros bajo custodia de EE UU". Bush anunció que censuraría el anexo, siendo éste el primer veto que ejercería como presidente. Contra McCain, precisamente.
El senador rebelde compareció ante los medios, mostrando vehementemente sus secuelas de guerra. Acusó a Bush de "no decirles a los soldados lo que está permitido y lo que está prohibido. Cuando las cosas salen mal, culpamos a las tropas y las castigamos. Francamente, creo que podemos hacerlo mejor". Renaciendo de su pasado militar, McCain dijo que no le concedía ninguna simpatía al enemigo. "Pero lo importante aquí no es quién es el enemigo. Es quiénes somos nosotros. Nuestros valores nos distinguen de nuestros enemigos".
Al final, Bush cedió. En un momento en que su popularidad descendía a un ritmo vertiginoso, aceptó los argumentos de McCain. Firmó la ley, con reservas, pero en aras del bien común. "Hago esto para dejarle claro al mundo que este Gobierno no tortura y que nos adherimos a las convenciones internacionales contra la tortura, sea aquí o en otros países", dijo el presidente. Por este gesto, la revista Time eligió a McCain como "uno de los mejores 10 senadores de América" en 2006. De nuevo, el senador brillaba en su defensa de la decencia.
Éste es McCain, el mito. Detrás se esconde el político. "Hay una gran diferencia entre el McCain que vemos en los medios, el héroe de la prensa norteamericana, y el político de verdad", dice Paul Waldman, analista del Grupo Media Matters y autor del libro Un camino de rosas. John McCain y los medios. "McCain es alguien capaz de cambiar de argumentos de un día a otro, dependiendo de lo que más le convenga. Ahora, todo depende de lo que le ayude a ganar la presidencia".
Desde que McCain le obligara a Bush a ratificar el anexo contra la tortura han pasado dos años. En estos meses se ha convertido en el líder de su partido, el único hombre capaz de mantener en la Casa Blanca a los republicanos, en gran parte gracias a esta guerra personal que mantuvo con Bush. Pero también debe seducir a las inmensas bases conservadoras sobre las que descansa la actual Administración.
"McCain no tiene predicamento entre la gran base evangélica del sur del país", explica el profesor de Ciencia Política de American University David Lublin, experto en el voto sureño. "Los de los evangélicos del sur son votos que Bush se ganó con mucho esfuerzo. En realidad, McCain es como el padre del actual presidente, un candidato con pocas credenciales religiosas, que va a tener que hacer muchas concesiones frente a Bush, hijo, para ganar Estados como Carolina del Norte, Florida o Virginia".
El pasado febrero, el senador votó en contra de una propuesta demócrata que habría convertido en ilegal el llamado waterboarding, o ahogamiento fingido, como método de interrogación a disposición de la CIA. Bush había anunciado que vetaría la medida si se convertía en ley. "Siempre hemos estado a favor de que la CIA utilice ciertas medidas adicionales en los interrogatorios", dijo entonces McCain.
"Es desastroso que McCain haya cambiado de opinión respecto a la tortura con tal de ganar unas elecciones", denunció entonces el presidente del Partido Demócrata, Howard Dean. Human Rights Watch, una organización de derechos civiles que ha trabajado en numerosas ocasiones con el senador, criticó duramente este voto. "Nos parece que fue un mal paso en una trayectoria que, por lo demás, había sido impecable", explica Tom Malinowski, director de activismo en esta organización. "Obviamente, tiene sus razones para tomar esta decisión, entre ellas la de presentarse a unas elecciones en el Partido Republicano".
En la campaña republicana de 2008, McCain ha tenido que ser, aparte de candidato, equilibrista. En unos asuntos, como el de la guerra, ha aparecido más bushista que Bush. En otros, como el del medio ambiente, ha debido hacer verdaderos malabarismos para seguir siendo una opción creíble para los votantes independientes. A pesar de reconocer que la del calentamiento global es una crisis sin precedentes, ha prometido que abrirá las costas norteamericanas a nuevas perforaciones petrolíferas "para reducir la dependencia del petróleo extranjero".
A lo largo del vasto proceso de primarias, la imagen del presidente Bush ha rozado unos índices históricos mínimos. Una encuesta de la consultora Opinion Research para la cadena de televisión CNN mostraba a Bush en mayo como el presidente menos popular de la historia norteamericana. Un 71% de los estadounidenses rechazaba su gestión. "Es la primera vez que un presidente supera la barrera del 70% de desaprobación", dijo entonces el director de encuestas de CNN, Keating Holland. Los demócratas han aprovechado para bautizar una posible presidencia de McCain como "el tercer mandato de Bush".
Con una imagen envenenada y altamente politizada, el presidente llegó a dar nombre a la doctrina conservadora de la guerra preventiva. Cuando se enfrentaba a sus contrincantes en las primarias, McCain se esforzó en distanciarse al máximo de la doctrina Bush de que un ataque a tiempo es la mejor defensa. Lo suyo era limpiar el desastre de Irak con su experiencia militar. Así evitó ser, simplemente, el candidato de la guerra. Ganó las primarias de Florida el 29 de enero, tomando una ventaja definitiva sobre sus rivales directos, Mitt Romney, Mike Huckabee y Rudy Giuliani.
McCain se crecía ante ellos como un pragmático, una persona lejos de la ideología neoconservadora que había abierto la caja de los truenos de Irak. Romney era un mormón al que adoraba la clase empresarial. Huckabee, predicador baptista, tenía el apoyo de los evangélicos del sur. Por último, Giuliani era el candidato del 11 de septiembre, atado irrenunciablemente a la guerra contra el terrorismo.
El senador por Arizona no era un conservador cualquiera. Era conservador, es cierto, por sus votos a favor de la guerra, o contra el aborto y el matrimonio homosexual. Sin embargo, de espíritu seguía siendo un rebelde. Antes que las ideas, estaban el país y sus intereses. "No necesitamos otro político en Washington que anteponga sus intereses y sus lazos políticos a la capacidad de resolver problemas", proclamó en un acto de campaña en Ohio el pasado 8 de agosto. "Yo antepondré a mi país siempre, siempre, siempre. Ya lo hice en aquellos días en que estaba en prisión y se me ofreció marcharme a casa antes que mis compañeros de cautiverio. El país, primero".
Para poder llegar a la Convención Nacional Republicana de la semana que viene, McCain ha tenido que recular en muchas de sus convicciones aparentes. A veces el equilibrio es francamente difícil. En su primera campaña, en una entrevista televisada en enero de 2000, dijo que la bandera confederada que todavía entonces pendía del Capitolio del Estado de Carolina del Sur era "un símbolo de racismo y esclavitud".
A punto de perder los pocos apoyos que retenía en los Estados del sur, McCain tuvo que regresar a Carolina del Sur para leer, con parsimonia, una rectificación: "Algunos ven la bandera como un símbolo de esclavitud. Otros la ven como un símbolo de nuestra herencia cultural. Yo la veo como un símbolo de herencia cultural".
En aquella lectura, forzada y torpe, había algo que no convencía. McCain lo confirmó en su libro Por lo que vale la pena luchar: "Podría haber pronunciado la respuesta de memoria. Pero me empeñé en escenificar el teatro de desdoblar el papel y leerlo como si fuera un rehén leyendo un comunicado de mis captores. Quería enviar a los periodistas el mensaje de que yo en realidad no apoyaba que la bandera siguiera ondeando, pero que los imperativos políticos me obligaban a ser esquivo".
Estas idas y venidas políticas han puesto a McCain en apuros en numerosas ocasiones. El 28 de febrero de 2000, el candidato acudió a la localidad de Virginia Beach, desde donde cargó contra fundamentalistas cristianos como el telepredicador Pat Robertson y el pastor evangélico Jerry Falwell. "Estoy en contra del aborto. Soy, fiscalmente, un conservador a favor de las políticas de familia. Aun así, Pat Robertson, Jerry Falwell y algunos líderes del movimiento antiabortista de Washington dicen que soy un candidato presidencial inaceptable", señaló. "Son unos agentes de la intolerancia". Gracias a estas palabras, Bush selló en sus arcas electorales el importante voto evangélico del sur de Estados Unidos, estimado en unos 80 millones de papeletas.
Perdiendo, McCain aprendió la lección. En abril de 2006, con las elecciones ya en el horizonte, se reconcilió con Falwell. "El reverendo vino a verme a mi oficina y me pidió que superáramos nuestras diferencias. Lo hice con mucho gusto", recalcó en una entrevista al canal de televisión ABC News. Un mes después dio el discurso de graduación en la universidad fundada por Falwell en Lynchburg (Virginia). El reverendo le devolvió el favor diciendo: "Somos amigos, y cualquier problema es parte del pasado".
Lo que olvidó McCain en este discurso es que, en este tiempo en que los dos hombres habían emprendido el camino de la reconciliación, el reverendo Falwell pronunció su discurso más polémico. Hablando de los atentados del 11 de septiembre de 2001, dijo: "En verdad creo que han sido los paganos, los abortistas, las feministas, los gays y las lesbianas que tratan de convertirse en un estilo de vida alternativo. Yo les apunto con el dedo a la cara, y les digo: 'Habéis hecho posible que todo esto ocurra". El pasado abril, en el programa de televisión Meet the Press, el fallecido periodista Tim Russert le preguntó al candidato si todavía pensaba que Falwell era un agente de la intolerancia. "No", se limitó a responder McCain.
A McCain no le sienta bien la hemeroteca. Rebuscando en el pasado reciente del Senado, este político aparece como alguien movido por impulsos, capaz de meterse en la cama legislativa con los compañeros más insospechados. Entre ellos, Russ Feingold, senador demócrata por Wisconsin, liberal dentro de su partido, con el que McCain se alió para reformar completamente el oscuro sistema de financiación electoral norteamericano. Después de ocho años de trabajo conjunto, ambos senadores lograron aprobar una ley al respecto en 2002.
"Cuando me convertí en uno de los principales abogados de la causa de la reforma de la financiación electoral, llegué a darme cuenta de que las sospechas de la ciudadanía no son infundadas", escribe el senador en el libro Por lo que vale la pena luchar. "El dinero te abre muchas puertas en Washington, y este acceso incrementa la influencia, y así se benefician unos pocos a costa de muchos otros".
El senador lo sabe muy bien, ya que en los ochenta aceptó hasta 112.000 dólares de un oscuro inversor financiero que acabaría siendo condenado por fraude y apropiación indebida. En 1987, Charles Keating solicitó a cinco senadores a los que había donado dinero en el pasado que le ayudaran a salvar su compañía financiera, Lincoln Savings and Loan, sobre la que pendían el embargo y la bancarrota por sospechas de que utilizaba el dinero de los inversores para usos personales y políticos.
El 24 de marzo de aquel año, Keating acudió al despacho del senador por Arizona para pedirle que, con su influencia, impidiera que el Senado aprobara una medida que hubiera permitido el embargo de Lincoln Savings and Loan por fraude. McCain no se comprometió. Dijo que sólo acudiría a una reunión con otros cuatro senadores para asegurarse de que la ley se aplicaría de forma justa. "McCain no tiene pelotas", se quejó entonces Keating.
Los diarios locales de Arizona comenzaron entonces a desenterrar turbios negocios entre Keating y la familia McCain. En 1986, The Arizona Republic reveló que Cindy McCain y su padre habían invertido 359.000 dólares en un centro comercial erigido por el inversor. Cuando el diario le preguntó a McCain, éste estalló en una de sus típicas rabietas. "Eso es un asunto de mi esposa, idiota", le espetó al reportero. "¿No entiendes el inglés o qué?".
Finalmente, el Comité de Ética del Senado investigó a los cinco senadores en 1990. McCain era el único republicano en el banquillo. El consejero legal del comité, Robert Benet, exculpó al senador. Era cierto que había aceptado dinero de Keating. Pero no intercedió por él. "Hay pruebas suficientes de que, gracias al rechazo del senador McCain a participar en el asunto, acabó distanciándose del señor Keating". En 1993, Keating fue condenado a 12 años de cárcel por fraude. El Comité de Ética simplemente amonestó a McCain por "falta de juicio en su comportamiento".
Una vez absuelto, McCain quiso sacudirse cualquier sombra de duda. Desde entonces, el senador por Arizona fue el gran campeón de la reforma de la financiación electoral. McCain y Russ Feingold acabaron con las donaciones ilimitadas a los partidos políticos por parte de lobbies, sindicatos, patronales y otros grupos de presión. "A la gran mayoría de los americanos nos preocupa que ahora sea legal que una compañía subsidiaria de otra empresa controlada por el Ejército chino done cantidades ilimitadas de dinero a campañas políticas norteamericanas", dijo McCain entonces.
A lo largo de los años, McCain ha perfeccionado este arte de la evasión política, yendo de un extremo al contrario, siempre indemne. En la presente campaña electoral, el senador ha hablado poco de inmigración. Es más, huye del tema como del agua hirviendo. El riesgo de salir escaldado es muy grande. La de la reforma migratoria ha sido la mayor derrota que ha sufrido en toda su vida en el Congreso.
De nuevo, el senador por Arizona se alió con un demócrata, en esta ocasión con el león del Senado, el liberal Ted Kennedy. Ambos elaboraron una ley que habría legalizado a más de 12 millones de inmigrantes que residen en EE UU de forma irregular. También contemplaba, con el beneplácito del presidente Bush, la creación de un nuevo tipo de visado para que ciudadanos extranjeros pudieran trabajar en el país por un periodo máximo de dos años.
"Estoy de acuerdo. Vienen aquí de forma ilegal. Rompen nuestras leyes. Tienen que pagar si lo hacen. Pero redondear al alza y decir que 12 millones de personas deben volver al país del que vinieron es un insulto a la inteligencia, y una franca contradicción a lo que América representa", manifestó en julio de 2006 en una reunión con votantes conservadores en Miami.
Los propios republicanos contraatacaron, votando contra la ley de McCain y Kennedy y presentando su propia reforma, que incluía un detallado programa de persecución policial y ninguna amnistía para los trabajadores. Ninguna de las dos leyes fue aprobada. En uno de sus ya clásicos arrebatos, McCain salió a los pasillos del Senado y alzó los brazos hasta donde la tortura sufrida en Vietnam le permite, hablando en alto contra la persecución de inmigrantes sin ofrecerles el alivio de una posibilidad de legalizar su situación. "¡No va a funcionar! ¡No va funcionar!", gritó.
Ante el fracaso de sus medidas, para la campaña electoral de 2008 McCain abandonó el intento de una reforma moderada de la inmigración. El candidato ha decidido presentar un perfil más duro. En agosto del año pasado reveló que, como presidente, su primera medida migratoria sería blindar las fronteras. Todo lo demás podría esperar. "Cuando hayamos cumplido nuestro objetivo de aportar más seguridad a las fronteras podremos comenzar con las otras partes de la política migratoria", advirtió en un acto de campaña.
El intento de reformar la inmigración, sin embargo, sirvió para acabar de unir a dos extraños compañeros de cama. Junto con el de Kennedy, McCain contó con el respaldo incondicional de Bush, contra el partido al que ambos pertenecen. Los dos están hoy más cerca que nunca. "El candidato está tratando de resucitar algunos elementos de la política neoconservadora de Bush, sobre todo con su énfasis en una guerra global contra el terrorismo", explica Jacob Hacker, del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Berkeley. "Si examinamos sus ideas en política económica y exterior, McCain y Bush han acabado sorprendentemente cerca". Entre el duro enfrentamiento electoral y la actual sintonía entre estos dos hombres han pasado casi 10 años. Al final, en la Convención Republicana que comienza mañana, McCain heredará definitivamente el legado político del actual presidente.
Una vez se convierta en el candidato oficial, el próximo jueves, deberá movilizar a las bases que le han dado a Bush dos victorias. Esta semana, ante los atlantes del Partido Republicano, mirando a la cara, por fin, a Dick Cheney, Rudolph Giuliani y Arnold Schwarzenegger, entre otros, deberá repetir lo que ya dijo cuando Bush le dio formalmente su apoyo en la Casa Blanca el pasado 5 de marzo: "Todo lo que puedo decir es que, en los principios fundamentales del Partido Republicano y en los asuntos concretos de nuestra filosofía compartida, el presidente Bush y yo estamos totalmente de acuerdo". -
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