Marcos Montes
Es difícil hablar de la publicación de esta novela prescindiendo de las circunstancias que la rodean. David Monteagudo (Viveiro, 1962) dio a conocer el año pasado Fin, una estupenda sorpresa para la crítica en general y un éxito inmediato de público y, al mismo tiempo, se nos informó de que el autor tiene un cajón (o dos) lleno de novelas bien dispuestas a salir de su escondite. También quedamos enterados de que Monteagudo trabajaba para ganar su sustento en una fábrica de cartones, ocupación que solo el éxito literario le ha permitido abandonar. Pues bien, Marcos Montes es la primera de las novelas inéditas y es indudable que su argumento surge directamente del trabajo en la fábrica, monótono y peligroso, pero también, como se pone de manifiesto en la novela, estimulante, pues el trabajo físico no ha impedido al autor ejercitar simultáneamente la meditación y el recogimiento. Algunas críticas que se han formulado contra Fin han señalado que es una novela falta de realismo debido sobre todo a unos diálogos que no pueden darse en la vida cotidiana. Olvidan los que así piensan que el propósito del autor no es ajustarse a la realidad sino crear un universo abstracto, de gestos esenciales y sentimientos absolutos, cuyas ataduras con la realidad parecida a la "realidad" son solo las imprescindibles. Bien, en este sentido es muy positiva la nueva publicación, una novela corta precisamente, una denominación poco clara en español pues en realidad nos referimos a un género intermedio entre el cuento y la novela. Como San Manuel Bueno, mártir o Doña Berta. Y la mayor brevedad, la unidad y densidad propias del género y la impecable construcción fabulística de Monteagudo permiten poner en evidencia lo que he mencionado sobre el autor, una narración de orden metafísico, una especulación en torno al comportamiento humano, unos dilemas éticos fundamentales. Todo enraizado en un universo de apariencia cotidiana e incluso ramplona. Marcos, el minero protagonista, es capaz de realizar su trabajo, extraer de la pared el material donde se encuentra el oro, mientras su mente en continua ebullición se concentra en otros problemas. Es el encargado (él o su mente) de filtrar todo lo que el lector llega a conocer de los sucesos narrados. De esta manera, se da una absoluta oposición entre el individuo y el conjunto, el ser que rumia y nos habla y la masa que se desenvuelve unida para poder salir de la mina donde se ha producido un derrumbe. Todo ello en completa oscuridad (sin matices, nada se ve, ni las sombras o bultos que se verían en el mundo real) para que, más allá del evidente simbolismo, la incierta narración sea gobernada por deducciones, suposiciones e irrealidades. El tema central avanza sin desviaciones ni interrupciones hasta un final, eso sí, demasiado previsible y probablemente poco original. No seduce tanto como la novela anterior, pero confirma la capacidad de un autor, poseedor de un lenguaje límpido, sin equívocos, directo y aniquilador, mediante el cual ejerce un poder total sobre los personajes, seres sometidos a una ley superior que dicta el autor e impresiona al lector. Esperemos, pues, nuevas obras salidas de ese cajón, pero sobre todo confiemos en lo que el autor escriba de ahora en adelante.
Marcos Montes
David Monteagudo
Traducción de Jordi Nopca
Acantilado / Quaderns Crema
Barcelona, 2010
118 páginas. 12,90 euros
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