¿Qué fue de la 'next generation'?
Viernes 12 de septiembre de 2008. La artista Karen Green encuentra a su esposo David Foster Wallace ahorcado en casa. El escritor de La broma infinita había batallado contra la depresión desde su adolescencia. Un cambio de medicación le sumió en un pozo del que no logró salir ni siquiera con las sesiones de electroshock a las que fue sometido. "El grado terminal de autoconciencia de Wallace nos parecía sintomático del momento. Si alguien tenía la inteligencia y la fuerza para señalar el camino a seguir en el laberinto posposmodernista, ése era él. Y durante un tiempo al menos, Wallace parecía deseoso y capaz de sostener el peso", reflexiona el crítico Alex Abramovich, tras anunciarse hace una semanas la compra de los papeles del escritor por parte de la Universidad de Tejas. El profesor de Columbia, crítico y escritor Benjamin Anastas le define como "la fuerza de gravedad que de alguna manera mantenía todo unido; en torno a su trabajo gravitaba el de muchos otros".
"Se han implantado. Algunos ocupan hoy el centro del poder cultural" (Javier Calvo, escritor)
Foster Wallace representó el factor diferencial entre aquellos escritores nacidos en los sesenta que irrumpieron en el panorama literario a finales de los noventa. Un genio de esos que sólo salen cada muchos años. Transformó a una generación y se ganó el respeto de los mayores. Ya fuera con una crónica sobre Federer o con un novelón de más de mil páginas sobre la televisión y el tedio autodestructivo. Su influencia no ha parado de crecer, dentro y fuera de Estados Unidos.
Claudio López Lamadrid, director editorial de la división literaria de Random House Mondadori, bautizó en 2001 a un heterogéneo conjunto de escritores coétaneos de Wallace como la Next generation, una denominación que sólo se usa en España y que permitió introducir en el mercado a autores jóvenes y desconocidos hasta ese momento. "Tenían una edad semejante, pero se trataba de gente con propuestas tan distintas como Michael Chabon, Jonathan Lethem, David Sedaris o Chuck Palahniuk. Nada que ver pues aparte de la edad y de ser, sí, una generación next, posterior a la de los superconsagrados Roth, Updike, etcétera", explica el editor, que en 2002 celebró en Barcelona un congreso que reunió a muchos de ellos. Pese a lo variado de sus propuestas, una base de lectores encontró en su mezcla de géneros, en esa intromisión de la cultura pop, la irreverencia y el humor, rasgos comunes en los que podían reconocerse. La literatura se convertía en un terreno de salvaje experimentación sin perder su capacidad de conmover. Había esperanza. El inconexo mundo tenía espacio en las tramas de Wallace que se desbordan en sus notas a pie de página. Los recuerdos de infancia de Jonathan Lethem, un hijo de artistas crecido en un Brooklyn marginal, calaron con su potente mezcla pop. También el corrosivo humor autobiográfico de Sedaris o la extrema violencia de Palahniuk.
El escritor Javier Calvo, traductor de Chabon, Palahniuk y Foster Wallace, conoció en aquel congreso barcelonés de 2002 a su esposa, Mara, hermana de Jonathan Lethem. "Next generation fue un concepto espurio, cuya máxima utilidad fue casarme a mí", dice. "El término incluye desde autores enraizados en la tradición académica norteamericana como Foster Wallace hasta un humorista como Sedaris". En definitiva, "no se trataba de una mesa redonda del Algonquin", resume Mara, haciendo referencia a las famosas reuniones de intelectuales que formaron un singular equipo en Nueva York en los años veinte. Quizá el término más apropiado para referirse a Wallace y los suyos sea posposmodernistas, como apunta el editor Lorin Stein, de Farrar, Straus and Giroux: "La primera generación calificada de posmodernista es la de John Barth, Thomas Pynchon, Don DeLillo, Richard Coover, los tipos que empezaron a publicar en los sesenta, los tipos a quienes admiraban [Foster Wallace o Jonathan Franzen]. Pero realmente aquí no ponemos nombre a las generaciones, ése es el problema".
Sin embargo, la idea de generación cundió. Y no sólo en España. Entre 1999 y 2000, los editores italianos Martina Testa y Marco Casini, de Minimum Fax, reunieron en un volumen relatos de autores estadounidenses contemporáneos. El título, Burned children of America, fue tomado de un cuento de Wallace y se tradujo como Generación quemada en la version española, publicada por Siruela. "Decidimos hacer una especie de cinta de varios, como las que los adolescentes graban en el instituto para impresionar a las chicas o convertir a los amigos a un tipo de música", explica Testa. La originalidad era un claro denominador común. "Tenían algo de rareza, un sabor experimental", continúa. "También producían un impacto real y emocional en el lector, no eran meros efectistas". La mezcla de cultura elitista y pop, el constante juego con la literatura de género o la celebración de la escritura como una actividad salvajemente imaginativa son algunos de sus rasgos definitorios, según la editora. Anticonvencionales en la forma y tradicionales en su temática. "De raza blanca, en general de clase media, criados en un ambiente occidental de centros comerciales, televisión, comida basura y publicidad que no acababa de satisfacerles".
¿Qué ha sido de ellos? "Pensar que la muerte de Wallace es el final es algo sensacionalista y poco real", opina Javier Calvo. "Algunos de ellos se han implantado y hoy ocupan el centro del poder cultural". En la última década, la Next ha acumulado galardones y considerables ventas: ha encontrado su público. Las lecturas de lanzamiento de The ask, de Sam Lipsyte, una divertida sátira de las universidades estadounidenses, han sido un éxito de público en Nueva York. Chronic city, de Jonathan Lethem, autor de Huérfanos de Brooklyn, se ha publicitado como el asalto del escritor a otro barrio neoyorquino, Manhattan. También está prevista la publicación de la tesis universitaria y una novela inconclusa (The pale king) de Foster Wallace. Pero quizá la noticia más esperada es el regreso este otoño de Jonathan Franzen con Freedom (que Salamandra editará en España en otoño de 2011) tras una década casi en silencio. En el funeral de Wallace, Franzen recordó la última conversación que mantuvo con su buen amigo y cómo éste le pidió que le contara una historia sobre cómo iban a mejorar las cosas. "Le dije que aún tenía por delante su mejor trabajo".
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