Un ladrillo junto a otro
Toda obra de arte suele poseer una materialidad que se forma, o que cobra forma, siguiendo los dictados de alguna idea estética determinada. En este sentido, toda obra de arte es objetual y, a la vez, es conceptual, por tanto, la separación entre ambas categorías, surgida en los años sesenta del siglo pasado, no es más que una convención taxonómica utilizada por aquella crítica que se dedica a digerir los fenómenos artísticos para reducirlos a etiquetas consumibles por las masas. Hacer escultura consiste en dotar de forma a la materia, pero éste es, en cierto sentido, también el trabajo de la arquitectura. La forma arquitectónica se diferencia de la escultórica en que surge como consecuencia de los dictados y condicionantes de cierta funcionalidad. Sin embrago, cuando ahora las formas arquitectónicas se construyen solo para satisfacer determinadas veleidades plásticas, no es de extrañar que los escultores se apropien de los métodos, materiales y estructuras formales que eran propios de la práctica arquitectónica. Mies van der Rohe sentenció que "la arquitectura surge cuando se ponen cuidadosamente juntos dos ladrillos". En la exposición que comento, la escultora portuguesa Fernanda Fragateiro (Montijo, 1962), como si quisiera responder al arquitecto alemán, ha realizado una obra-instalación titulada Deep Space, Shallow Space en la que ha colocado cuidadosamente unos módulos cuya forma volumétrica se puede asimilar a la de unos ladrillos grandes con los que recorre, divide y condiciona el espacio de la galería. Estos briques son unos pesados volúmenes prismáticos formados con revistas de arquitectura que han sido encapsuladas en tersas y brillantes cajas metálicas que dejan a la vista el contenido de su interior en dos de sus seis lados. En esas superficies se aprecia de qué materia están compuestos los volúmenes, ahí se ven las apretadas páginas de unas revistas que han sido guillotinadas con el fin de ofrecer una superficie tan tersa y continua como la del metal que las contiene. Pero, el corte de la cuchilla permite aflorar en sus superficies la huella de la tinta de las ilustraciones y los textos que están impresos en sus páginas, generando unas enigmáticas líneas de color pálido, como las que se aprecian en los cantos de los libros cuyas ilustraciones han sido compuestas a sangre.
Fernanda Fragateiro
Galería Elba Benítez
San Lorenzo, 11. Madrid
Hasta el 29 de octubre
Cada pieza modular así construida es un "objeto específico" minimalista que, cuidadosamente colocado junto a otros, genera secuencias, líneas y barreras como las que construían Donald Judd o Carl Andre, con las que sin duda hay algo más que una simple afinidad formal o compositiva. Sin embargo, la propia materia que confiere cuerpo, volumen y masa a cada pieza no es ni inocente ni casual. La artista no ha elegido una materia cualquiera para compactar sus ladrillos, se ha servido de revistas de arquitectura, de vehículos de información y difusión, cuyo discurso ha sido físicamente apresado y guillotinado. Tras la materialidad y el formalismo de esta obra parece deslizarse una sutil crítica hacia unos medios de conocimiento que se están quedando obsoletos.
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