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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Con y sin tildes

Manuel Rodríguez Rivero

Pensé empezar esta página dedicándole algún sarcasmillo al Ministerio de Cultura a propósito de lo que allí habrían (y no habrían) dejado los Reyes Magos, pero volví a mirar el rostro agotado de su responsable en una foto que tengo clavada con tachuelas en la pared de mi estudio y pensé que mi querida AGS ya tenía bastante con la escasa convicción con que su grupo parlamentario y sus colegas ministros habían apoyado "su" ley en trance tan mal planteado. No dejo de pensar que la entregaron a las fieras. De la actitud mezquina de los parlamentarios -que han preferido torpedear el trabajo de los creadores (con el que disfrutan los fines de semana cuando se desprenden de corbata y tacones) a contrariar al internauta feroz- ya se ha hablado bastante, de manera que no voy a extenderme. Pero estoy convencido de que o se protege la creación, o la demagogia del todo gratis nos conectará a la indigencia cultural. En cuanto al ministerio, ya habrá tiempo para que allí reciban alguno de mis (pequeños) dardos neurasténicos. Estoy esperando, por ejemplo, a ver qué pasa con las conmemoraciones del tercer centenario de la (hoy) administrativamente degradada Biblioteca Nacional, un aniversario que debería cumplirse (ojo a la fecha preelectoral) en marzo de 2012; me temo que, para entonces, los fastos (necesariamente austeros) podrían formar parte del consabido panem et circenses con que los partidos se dirigen a los intelectuales y creadores para recabar su voto y sus manifiestos. En todo caso, también se cuecen habas más allá. En el Instituto Cervantes, por ejemplo, la oficina de prensa sigue empeñada, comunicado a comunicado, en apuntalar el culto a la personalidad de su directora general, acerca de cuya febril actividad y apasionantes opiniones sobre muertos y vivos ("Caffarel sobre Ory", "Caffarel sobre Ana María Matute", "Caffarel sobre Morente", rezan algunos de los "asuntos" de los correos electrónicos que envían a cada rato) estoy mucho mejor informado que de las del presidente del Gobierno y, si me apuran, de las mías propias. A Libranda, la (teórica) plataforma de comercialización de libros digitales, lo mejor que los Reyes Magos podrían haberle traído es eficacia o, en su defecto, su disolución; como decía hace poco un J. J. Millás particularmente irritado, "resulta increíble que las editoriales más grandes de nuestro país hayan creado una plataforma gigante de libros digitales cuyo objetivo parece ser el de no vender libros digitales". En cuanto a la RAE, me soplan mis topos que allí no todo el monte es orégano. Lo de la nueva ortografía sigue levantando ampollas en algunos escritores, que incluso se han dirigido a los medios en que colaboran para que, en sus artículos, no les apliquen normas ortográficas con las que están en desacuerdo. Y no sólo ellos: al parecer, importantes editoriales planetarias también podrían negarse a aceptar algunos de los ucases ortográficos de los chicos (y, aún, pocas chicas) del limpia, fija y da etcétera. Antes de que los (estupendos) editores de Babelia empiecen a aplicarlas también a este ajado Sillón de Orejas, permítanme escribir con tilde (quizá por última vez) dos palabras (para mí todavía bisílabas) que adoro: truhán y guión. E incluso déjenme juntarlas en una pregunta idiota: ¿qué truhán me arrebató mi guión? Qué felicidad. Y es que la tilde siempre me ha parecido sexy (ojo: en adelante, y según la RAE, sexi, que queda mucho menos sexy).

Ortega (y Gasset)

Ojeé la nueva edición francesa de La revolte des masses en la Fnac de Les Halles, atestada de gente haciendo sus compras navideñas. La editorial Les Belles Lettres ha recuperado la traducción de Louis Parrot y le ha puesto un prefacio del psicoanalista José Luis Goyene en el que se pondera la actualidad de un libro que ya ha cumplido ochenta años. No sé qué diría Ortega, tan receloso de las masas (como otros intelectuales de su tiempo, véase The intellectuals and the masses, de John Carey; Faber, 1992), de estas aglomeraciones de ahora, mucho más compactas que aquellas hacia las que no podía reprimir su aristocrática antipatía: "Lo que antes no solía ser problema" -decía- "empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio". Ignoro cómo se las arreglaría para encontrarlo ahora, entre esta festiva y abigarrada muchedumbre multicultural que pone y quita gobiernos y que hace unos días peregrinaba en masa al centro de las ciudades europeas para cumplir con el rito del regalo, impuesto por la siempre eficaz alianza de tradición y mercado. A Ortega le aterrorizaban las masas (y lo que llamaba "hiperdemocracia"), pero supongo que, dentro de ellas, sabía distinguir a los suyos. Por eso no puede evitar manifestar simpatía hacia aquella "cierta damita en flor, toda juventud y actualidad, estrella de primera magnitud en el zodiaco de la elegancia madrileña" (qué cursi se ponía a veces el maestro, incluso cuando intentaba ser irónico) que le dijo: "Yo no puedo sufrir un baile al que han sido invitadas menos de ochocientas personas". Pienso en todo ello, mientras sustituyo en una de mis atiborradas estanterías las viejas Obras Completas editadas por Paulino Garagorri por las nuevas y más canónicas de la Fundación José Ortega y Gasset, cuyo décimo y último tomo acaba de publicar Taurus. No es que la nueva me parezca más manejable (el papel semibiblia es más incómodo para subrayar, anotar o poner exclamaciones al margen), pero, como decía el filósofo madrileño, el problema es encontrar sitio, también para los libros. En cuanto a la identidad de la innominada damisela orteguiana, a cuyo "talle vibrante de abeja y pestañas color de miel" (¡puaj!) se había referido más extensamente en ocasión anterior (que controlo), nadie me ha sabido dar razón, de manera que archivo el misterio en mi carpeta de enigmas literarios, no lejos del que se refiere a lo que Cristo estaría escribiendo en el suelo con su dedo (Juan, 8:6-11) mientras los fariseos le preguntaban si era lícito apedrear a la mujer sorprendida en adulterio.

ISBN

Tres consideraciones intempestivas acerca del nuevo ISBN. Primera: hasta que los editores no tengan el control total de la base de datos, el ISBN no será suyo. Pero tampoco lo será ya del Ministerio de Cultura (que no controla la asignación). Segunda: para que el ISBN sea verdaderamente eficaz se precisa inversión y gente trabajando, como demuestran las agencias de los más importantes países productores de títulos. Y, la verdad, los editores españoles -que han reivindicado desde hace años la propiedad del ISBN- me parecen demasiado acostumbrados a que la papeleta se la resuelva el Estado como para imaginármelos soltando alegremente las pelas que el nuevo sistema les exige. Y, tercera: el ISBN es una eficaz herramienta comercial cuya financiación debe basarse en el pago por servicio. Pero también es un instrumento de información para el público en general. Sería deseable que, como ocurre en otros países, existiera una versión de consulta gratuita en la que podrían obviarse los datos con más estricto valor comercial (quién distribuye el libro, etcétera).

Ilustración de Max.
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