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Columna
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El error Merkel

Antón Costas

Por qué los ciudadanos de un país están dispuestos a integrarse voluntariamente en una alianza militar como la OTAN que restringe su soberanía, o a incorporarse a una unión con moneda única que anula aspectos importantes de la política nacional como es la posibilidad de devaluar la moneda para corregir situaciones de grave desequilibrio económico? Probablemente porque esperan que esa autolimitación de la soberanía nacional se vea compensada con el disfrute de algún bien público suministrado por ese club.

En muchos casos, ese bien público es la reducción de la incertidumbre frente al futuro. Si en una situación extrema se dispone de una red de seguridad por pertenecer a ese club, se afrontan mejor los problemas y se reduce la incertidumbre.

El riesgo es que la crisis sea un factor desintegrador de la idea europea

Esta reducción de la incertidumbre tiene mucho que ver con la idea de progreso. Lo señaló el físico Jorge Wagensberg en un ciclo de conferencias que se está desarrollando en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) sobre la noción de crisis y su papel en diferentes ámbitos de la vida. Para Wagensberg, se puede hablar de progreso cuando se reduce el grado de incertidumbre en la evolución de una especie o colectividad.

Eso es lo que ha ocurrido con los Estados nacionales a partir de la gran crisis económica de 1929 y de la Segunda Guerra Mundial. Se produjo un progreso económico y social considerable, ya que las políticas económicas keynesianas redujeron la volatilidad de la economía y las políticas sociales redujeron la incertidumbre de las personas ante el riego de padecer una enfermedad, estar en el paro o jubilarse. Por eso decimos que hemos progresado económica y socialmente.

Lo mismo ha ocurrido hasta ahora con la construcción de la Unión Europea.

Sin embargo, la crisis financiera de 2008 ha cuestionado esta relación entre reducción de incertidumbre y progreso en la UE. Es así en la medida en que nos deja tres enseñanzas claras.

La primera es que la pertenencia al euro no nos ha protegido de la inestabilidad financiera. Al contrario; en algunos sentidos, la ha incrementado.

La segunda es que la zona euro no dispone de mecanismos de último recurso que ayuden a los países ante situaciones puntuales graves, como el sobreendeudamiento. Al contrario, los que hasta ahora se han creado aumentan la inestabilidad y la incertidumbre. Por eso Portugal intenta por todos los medios no recibir ayuda. Su situación empeoraría, como ya sucedió en Grecia e Irlanda.

La tercera, y quizá para mí la más sorprendente e inesperada, es ver cómo algunos países de la eurozona, liderados por Alemania, son renuentes (cuando no abiertamente opuestos) a la creación de mecanismos de seguridad que reduzcan la inestabilidad y la incertidumbre.

Escribo este artículo un día antes de que se celebre la cumbre europea del jueves y el viernes. No conozco las decisiones definitivas, pero, aun cuando estoy seguro de que se avanzará en la puesta en marcha de esta red de último recurso a partir de 2013, permanecerá la renuencia alemana. Y esa renuencia es un factor que aumenta la incertidumbre y mina el progreso económico y social de muchos europeos.

¿Por qué esa resistencia alemana a crear mecanismos absolutamente necesarios para la reducción de la inestabilidad financiera y la sostenibilidad del euro? Remedando a Churchill, cuando le preguntaron qué pensaba de los franceses, no conozco a todos los alemanes y no puedo opinar con conocimiento de causa. Pero permítanme hacer una conjetura: las nuevas élites alemanas han reducido su compromiso con el progreso europeo porque Alemania se ha convertido en un país normal, como lo es Francia, Holanda o Italia. Es decir, un país que mira únicamente por sus intereses nacionales.

Mientras estuvieron presentes las consecuencias de la confrontación bélica europea y Alemania permaneció dividida, muchos alemanes vieron la unidad europea y la unidad alemana como dos caras de una misma moneda. Pero a partir del momento en que cayó el muro de Berlín y se logró la reunificación de Alemania, las élites que sucedieron a Helmut Kohl han ido perdiendo interés en el avance europeo.

A partir de esta conjetura se entiende mejor la actitud de la canciller Merkel: lo que hace es poner por delante los intereses de sus conciudadanos. No tengo nada que objetar. No pretendo hacer un juicio moral, sino comprender las razones de su actitud.

Sucede, sin embargo, que Merkel justifica su rechazo en un error de diagnóstico y en una actitud arrogante de superioridad moral. Cree que los problemas de países sobreendeudados como Irlanda o España son debidos a que sus ciudadanos son vagos y sus Gobiernos despilfarradores. Esto, además de ser un error, añade injuria al sufrimiento de los ciudadanos, que ven cómo la crisis reduce su progreso y aumenta su incertidumbre. Olvida que su país incumplió reiteradamente el Pacto de Estabilidad presupuestaria, y que países como Irlanda y España fueron virtuosos fiscalmente hasta la llegada de la crisis. Otra cosa fue el sobreendeudamiento de la banca privada irlandesa y española. Pero en ese sobreendeudamiento tuvo mucho que ver la propia Alemania.

Mientras Merkel y las élites alemanas no se convenzan de su error y de que la responsabilidad por la situación financiera de Europa es compartida, no impulsarán soluciones colectivas. El riesgo es entonces que la crisis sea un factor desintegrador de la idea europea.

Ojalá acaben comprendiendo que las tensiones que viven algunos países sobreendeudados tienen mucho que ver con la cojera del euro y los desequilibrios provocados desde la propia Alemania. En ese momento volverán a implicarse, y la crisis será un estímulo para avanzar en el camino de la integración y el progreso europeo.

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