"Mi escritura es un ejercicio de conciencia"
Chantal Maillard (Bruselas, 1951) es crítica, poeta y profesora de Filosofía, especializa en Estética y Teoría de las Artes. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Matar a Platón, y en 2007, el de la Crítica de poesía castellana por Hilos. Acaba de publicar Bélgica (Pre-Textos), cuarto volumen de una tetralogía formada por Filosofía en los días críticos, Diarios indios y Husos. Se trata de un texto situado a mitad de todos los caminos: desde la reflexión, filosófica, vital y sobre el proceso y el sentido de la escritura, al cultivo de la memoria y el olvido, expresado en una arriesgada recuperación de la infancia, vista como un "estado de inocencia", y en la observación del presente. Ella misma asegura que este texto cierra, en cierto sentido, una etapa muy amplia de su vida. El volumen recoge ocho viajes, varios de ellos relacionados con la elaboración junto a un artista belga de una obra sobre el muro del cementerio del municipio de Bruselas en el que ella nació. "Fue casual, un azar". Y ese azar "se ha producido a lo largo de todos los viajes". La obra son 200 metros de poema sobre un muro entre dos universidades, una flamenca y otra valona, donde hay además una comunidad vietnamita y "se hablan muchos idiomas". Un muro que no importa desde donde se mire, siempre tiene otro lado.
PREGUNTA. Dice usted que escribir es un ejercicio de conciencia.
RESPUESTA. Mi escritura siempre ha sido un ejercicio de conciencia. La observación como uno más entre los actos de conciencia posibles, como pensar, calcular, imaginar, sólo que éste con un objeto peculiar: la propia mente. La imagino formada por lo que llamo "husos", algo así como haces de cuerdas. Pasamos de uno a otro al cabo del día y al cabo de la vida. Reímos, lloramos, reflexionamos, etcétera. Observar esas modalidades de la conciencia es lo que me lleva a escribir. Ha sido así desde muy pequeña.
P. En este caso, con la mirada puesta en la memoria.
R. Sí. Este libro es el cuarto de una tetralogía de diarios que son, en realidad, mi vida fragmentada trenzada sobre el fondo de una modalidad anímica o un sentimiento (lo sentimental, al fin y al cabo, es mental) dominante: en Filosofía en los días críticos, el eje rector era la pasión. En Husos incidía en el dolor, el duelo. En los Diarios indios, concretamente en el 'Diario de Benarés', fue la propia observación. En Bélgica, es la memoria.
P. Pero la memoria es muy traidora.
R. Hago hincapié en ello. La memoria-recuerdo engaña, pero el destello de la memoria es otra cosa: es lo que la memoria nunca ha recordado. El destello aparece y uno quiere ensancharlo, aunque no siempre es posible. Es como las sensaciones de Proust. En cualquier caso, la memoria siempre se da en presente, es algo que quise tener en cuenta.
P. En cierto momento habla usted de abrir el paraíso.
R. El paraíso como la recuperación de un gozo inicial, que es con lo que empiezan estos viajes de regreso. En un cierto momento, descrito al final de Husos y que coincide con el inicio de Bélgica, experimenté un instante de gozo que no tenía en ese momento mucho sentido, porque pasaba por momentos difíciles. Ese gozo estaba ligado a un destello de la memoria. Esto fue el detonante de aquellos viajes y el comienzo del libro.
P. La infancia es para usted un estado original del que todos somos exiliados.
R. Exacto. Cuando los poetas hablan con nostalgia de la infancia no es exactamente a ella a lo que quisieran volver. La infancia a la que aluden no es un lugar ni un tiempo concreto sino un estado de inocencia, cuando no había juicio aún y, por tanto, no se podían efectuar comparaciones, lo cual permite estar en el presente, absolutamente. El paraíso es un estado en el que la conciencia, al no haber diferencias ni tampoco juicio, no es necesaria.
P. Usted es una exiliada territorial e idiomática. ¿Pesa menos lo segundo?
R. El idioma está presente continuamente. De hecho el libro está atravesado por su resonancia. Caminaba con las voces que recordaba y las iba recuperando al tiempo que caminaba. Mis lugares de origen se convirtieron en un mapa sonoro de voces oídas en mi infancia. En francés, mi idioma materno, pero también en el otro idioma, el neerlandés, que aunque nunca lograse aprenderlo era como la música de fondo de esos primeros años, esto hacía que, en ciertos momentos, me pareciese comprenderlo a pesar de no entenderlo. Me sentí exiliada, ciertamente, cuando llegué a España en 1963, y doblemente, pues me metieron en un internado en el que no entendía el idioma. El exilio también es lingüístico. Seguí escribiendo en francés durante algunos años. Supongo que para no perderme del todo.
P. Se pregunta ¿qué es la vida? Y sugiere que la pregunta no ayuda a vivir.
R. Pienso en la inocencia de ese niño que fuimos, antes de la pregunta. En la inocencia del animal que parece que no se pregunta. Cuando decimos "nos han tratado como a un animal", la expresión misma implica un consenso en el maltrato. Es terrible. Si no aprendemos a respetar a los animales, ¿cómo vamos a respetar al animal que somos, con nuestras diferencias? Respetar a un animal es comprender la inocencia. ¿No estaríamos mejor sin la conciencia de las diferencias y el enjuiciamiento constante?
P. ¿Cuál es su respuesta?
R. A estas alturas tengo más preguntas que respuestas. Y más que preguntas, extrañeza.
P. Su texto es una reflexión sobre la escritura y, al final, también sobre la función del lector libre.
R. Sí. Mis libros siempre han sido fragmentarios y los fragmentos dejan respirar. De hecho, son una propuesta contra el argumento. Cualquier texto puede ser una novela, un trayecto. Por eso Bélgica no sólo consta de los viajes, sino también de los intervalos entre ellos. La narración es fragmentaria. Como el relato de cualquier existencia de la que queramos dar cuenta. Si se enlazan de una determinada manera, los fragmentos formarán un organigrama distinto que si se enlazan de otra. La estructura fragmentaria permite al lector hacer del texto lo que quiera.
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