Un milagro llamado 'Star'
Algunos no esperaron al final biológico del dictador. Año y medio antes se estrenó una revista que funcionaba como si el franquismo ya hubiera desaparecido. Starapareció por sorpresa, en un momento en que el régimen vigilaba estrechamente lo que llegaba a los quioscos, prohibiendo la salida de publicaciones que adivinaba enemigas. Pero Starprocedía de Producciones Editoriales, una de aquellas empresas familiares barcelonesas que sacaban libros para el mercado popular, sin ambiciones opositoras. El benjamín de la familia era Juan José Fernández, un chico de 20 viajados años que recuerda hoy: "Me fascinaban los tebeos underground, artistas como Robert Crumb y Robert Shelton. Había que darlos a conocer en España y, durante un tiempo, los tradujimos sin pensar que había que pedir permisos a los autores".Si se hubiera conformado con eso, Starsería únicamente de interés para los historiadores del cómic. Pero ésta fue una revista que se transformó a pasos agigantados. Primero, dando cabida a los dibujantes, fotógrafos e ilustradores españoles: Ceesepe, Nazario, El Hortelano, Montxo Algora, Ouka Lele, García-Alix, Peret, Pérez Sánchez. Luego fue abriéndose a la información cultural, con especial simpatía por fenómenos entonces rompedores como el punk-rock: el primer artículo sobre los Ramones salió cuando todavía no estaban disponibles sus discos en España. Todo esto se cuenta en Star: la contracultura de los 70, un cuidado libro que re
"¿Qué echo de menos de 'Star'? La sensación de transgresión" (Juan José Fernández)
produce todas las asombrosas portadas de la revista y productos satélites, más reflexiones y/o textos vintage de muchas de las firmas que se dieron a conocer allí: Isabel Coixet, Ramón de España, Jaime Gonzalo, Oriol Llopis, J. M. Martí Font, Ignacio Juliá, Ignacio Vidal-Folch, Diego Carrasco, Juan Bufill y Pau Malvido. Este último, hermano díscolo de Pascual Maragall, fue pionero en explorar la historia del underground hispano, necesariamente un movimiento clandestino, vista la vigencia de las leyes represivas franquistas. Ninguna broma. Juanjo Fernández relata que sufrió "tres secuestros y unas cinco multas, por cantidades enormes, pensadas para quebrarnos económicamente. Es cierto que nunca llegamos a pagarlas, siempre recurríamos". Su padre se asustaba ante la presión gubernamental, pero mantuvo su apoyo. Era más delicada la posición del director, que por ley debía ser un periodista, responsable penal de lo que salía bajo su nombre. En la última etapa asumió tan incómodo papel la hoy superviviente Karmele Marchante que, según Juanjo, "se portó estupendamente". Típicamente, Star acogía visiones conflictivas de la realidad. Coexistía una fascinación por la heroína, droga identificada con Lou Reed, con actitudes más hedonistas: se revisaban los bares cool de Barcelona, recomendando cócteles y denunciando a los que recurrían al garrafón. Star no era un medio ideologizado, a diferencia de otros compañeros de aventura (ver despiece) que desconfiaban de su heterodoxia. Su espíritu quedaba reflejado en el número 26: con el lema Contra todo y contra todos, Juanjo y dos amigas apuntan con pistolas, mirando desafiantes al lector. Pero sabía lo que vendía: más de la mitad de las portadas tenían guiños a las drogas o contenido sexual. Star también publicaba vistosos álbumes de historietas y fotos, incluyendo varios donde Luis Vigil, un connoisseur de lo prohibido, recopilaba material sadomasoquista de alta calidad. Su impacto en la calenturienta España de la transición debió de ser abrasador. Otra rama de la aventura fueron los libros. Algunos de los autores de Star Books —Voltaire, Jack London, Thomas de Quincey, Henry D. Thoreau— estaban libres de derechos, pero otros constituían clásicos de la contracultura que, según Juanjo, "ninguna editorial quería traducir". Así llegaron a España los históricos de la generación beat (Kerouac, Ginsberg, Corso, Burroughs, Cassidy) más sus herederos de los sesenta: Timothy Leary, Bob Dylan, Jim Morrison. Con similar concepto, Anagrama desarrollaría su celebérrima colección Contraseñas. Varios libros Star se convertirían luego en películas: Miedo y asco en Las Vegas (Hunter S. Thompson), Con destino a la gloria (Woody Guthrie) o Diario de un rebelde (Jim Carroll). Juanjo Fernández y varios de los comentaristas que repasan ahora la historia de Star cargan contra la actual vaciedad de las revistas de tendencias. Asombra saber que Star, a pesar de no contar con publicidad, fue rentable y que, poco o mucho, pagaba a sus colaboradores antes de que cada número llegara a la calle. "Llegamos a tirar 30.000 ejemplares y todo se aprovechaba. Hacíamos retapados: se juntaban varios números y se encuadernaban con una portada nueva. Ahora resulta difícil conseguir algunos de ellos, se venden carísimos en eBay."La pregunta es obvia: ¿cómo es que deja de publicarse en 1980, a punto de triunfar algunas de las obsesiones que patrocinaba? Las portadas de los últimos Star evidenciaban la estética nueva ola (y, eh, la llegada de la cocaína). Juanjo explica que nunca pensó en cerrar, sino en reencarnarse en una revista menos underground, con mejor papel y presentación. "Pero en aquel momento la iniciativa cultural pasó de Barcelona a Madrid, y allí salieron enseguida órganos de la movida que ocupaban nuestro posible espacio."También debe mencionarse que Star no contaba con un cuadro de colaboradores exclusivos: todos los que allí publicaban estaban también comprometidos con otros medios y, de alguna manera, triunfaron en los ochenta. Ramón de España llegó a dirigir la última etapa de Vibraciones, tras la marcha de su equipo directivo para fundar Rock Espezial. Además, el propio Juanjo era un diletante, que pasaría por diferentes negocios, incluyendo una tienda de discos, Star Records. Actualmente, es la mitad de La Santa, empresa que desarrolla proyectos culturales y que, hasta tiempos recientes, tuvo un espacio de exposiciones. "¿Lo que echo de menos de Star? La sensación de transgresión. Y el placer de repensar nuestro logo: las 57 portadas de Star tuvieron unas letras diferentes".
CONTRACULTURA AL ASALTO DEL QUIOSCO
Entre la decadencia del régimen franquista y el advenimiento de la movida, estas revistas revolvieron la cultura subterránea patria.
Los 40 años de censura franquista provocaron una avidez de información que generó un florecimiento revisteril. Se cuenta en Los 70 a destajo: Ajoblanco y libertad (RBA), una crónica apasionada de Pepe Ribas, el carismático timonel de Ajoblanco, que llegó a vender 100.000 ejemplares en 1977, el punto álgido de una publicación ácrata que no fue capaz de establecerse como empresa funcional. Las trayectorias de algunas cabeceras fueron pasmosas. Por Favor, inicialmente dedicada al humor, se reconvirtió en medio contracultural. Ozono nació como heredera de AU, publicación universitaria que cobijaba al núcleo duro de los musiqueros que animaron el despegue de las FM madrileñas. Inicialmente bajo la supervisión gráfica de Alberto Corazón, era una cooperativa de periodistas y simpatizantes; se prolongó como alternativa de Madrid al dominio de Barcelona en estos asuntos. De la editorial que sacaba Vibraciones, el más prestigioso mensual musical, surgió El Viejo Topo, densa publicación sobre teoría política que —alucinante— alcanzó tiradas de 50.000 ejemplares. Su diseño, obra de Julio Vivas, causaba impresión: en Italia se pretendió editar una versión traducida. El posterior esplendor de la movida ha eclipsado, paradójicamente, a estas revistas donde se habló por primera vez de Almodóvar o Alaska. Otros iconos de los ochenta, como los hermanos Auserón, debutaron como críticos en Disco Exprés, publicación contracultural en su última etapa. Y la sombra del Rolling Stone estadounidense marcó Sal Común, que apostó por propagar la buena nueva de la liberación sexual, incluyendo la variedad gay
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