Salida de emergencia
La crisis de la economía española tiene en su elevada tasa de paro el principal exponente de las dificultades para asentar su recuperación a corto plazo. La magnitud de ese desequilibrio, y las expectativas de su larga duración, no favorecen una pulsación mínima de la demanda interna en todos sus componentes. Desde luego, perjudican el consumo de las familias, condicionado por la reducción de las rentas del trabajo; tampoco ayuda un elevado nivel de endeudamiento, en el entorno del 130% de la renta bruta disponible. La confianza de los hogares no deja de erosionarse a medida que en un número creciente de los mismos no hay ningún miembro con empleo.
La anemia de las decisiones de gasto condiciona a su vez la inversión empresarial e incluso el mantenimiento de los planes de producción. Las empresas, endeudadas o no, encuentran serias dificultades para acceder al crédito. Las entidades bancarias, por su parte, tampoco encuentran incentivos a ampliar la inversión crediticia, cuando las tasas de morosidad de familias y empresas erosionan gradualmente la solvencia. Además, la regulación adicional que en España soportan las entidades crediticias perjudica la financiación empresarial, en especial de las que por su tamaño, con bastante independencia del sector al que pertenecen, no disponen de una capacidad de negociación con los bancos.
La única opción que se ofrece a las empresas para garantizar su supervivencia es intentar vender fuera. Siempre ha ocurrido en las fases recesivas esa obligada salida al exterior: las empresas tratan de hacer de la necesidad virtud. El aumento de las exportaciones de bienes y servicios es un reflejo circunstancial de esa imperiosa exigencia de supervivencia. Es una de las causas de la rápida y pronunciada reducción del déficit exterior de la economía española, desde niveles cercanos al 10% del PIB en las vísperas de la crisis global. La otra razón de que el déficit por cuenta corriente haya caído hasta niveles inferiores al 4% del PIB es el desplome de las importaciones, consecuente con la atonía de la actividad. Si la caída de las compras al exterior no ha sido mayor es debido a la inelasticidad de las importaciones energéticas, dada la todavía marcada dependencia energética española y la correspondiente ineficiencia en su utilización: la española sigue siendo una de las economías avanzadas que más energía consume por unidad de producto.
Sería un error considerar que tras ese dinamismo exportador se ampara un reforzamiento de la competitividad internacional de la economía española. Esta no se ha erosionado mucho, a tenor del mantenimiento de la cuota en las exportaciones mundiales, pero es cierto que esas exportaciones de bienes y servicios (el turismo de forma destacada), son muy sensibles a las variaciones de precios y, en el caso del turismo, al desplazamiento de la demanda desde destinos competitivos, los que hoy sufren tensiones geopolíticas. La calidad de la oferta de bienes y servicios de la economía española apenas ha variado en estos años de crisis, a pesar de la diversificación sectorial conseguida desde 2009. La frontera de la innovación, de las exportaciones de bienes de elevado valor añadido, sigue distante, salvo tan honrosas como escasas excepciones.
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