Perfecto, antiguo e irreparable
"Todo hallazgo es una amenaza", dice en uno de los poemas de Hombre y camello el canadiense Mark Strand (Summerside, Prince Edward Island, 1934), y ese verso inquietante, que parece cuestionar desde dentro la necesidad de la cultura, el arte o la ciencia, resume bien el sentido de este libro, que por ahora es el último de los suyos, y el de toda su obra, planteada como una continua indagación de los límites de la realidad y del sentido de la vida. ¿Para qué estamos aquí y por qué tenemos que escribir sobre ello? Cuando uno llega al límite, el siguiente paso es el abismo, y de ese más allá inminente que hay a la vuelta de todas las esquinas es de lo que hablan la mayor parte de los poemas de Hombre y camello, otro intento de "ver el mundo gigante que aparece / cuando cierras los ojos" por parte de este escritor, crítico, traductor -entre otros de Rafael Alberti- y profesor afincado en Estados Unidos que siempre parece pasear por "una ciudad a punto de ocurrir, una ciudad nunca completa", y cuya mirada nunca descansa: no es raro que su primer libro, que apareció cuando tenía ya treinta años, se titulase Durmiendo con un ojo abierto. Después de ese han venido una docena más, y con ellos ha ganado los premios más prestigiosos, incluido el Pulitzer. Strand es un poeta certero en su mezcla de emoción y desapasionamiento, al que se le notan Wallace Stevens, Robert Lowell o Elizabeth Bishop; que fue compañero de aventuras literarias de Charles Simic y gran amigo de otros dos colegas con los que comparte algunos de los rasgos esenciales de su estilo, Octavio Paz y Joseph Brodsky, y que se retrata cuando dice: "No me interesan los despliegues emocionales". Como el resto de su trabajo, del que en España ya se conocían la antología Sólo una canción, publicada por Pre-Textos y su anterior libro, Tormenta de uno, que salió igual que este Hombre y camello en Visor, dibuja una especie de mitología de lo normal, un mundo en el que lo experimentado y lo soñado se juntan y se puede describir un día de verano diciendo que "el calor era tan intenso que los pájaros ardían y caían a la tierra envueltos en llamas", y donde siempre hay espacio para el conocimiento y el descubrimiento, vistos desde el estupor de quien hasta cuando oye su nombre se siente "como si no me perteneciera a mí sino al silencio / del que había venido y al que regresará". Hay otro verso en Hombre y camello que es una buena maqueta de la escritura de Mark Strand, el que remata de este modo un poema sobre el tópico de la rosa que se marchita: "Qué perfecto, qué antiguo, qué irreparable". Se puede decir con más palabras, pero no mejor.
Hombre y camello. Poemas
Mark Strand
Edición y traducción de Dámaso López García
Visor. Madrid, 2010
94 páginas. 10 euros
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