"Vivimos una tiranía del 'opine usted"
Juan Cueto (Oviedo, 1942) siempre tuvo vocación de vigía. Desde su atalaya mental era capaz de ver a la distancia lo que se venía. Y así lo reflejó en sus columnas de opinión en este periódico hasta que en determinado momento, en 2008, Juan Cueto se bajó del tren. "Me apeé de EL PAÍS", subraya. De alguna manera, Cueto ha seguido un camino natural -y con mucha tradición- de profeta a ermitaño. "Estuve desde el primer día en EL PAÍS, pero llega un momento en que la edad pesa y no iba a seguir haciendo algo que ya sabía hacer con cierto desparpajo, así que pensé que ya era el momento de retirarse. Y tal cual, no hubo nada más. Lo dejé del todo, aunque después ha habido momentos en que me pude arrepentir. Sobre todo ahora, al ver este libro, me digo que podría haber hecho algunos artículos más". Se refiere a Cuando Madrid hizo pop. De la posmodernidad a la globalización (Trea), que recopila artículos, conferencias y otros textos publicados entre 1982 y 2008.
"Creo que es necesario que los intelectuales se reciclen para la complejidad. 'Manca finezza"
Cueto ha sido siempre un hombre del presente, no es de los que miran atrás. "Me horroriza el pasado", corrobora. Por eso al leer este libro uno se encuentra que ya venía entonces anunciando algunas de las cosas que han sucedido después. "Cuando uno insiste demasiado se acaba acertando algo", dice riendo. "Yo siempre he estado preocupado por lo que sucedía fuera de este país. Entonces veía que allá se abrían ventanas que aquí permanecían cerradas todavía. Y yo hablaba de abrirlas y asomarse al exterior. Lo que hice siempre fue -y es lo que dice el subtítulo del libro- tratar sobre dos cosas que estaban pendientes: una es la posmodernidad y la otra la globalización".
Hay un momento en que la posmodernidad queda opacada por la avalancha de la globalización. "Eso fue al final de la posmodernidad, que es la modernidad tardía, la modernidad líquida como dice Zygmunt Bauman. Luego los siguientes artículos se refieren a la globalización primero con cierta simpatía, luego con toda su crudeza. Al final carnívoramente. La prueba es que al final la globalización se ha convertido en una máscara más del capitalismo salvaje", afirma. "Por la modernidad se podía luchar, pero con ese tipo de globalización no cabían dudas: llevaba un solo rostro, duro, y era la faz que veíamos".
"Empezó también la hegemonía de Internet, cosa de la que veníamos hablando desde hacía tiempo, y llegamos hasta ahora con los efectos perversos de la globalización", continúa. "Efectos perversos que hoy tienen consecuencias para dictaduras como las que han caído en las últimas semanas. Y hay otro fenómeno que no he analizado pero del que me gustaría escribir, aunque no lo haré, y es el que ocurre en Italia: la revuelta de las mujeres contra Berlusconi. También puede tener efecto contagio. Conozco muy bien Italia y el otro día vi a miles de mujeres manifestarse con una ira que solo había visto en los países árabes. Todas con eslóganes de Internet".
Se está horizontalizando el poder y, en ese contexto: ¿los intelectuales siguen teniendo la voz cantante o ya no es necesario? "Primero: yo creo que no la tienen", dice Cueto. "Segundo: creo que es necesario que los intelectuales se reciclen para la complejidad. Realmente no me valen para nada las recetas del intelectual progre. En absoluto. Precisamente en mis últimos años en EL PAÍS me metía constantemente con los progres. No estoy contra ellos, estoy contra la simpleza. Pienso que los intelectuales son fundamentales, obligatorios, para entender estos fenómenos. Y en tercer lugar: lo que se exige son instrumentos de precisión, de finura. Manca finezza. Y es que así como la globalización superó la modernidad, por decir así, la progresía se quedó estancada. De la tardomodernidad se pasó a una idea floja de la progresía".
En el prólogo del libro se dice que "el progreso fue un fracaso". "Creo que hay que matizar", apunta Cueto. "En la época de la Ilustración, por ejemplo, con los avances en todos los campos, parecía que lo último era siempre mejor que lo primero. Eso es algo que hoy ya no vale. Durante mucho tiempo se identificó el progreso con la izquierda y eso es un error fatal. Progreso es hablar de las necesidades en términos correctos, como se decía en la Ilustración". Y sitúa sus observaciones: "La idea de progreso surgió con Kant, que escribió dos panfletos maravillosos que son clave para la historia del periodismo mundial. Uno se titula ¿Qué es la Ilustración? Y el otro ¿Qué hacer? El primero responde a las preguntas que se plantearon en unos periódicos de Berlín en 1784, y es la que nos hacemos todos los días en prensa: ¿qué pasa? ¿qué está pasando en el mundo? Una respuesta que no solo se refería a lo que era la Ilustración en sí, sino a lo que sucedía en muchos otros campos. Todo procede de estos dos opúsculos y que desarrollaron la filosofía mundana por un lado, y la académica por otro. Esa es la idea de progreso que me interesa".
El problema es que hoy esa pregunta no tiene una, ni dos, sino tantas respuestas como personas. Y uno no sabe con cuál quedarse. El periodismo parece quedar casi desbancado por esa consulta popular constante. ¿Cómo debe redefinirse el papel del periodista? "Ahora vivimos una tiranía del opine usted", insiste Cueto. "El problema del periodismo es que cada vez hay menos sitio para respuestas complejas. Es decir, que todo el periódico esté basado en esas respuestas rápidas de 140 caracteres empieza a ser un disparate. No hay tiempo para analizar en tan poco espacio. Falta el análisis. En definitiva, una columna de opinión es coger un tema y exprimirlo hasta llegar al meollo del asunto. Al drambuie, como dicen los que les gusta el whisky. El drambuie de las columnas debe remitirte a algo más serio. Y de ahí la importancia de los intelectuales. No vale con la noticia en sí".
Propone tomar en cuenta algunas observaciones para los próximos años. "El futuro del periodismo impreso, tal como se conoce, está en lo glocal. Es decir, noticias de proximidad que te tienen que atraer de verdad, y por las que pagas", subraya, "al lado de noticias globales por las que no pagas casi nada. Para la local sabes hasta de dónde viene el dinero y, sin embargo, los productos globales -salvo las grandes exclusivas o noticias como las revoluciones en el mundo árabe- no valen dinero, no tienen interés. Por lo tanto, los productos son glocales. Y no me inventé yo ese término, como dicen, hay teorías muy conocidas al respecto. Lo glocal es una lucha contra los excesos locales y los globales también. Ni lo uno ni lo otro".
Cuando Madrid hizo pop. De la posmodernidad a la globalización. Juan Cueto. Trea. Gijón, 2011. 348 páginas. 20 euros.
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