Florence y el lado oscuro
Un proceso plagado de trampas periodístico-policiales pone en entredicho la culpabilidad de una francesa condenada en México a 60 años por secuestro. "Les pido a los jueces que vuelvan a examinar mi expediente, pero con buena fe", declara a EL PAÍS en el penal de Tepepan
Un día antes de ir a la cárcel de mujeres, el abogado de Florence Cassez me envía un correo electrónico con unas instrucciones muy precisas: "Procure no llevar nada azul, negro, beis o café. Ideal: pantalón gris, suéter verde o camisa rosa. Ni botas ni botines. Lleve zapatos normales". Un renglón abajo, Agustín Acosta incluye una frase enigmática: "Bueno, si no lleva la ropa adecuada, allí le darán la solución...". Ya en la puerta del penal de Tepepan, muy cerca de los turísticos canales de Xochimilco, un guardia me mira de arriba abajo durante unos segundos:
-La camisa vale, pero el pantalón, no.
-¿Y eso?
-Mire, aquí, en México, las presas que ya tienen sentencia firme van vestidas de azul. Y las que aún están por juzgar llevan ropa beis o café. No queremos que los visitantes puedan confundirse con ellas. Y ese pantalón...
"¿Por qué me acusan sabiendo que no fui? Estoy segura de que fueron presionados por la policía para acusarme"
"La fiscalía mexicana ha querido minimizar la gravedad del montaje mediático", se lamenta el abogado Agustín Acosta
-Entonces, ¿no puedo entrar?
-No se apure, jefe. Acérquese a aquella garita de la esquina. Mis compañeros le rentarán unos pantalones...
Florence Cassez va vestida de azul. Y, si nadie lo remedia, los próximos 55 años seguirá vistiendo de azul. Su pelo rojo, su piel blanca con pecas, sus ojos claros tan extraños en México se hicieron famosos la mañana del 9 de diciembre de 2005. Muy temprano, tan temprano que no había amanecido todavía. El periodista Carlos Loret de Mola, que dirige en Televisa el informativo matutino de mayor audiencia, da paso al reportero Pablo Reinah, que con voz entrecortada explica que se encuentra a las puertas de un rancho situado al pie de la carretera México-Cuernavaca. Las primeras imágenes muestran a policías de élite pertenecientes a la Agencia Federal de Investigación (AFI) tomando posiciones. El reportero explica que dentro de unos instantes, en riguroso directo, se va a producir "un golpe contra la industria del secuestro". Adorna el anuncio con datos muy precisos: allí dentro, en esa cabaña, se encuentran cautivas tres personas, entre ellas, una madre y su hijo. Sus captores son un tipo de nacionalidad mexicana y su esposa, una mujer de origen francés. Las imágenes muestran a continuación a los policías acercándose a la cabaña, irrumpiendo, deteniendo a los presuntos secuestradores, liberando felizmente a los rehenes... La cámara enfoca a una persona que se cubre la cabeza con un trapo. El reportero Reinah explica: "Esta mujer que vemos tapada es la mujer de origen francés...". Una mano oportuna retira la tela que la cubre y muestra su rostro asustado ante las cámaras. El reportero le pregunta:
-¿Cuál es su nombre?
-Florence. No tengo nada que ver, no sabía nada... No soy su esposa.
Ahí está, en directo para todo México, una mujer que mira a la cámara con ojos de loca, despeinada, que dice que es inocente, que no sabía nada, que... Pero la televisión no engaña. Lo ha visto todo el mundo: los policías entrando en la cabaña, los asustados rehenes en el momento de su liberación, el secuestrador -un tal Israel, al que un policía golpea en directo como la cosa más natural del mundo-y su mujer, una francesa, lo que faltaba, como si no hubiera suficientes malandros en México, culpables los dos de uno de los crímenes más repugnantes, el secuestro, una plaga que azota México y que mantiene a los mexicanos con el corazón en vilo. Cuando, al rato, la conexión se termina, los espectadores guardan en sus retinas dos imágenes muy eficaces. La de una policía federal, tan denostada en México, actuando por una vez de forma eficaz. Y la de unos secuestradores con pinta de secuestradores pillados en flagrante. ¿Qué más se necesita? La condena a Florence Cassez que llegará después -60 años de cárcel, 20 por cada secuestro- solo será un trámite. ¿Caso cerrado?
Florence ya lleva cuatro años y medio en la cárcel. Tiene 35 años, muy pronto cumplirá 36. Ofrece al recién llegado una sonrisa, un asiento y un café. Para ello lleva siempre consigo una cesta de plástico verde con todo lo necesario: café puro y descafeinado, bolsitas de azúcar, leche en polvo, servilletas. Le pide a otra reclusa que ponga a hervir un poco de agua. A nuestro alrededor, otras mujeres -de azul o de beis-reciben a sus familias. Hay un revuelo de niños pequeños corriendo por la prisión. "Hay algunas presas", explica Florence, "que, como yo, defienden su inocencia. Pero la mayoría acepta que cometió un delito, robo, homicidio, tráfico de drogas, secuestro...". Luego confiesa que hoy no tiene un buen día. Reconoce que es una mujer fuerte, criada en Dunkerque, en el norte de Francia, lindando con Bélgica, en un ambiente de recia disciplina. Que tal vez son esos cimientos los que la mantienen aún de pie. Pero que hay días, como hoy, en los que el aplomo se derrumba con estrépito y las lágrimas asoman. Y es entonces cuando tiene la tentación de sumar 35 y 55 -los años que tiene y los que le quedan de condena-, pero prefiere no imaginarse el resultado.
-¿Tiene alguna esperanza de salir de aquí?
-Ya no tengo muchas esperanzas.
-Si pudiera pedir algo, ¿qué sería?
-A los jueces, que volvieran a examinar mi expediente, pero con buena fe. Y a las víctimas... A las víctimas... Mis abogados me aconsejan no atacar a las víctimas, pero ellos saben que no fui yo. ¿Por qué me acusan sabiendo que no fui? Estoy segura de que fueron presionados por la policía para que me acusaran. Y entiendo que tengan miedo de decir la verdad, porque son dobles víctimas. Del secuestro que sufrieron y del acoso policial. Pero, ¿cómo pueden dormir tranquilos sabiendo que yo me voy a pasar la vida aquí y los verdaderos secuestradores están en la calle?
Aquella mañana tan temprano del 9 de diciembre de 2005 no todo el mundo en México se quedó satisfecho de lo que la televisión acababa de retransmitir en directo. Es de sobra conocido que en este país existe una desconfianza endémica hacia la versión oficial. Durante décadas, los mexicanos han observado cómo la clase dirigente -casi siempre la misma- pretendía hacerlos comulgar con ruedas de molino. Así que, aquella mañana de viernes, la periodista Yuli García se quedó con la mosca detrás de la oreja. La retransmisión había sido demasiado perfecta para ser verdad. Se lo comentó a su jefa, Denise Maerker, una de las periodistas más influyentes del país, conductora de un programa de debate e investigación, y decidieron tirar juntas del hilo. Por hacer el cuento corto -una expresión que se usa mucho en México para abreviar el relato-, lo que Yuli García y Denise Maerker encontraron después de revisar los vídeos era suficiente para llegar a la conclusión de que lo que el reportero Pablo Reinah había presentado como la liberación en directo de unos rehenes no era más que un montaje. Tan burdo, que se puede observar cómo, un segundo antes de que los policías de élite irrumpan en la cabaña, un hombre con abrigo negro les abre gentilmente la puerta. Ese hombre, del que se divisa perfectamente el rostro, es Luis Cárdenas Palomino, brazo derecho de Genaro García Luna, en ese momento director de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y en la actualidad secretario de Seguridad Pública. Pero hay más: en la estancia donde presuntamente estaban juntos secuestrados y secuestradores permanece la televisión encendida, mostrando el arresto en vivo. Y por toda la habitación se pueden ver fotografías familiares de los presuntos secuestradores. ¿Qué secuestrador deja una foto suya a la vista de su víctima...? Las periodistas ya tienen suficiente. Invitan al programa al jefe de la AFI y les muestran el resultado de sus investigaciones. A regañadientes, García Luna acepta que sí, que lo que Televisa y TV Azteca ofrecieron en directo fue una recreación de la liberación. El alto mando viene a explicar que si lo hicieron fue porque las televisiones se lo pidieron... Nada grave, al fin y al cabo, pelillos a la mar. Pero cuando el programa está a punto de terminar, Denise Maerker da paso a una llamada:
-¿A quién tenemos? ¿Desde la casa de arraigo? Sí, dígame, adelante. Florence Cassez, ¿tiene algo que decir?
-Sí, que fui detenida el día 8 en la carretera y me secuestraron en una camioneta. No fui arraigada el 9. Me detuvieron el 8 de diciembre a las once de la mañana...
Florence mira fijamente. De aquello ya han pasado cuatro años y medio. Pero se ve que no está viendo al periodista que consume su segundo café, ni a los niños que corretean, ni a las celadoras de esta prisión pequeña y limpia donde dispone de una pequeña celda para ella sola: "Tengo que reconocer que soy una consentida. La presión de Francia hace que aquí me traten muy bien". Florence sigue detenida en aquel 8 de diciembre, en el momento terrible en el que unos policías la arrestaron junto al que hasta unas semanas antes había sido su novio. Habían ido al rancho a recoger los muebles de Cassez para llevarlos a su nueva casa, a su nueva vida. Lo cuenta con la mirada perdida, casi con las mismas palabras que utiliza en un libro sobre su historia que ya se ha publicado en Francia y ahora lo hará en México: "Unos sujetos suben a la camioneta. Me obligan a bajar la cabeza y me quitan mi teléfono. Siento dolor, tengo miedo. Luego me llevan a otra camioneta. Está a oscuras. Me dicen que llevan siguiendo a Israel desde hace meses, que es un secuestrador, pero que ellos saben que yo no tengo que ver. Tengo pánico, pero también cierta tranquilidad porque sé que soy inocente... Al día siguiente me llevan al rancho. Ahí ya me tratan como una secuestradora. Las cámaras me enfocan. Estoy aterrorizada... Sólo acierto a decir que no sé nada...". Florence Cassez se echa a llorar. Los niños de las demás reclusas siguen jugando al escondite.
¿Quién cree a Florence Cassez? Al principio, nadie. Tal vez, ni ella misma. Porque hay algo que la mortifica. Me lo confiesa durante la segunda visita: "Lo que más me ha torturado durante este tiempo es la condena de la gente. Muchos, incluso de mi familia, se preguntaban: ¿y cómo no iba a saber que en el rancho donde ella vivía había gente secuestrada? Hasta yo me lo preguntaba. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo no supe a lo que Israel se dedicaba?". Las respuestas a esa tortura ya van llegando. Según las investigaciones de la periodista francesa Anne Vigna, autora del libro Fábrica de culpables (Grijalbo Mondadori), cada vez está más claro que los secuestrados nunca estuvieron en la cabaña, que fueron llevados allí expresamente para el montaje televisivo. Vigna está convencida de que la policía mexicana fabricó a unos culpables para proteger a otros. También el abogado de Florence Cassez, el penalista mexicano Agustín Acosta, pone el acento en la gravedad de las pruebas falsas: "La fiscalía mexicana ha querido minimizar la gravedad del montaje mediático. Pretendió encubrir el montaje como una reconstrucción, cuando esto no es así, puesto que lo visto en la televisión nunca aconteció. La policía reconoció haber aportado información incompleta y falsa y que Florence había sido detenida antes, sin precisar cuándo. Es gravísimo que se pretenda iniciar el proceso de reconstrucción de la verdad con la fabricación de una mentira".
Hay otra cuestión que al letrado Acosta le parece crucial. Durante todo el proceso, las presuntas víctimas de Florence Cassez fueron cambiando sus testimonios. Al principio, frente a la mujer, dijeron no reconocer ni su rostro ni su voz. Luego, a medida que el caso se fue convirtiendo en público, su versión fue haciéndose más precisa hasta señalar a la francesa sin ningún género de dudas. "Los testigos", explica Agustín Acosta, "que incriminaron a Florence participaron en el montaje y son cómplices de esa mentira. Sus declaraciones han mudado según las exigencias publicitarias del asunto y la necesidad de condenar a Florence, sin importar la magnitud de los vicios del proceso y del escándalo. Sólo la fiscalía mexicana sigue empecinada en decir que el juicio de Florence fue un proceso justo y respetuoso de sus garantías. Por eso, este tema es hoy un asunto de una gran centralidad a la discusión sobre la justicia en México".
No es fácil defender a Cassez en México. Por si fuera poco, la actuación arrogante del presidente francés, Nicolás Sarkozy, hirió susceptibilidades patrióticas. El presidente francés pretendió llevársela a Francia a las bravas, obteniendo un no rotundo del presidente Felipe Calderón. Sólo algunas periodistas valientes -Anne Vigna, Denise Maerker, Lydia Cacho-han sido capaces de enfrentar su voz a la corriente de condena, de intentar alumbrar con su voz el lado oscuro del sistema de justicia mexicano. Sólo algunos medios -entre ellos, las revistas Proceso y Gatopardo- se han tomado en serio la investigación de la verdad. Defender un juicio justo para una mujer condenada por secuestro -y además francesa- no es tarea fácil. Aunque la historia reciente está llena de casos en los que solo la denuncia periodística ha sido capaz de rescatar de la cárcel a personas injustamente condenadas. El caso más escandaloso es el de las tres indígenas de Querétaro que pasaron cuatro años en prisión acusadas de secuestrar a seis corpulentos agentes de la Policía Federal. No había pruebas. Ni una prueba. Pero un juez que ni siquiera las había visto antes del juicio no tuvo empacho en condenarlas. A 20 años...
Pese a todo, y a pesar de la condena firme que pesa en su contra, la situación de Florence sigue siendo objeto de debate a un lado y otro del océano. Como explica Lydia Cacho, es ya un símbolo en Francia: "No por lo que mostró la autoridad mexicana en los medios, sino por lo que parece querer ocultar. Tal vez Florence hará por México lo que ningún caso nacional ha logrado: evidenciar la justicia subjetiva y parcial que tanto daño ha hecho a nuestro país".
Una justicia que, cuando tiene pruebas, las utiliza. Y cuando no, las alquila. Como si fueran pantalones. Pantalones verdes para entrar en una cárcel de mujeres vestidas de azul.
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