Sic transit gloria mundi
La brillante nueva novela de Martin Amis, de amoral moralidad como las obras de su maestro Nabokov, ya no forma parte de la obra de un enfant terrible, sino de los escritos de un viejo indecente. Bukowski se sintió decrépito cuando ya lo era; Amis, en cambio, presiente su decrepitud, pero no la asume. Prefiere dedicar dos tercios de La viuda embarazada a recordar sus años de promiscuidad libidinosa durante la revolución sexual de los setenta de Janis Joplin y la píldora, por la que volaron tantos dulces pájaros de juventud y a la que dedica extensas páginas de crónica satírica del carpe diem en forma de diálogos calientes para escuchar en piscinas de Hockney, entre alcohol y bikinis, o para leer en cómics pop art de Wesselmann o de Lichtenstein, atestados de lujuria y de chicas pin-up liberadas para siempre del ancien régime moral y combatiendo en la guerra contra el cliché de una sociedad machista que, hélas!, parece que fue lo único que sobrevivió. Y si los dos tercios iniciales de La viuda embarazada se dedican a ralentizar el tiempo del relato recreándose, como hiciera D. H. Lawrence, en la festiva pasión carnal, el tercio final se consagra a acelerarlo exhibiendo la cruel melancolía moral nacida del espectáculo de la decadencia, el declive y la muerte, en nueva servidumbre al viejo tópico del memento mori, que convierte la ominosa novela del maestro Amis en un ejemplo de vanitas -"nunca fue vanidad. Siempre fue muerte"-, de funesta y autobiográfica constatación del paso veloz de la flecha del tiempo, y con ella de las glorias del mundo, y de la llegada certera de la muerte, que el recuerdo de la pasión no sabe uno bien si dilata o acelera. También Doris Lessing, en El sueño más dulce, dedicó páginas autobiográficas a los sesenta y a su revolución hippie, pero eran páginas escoradas hacia la política y el comunismo, hacia la perspectiva social; Amis elige una visión más próxima al ámbito personal, concibe a Keith, el protagonista, como su alter ego, y a su hermana Violet como a su propia hermana Sally, destruida por el alcohol a los 46 años. La viuda embarazada arranca y se desenvuelve bajo un cielo azul y luminoso, el cielo de la libertad sin límites por la que transitan, en un castillo italiano, el ingenio intelectual (¡espléndidas referencias a la moral sexual de la novela victoriana, llenas de sentido y sensibilidad, y a los textos de Shakespeare, de Kafka o de Bellow, y divertidas obsesiones etimológicas!), el sexo y los cuentos de hadas que protagonizan Keith, Lily o esa joven que no por azar Amis llama Scheherazade, pero la novela va oscureciéndose hasta alcanzar la tiniebla del machismo, del fracaso inevitable o del integrismo islámico: "Así que el resultado final de vuestra revolución sexual bien podría ser la sharia y el velo", escribe al final, desengañado, el narrador, sirviéndoles en bandeja de plata la cabeza del autor a aquellos a quienes les vale una cerilla, aunque no exista sino en un texto de ficción, para incendiar el mundo.
La viuda embarazada/La viuda prenyada
Martin Amis
Traducción de J. Zulaika / M. Pera Cucurell
Anagrama / Empúries. Barcelona, 2011
494 / 499 páginas. 23,50 euros
"No habrá nada más terrorífico de encarar que la ancianidad", lamenta el narrador de Amis. También lo lamentan los narradores de Hombre lento de Coetzee, Invisible de Paul Auster o Elegía de Philip Roth, y La viuda embarazada, que en realidad no habla sino de la senectud, que tanto necesita del deseo de la memoria cuanto de la memoria del deseo, sino de la vida embaucada al final de un proceso de lasciva educación sentimental, nos enseña de esa vida que puede escribirse, pero "nunca puede reescribirse". Es el frustrante pero inevitable final del libertino.
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