El yuan tensa las relaciones EE UU-China
Una guerra comercial entre las dos superpotencias frenaría la recuperación mundial
El yuan o renminbi es una fuente constante de tensión en las relaciones entre China y EE UU. Desde hace años, Washington presiona a Pekín para que aprecie su divisa porque, según dice, el valor de la moneda china respecto al dólar es inferior -entre un 25% y un 40%, dependiendo de los economistas- al que le corresponde, lo que proporciona una fuerte ventaja competitiva a las empresas exportadoras asiáticas. Legisladores, empresarios y sindicatos de EE UU sostienen que esta práctica ha costado muchos puestos de trabajo en su país y exigen represalias si China no cambia de actitud.
En EE UU es año electoral. Y quienes aspiran a representar a sus conciudadanos en Washington a partir de noviembre hacen sonar los tambores de guerra. El proteccionismo frente a China es una melodía recurrente de las campañas. Ya pasó hace dos años, cuando Barack Obama se postulaba por el control del Despacho Oval. Entonces acusó a Pekín de mantener su divisa artificialmente devaluada.
Washington acusa a Pekín de buscar ventaja competitiva con una divisa baja
China responde que no es responsable del déficit comercial de EE UU
Pekín podría subir la cotización del yuan para frenar la inflación
La industria textil china teme que muchas empresas vayan a la quiebra
En año electoral vuelven a sonar en EE UU melodías proteccionistas
Obama se arriesga a perder el apoyo de China en otros asuntos clave
¿Lo sigue pensando ahora que es presidente? Si lo cree, lo dice con un lenguaje más diplomático. En la Casa Blanca piden que las preguntas sobre el asunto se hagan a Timothy Geithner, secretario del Tesoro y responsable de la política de cambio en EE UU. En una reciente entrevista, Geithner reiteró que espera que en algún momento China abra la mano para que el cambio del yuan sea más flexible y fluctúe libremente. "Va en su propio interés", dijo.
Ante las presiones, el Gobierno de Pekín aguanta el tipo. Argumenta que la causa del enorme déficit comercial estadounidense con China no es el yuan e insiste en que mantendrá la tasa de cambio "básicamente estable". Así lo volvió a recordar el primer ministro chino, Wen Jiabao, durante la rueda de prensa posterior a la clausura de la sesión anual del Parlamento, cuando se mostró inflexible sobre el tema. Wen dijo que el renminbi no está infravalorado, defendió que su estabilidad ha jugado "un importante papel" en la lucha contra la crisis económica global y lanzó una advertencia: "Nos oponemos a la práctica de que los países se señalen mutuamente con el dedo o a que tomen medidas duras para forzar a otros países a que aprecien sus divisas. Este tipo de actuación no beneficia a la reforma del régimen de tasa de cambio del renminbi".
El mismo discurso, sin apartarse un milímetro, han repetido uno tras otro, desde entonces, responsables de diferentes departamentos, a pesar de que la guerra del yuan ha alcanzado en las últimas semanas el punto de ignición.
"Hasta ahora, los conflictos [entre los dos países, como el caso Google, la venta de armas estadounidenses a Taiwan y las relaciones de Washington con el Dalai Lama] han sido más o menos controlados, pero existe el peligro de que se produzca una escalada y se convierta en un conflicto sistémico, avivado por la opinión pública antagonista en ambos lados del Pacífico", afirma John Delury, director asociado del Centro para las Relaciones entre China y EE UU de Asia Society, una organización no gubernamental con sede en Nueva York que se dedica a difundir el conocimiento de Asia. El viceministro de Comercio chino, Zhong Shan, dijo durante una vista a Washington, la semana pasada, que es un error presionar a Pekín y culpó del desequilibrio comercial a las restricciones que impone EE UU a la exportación de alta tecnología, que tiene aplicaciones tanto civiles como militares.
China es el principal banquero de EE UU. La deuda nacional bruta estadounidense asciende a 12,4 billones de dólares (85% del PIB). De esta cantidad, 7,5 billones son deuda neta y la mitad está en manos extranjeras. Los chinos tienen en torno a 890.000 millones. En julio de 2005, la moneda china pasó de estar ligada únicamente al dólar a depender de una cesta de divisas, entre otras el euro y el yen japonés. En los tres años que siguieron, el renminbi se apreció un 21% respecto al dólar, pero al mismo tiempo el superávit comercial chino con EE UU creció un 20,8% al año, según recuerda Pekín. Desde mediados de 2008, el Gobierno ha mantenido el valor del yuan prácticamente fijo respecto al billete verde -alrededor de 6,83 yuanes por dólar- para amortiguar el efecto de la crisis global sobre los exportadores, pero el superávit chino ha descendido, insiste Pekín.
"Los productos de mano de obra intensiva importados desde China han ayudado a mantener bajo el coste de vida de los americanos, incluso en un momento en el que andan cortos de dinero", dijo el viceministro de Comercio chino. "Sin los bienes de consumo chinos, el índice de precios estadounidense crecería dos puntos porcentuales extra cada año. Sólo un renminbi y un dólar básicamente estables son beneficiosos para los intereses generales de la comunidad internacional".
Zhiqun Zhu, profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Bucknell (Pensilvania), alerta del riesgo que supondría un recrudecimiento del conflicto. "Si estalla una guerra comercial, quienes sufrirán serán los consumidores americanos. Ignoran que una apreciación súbita del renminbi provocaría probablemente inestabilidad económica y política en China, que, a su vez, derivará en trastornos económicos en Asia", explica.
Pero en el Capitolio están ansiosos, sobre todo al ver que el paro roza desde hace cuatro meses el 10% en EE UU. La actividad es frenética entre los congresistas, que exigen que el Tesoro reaccione. Quieren que en su informe sobre política de cambio, previsto para el 15 de abril, certifique que China manipula su divisa y que con esa política pone a los exportadores estadounidenses en una situación de desventaja. Los congresistas de los Estados con gran peso del sector manufacturero consideran la posición china como un subsidio que roba empleos en EE UU.
Schmald Tool & Die es una pequeña empresa con sede en Michigan que ilustra el problema. La competencia, admite Laurie Moncrieff, su gestora, es un hecho en el día a día. Pero en su caso, dice, no se trata de competir contra otra empresa, sino contra todo un país. Y no es que los productos chinos sean más baratos que los suyos, explica, sino que cuestan menos que la materia prima que usa para hacerlos. "¿Cómo voy a contratar a gente si no puedo vender mis herramientas?", dijo Moncrieff durante un debate organizado por el Economic Policy Institute.
El sindicato AFL-CIO, citando un estudio del Peterson Institute for International Economics, denuncia que la devaluación del yuan ha costado hasta tres millones de empleos en EE UU. Por eso pide a Obama que cumpla la promesa hecha en la campaña electoral hace dos años y actúe para crear empleo en EE UU.
Las estadísticas del Congreso revelan que la cuota china en el déficit comercial de productos no petroleros de EE UU ha crecido del 26% al 83% en lo que va de siglo. Como medida de presión, algunos legisladores claman por la adopción de medidas proteccionistas hacia los productos made in China. En el tenso clima político de Washington, éste es el único asunto en que demócratas y republicanos están unidos frente a un enemigo común.
El 15 de marzo, 130 congresistas enviaron una carta a Timothy Geithner y al secretario de Comercio, Gary Locke, en la que piden que se impongan sanciones arancelarias. Para ello, los senadores Charles Schumer, demócrata, y Lindsey Graham, republicano, han elaborado un proyecto de ley que refuerza los poderes de la Casa Blanca para presionar a Pekín. Obama ha evitado pronunciarse sobre la propuesta.
"Si los chinos no lo hacen, les forzaremos a hacerlo", afirma el republicano Sam Brownback. De salir adelante la iniciativa, el Departamento de Comercio deberá imponer un arancel a los productos que considere favorecidos por una divisa artificialmente devaluada. El país que -según el criterio de Washington- manipule su divisa contará con 90 días para ajustar el cambio si quiere evitar la penalización y que su caso sea llevado a la Organización Mundial de Comercio.
Martin Feldstein, economista en Harvard y asesor de la Casa Blanca, recomienda discreción a quienes quieren que China dé un paso adelante: "Si se están callados durante dos meses, creo que los chinos dirán que, por la fortaleza de su economía, unilateralmente elevan el valor del renminbi". Laura D'Andrea Tyson, otra asesora de la Casa Blanca, también hace un llamamiento a la calma. "Con la politización de este asunto, es más difícil que tome decisiones económicas separadas de la política", dijo.
Los estrategas de Wells Fargo recuerdan que a los chinos no les gusta que les presionen. Y en este sentido, el senador Graham recuerda que la Administración Bush "nunca apretó el gatillo por miedo". Lo que está por ver es si Obama querrá poner en peligro la relación con China al hacer frente a otros retos comunes, como el cambio climático o la proliferación nuclear.
La resistencia del Ejecutivo chino a revaluar su divisa tiene como telón de fondo la economía nacional. "Una apreciación sustancial del yuan afectaría a las exportaciones y dispararía el precio de los activos, con el consiguiente riesgo de burbujas", advirtió Chen Yulu, vicepresidente de la Universidad Renmin (Pekín), en un foro celebrado el domingo pasado en la capital china, según recoge la prensa oficial.
La industria textil china ha advertido que una apreciación tendría un serio impacto sobre el sector y provocaría numerosas quiebras de empresas. El Consejo Textil y de Confección de China asegura que un alza de un punto porcentual del renminbi erosionaría otro tanto el margen del sector, que, según dice, es del 4% de media. La mayoría de los economistas participantes en el foro del domingo consideran, sin embargo, que una revaluación moderada y gradual ayudará a largo plazo a la reestructuración de la economía china. Esto, unido a la posibilidad de que Washington pase a la acción y tome medidas duras, está haciendo moverse a Pekín.
El Gobierno chino es sensible a las presiones externas, aunque en público diga lo contrario y evite reaccionar rápidamente a las mismas para no parecer débil tanto dentro como fuera de sus fronteras. Pero existe la sensación creciente entre los analistas de que Pekín dejará que el yuan comience a apreciarse -como hizo en 2005- para domar la inflación quizá a partir del segundo trimestre. Al mismo tiempo, creen que mantendrá las riendas tensas y no permitirá grandes saltos.
Fan Gang, consejero del Banco Central, publicó un artículo la semana pasada en el que dijo que China "podría retomar una flotación controlada de la tasa de cambio, especialmente si las incertidumbres sobre la situación económica tras la crisis disminuyen". Más lejos han ido dos nuevos consejeros del Banco Central chino nombrados el lunes pasado. Li Daokui y Xia Bin han manifestado claramente esta semana que Pekín debe acabar con el anclaje del yuan al dólar en vigor desde 2008. "Una forma de relajar la presión sobre la tasa de cambio del renminbi es hacer un ajuste por propia iniciativa china", ha dicho Li, economista de la Universidad de Qinghua, quien defiende en la renombrada revista Caijing que la decisión debería llevarse a cabo antes de septiembre para que el debate sobre la moneda china no se convierta en tema político caliente de cara a las elecciones estadounidenses.
No todos en EE UU piensan que Pekín está recurriendo a prácticas predatorias. El Atlantic Council argumenta que la acumulación de reservas por parte de China -a un ritmo de 1.000 millones diarios- no es resultado de la política de cambio, sino de la regulación laxa en EE UU. Es más, como señalan desde el Council on Foreign Relations tomando como referencia los mismos datos que maneja el Congreso, buena parte del déficit comercial con China es fruto de la actividad de multinacionales de EE UU que se trasladaron al país asiático para sacar ventaja de los bajos costes laborales. En 1986 representaba el 1,9%. En 2006, el 58,2%.
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