Imaginario de la literatura japonesa
No hace tantos años, acceder a la obra de autores japoneses suponía una búsqueda, candil en ristre, por los libreros de viejo: de las ediciones de Mishima de Caralt, o su Pabellón de Oro en una discutible traducción de Juan Marsé para Seix Barral, a traducciones incompletas y del inglés o francés de los clásicos El Libro de la Almohada o el Genji. Ser aficionado a la literatura japonesa y poder gozar de variedad en la elección era un lujo al alcance de los pocos que tuvieran el francés o el inglés como segunda lengua.
A nuestra orilla tuvo que llegar Murakami y una mezclilla desorientada de meditación, zen y sushi, con su poco de manga, para que el comprador se animara a incorporar a su biblioteca textos de gusto oriental, entre los que se han hecho un sólido hueco las publicaciones de autores japoneses de todos los tiempos. No sólo podemos acceder a bellísimas traducciones del japonés como la de Amalia Sato de la obra del siglo XI El Libro de la Almohada (Adriana Hidalgo, 2001) sino que Mishima ha dejado de oler a humedad y tiene colección propia en Alianza Editorial. Natsume Soseki y su gato baten récords de ventas y nadie se extraña de ver nombres como Kenzaburo Oé, Banana Yoshimoto, Mori Ogai, Ryunosuke Akutagawa, Osamu Dazai o Junichiro Tanizaki en la mesita del café. El género del diario o zuihistu, esa literatura informal y femenina que encuentra su máxima expresión en el mencionado El Libro de la Almohada de Sei Sonagon o en el Genji Monogatari de Murasaki Shikibu (Atalanta, 2005, o Destino, 2006), ya no está tan solo: Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian, de Dama Sarashina (Atalanta, 2007), y Diarios de damas de la corte Heian (Destino, 2007) acompañan a algunas obras zuihistu de autores masculinos como Tsurezuregusa: ocurrencias de un ocioso (Kenko Yoshida-Hiperión, 1996) o Hojoki, canto a la vida desde una choza de Kamo-no-Chomei (Emecé, 2009, traducido por Masateru Ito, con prólogo de María Kodama).
La novela negra se ha convertido en un vehículo utilísimo para narrar las disfunciones de una sociedad artificialmente encorsetada
Del crisantemo de las damas Heian se puede pasar a la espada del Japón feudal gracias a la reedición del Heike Monogatari (Gredos, 2009), que retrata, al estilo de nuestras epopeyas o cantares de guerreros y cruzados, un mundo de sangre y honor, de guerras y samuráis codificados y extremos, una lucha a muerte de dos clanes feudales en el Japón del siglo XII. Y como no faltaban monjes andariegos, el poeta máximo de haikus, Matsuo Basho, aprovechó que se les permitiera viajar con la excusa del peregrinaje para documentar sus andanzas y crear un nuevo género, el haibun, combinación de crónica en prosa con poesía haiku. Tras una inicial traducción de uno de los libros haibun de Basho, Sendas de Oku (Seix Barral, 1981, en colaboración de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya), se publican ahora varios de estos relatos de viajes poéticos bajo el título De camino a Oku y otros diarios de viaje, en versión de Javier Aguado (DVD Ediciones, 2011).
Tras siglos de aislamiento, la apertura Meiji trajo a Japón las corrientes coetáneas de la narrativa europea, desde el naturalismo hasta la "novela del yo", de la que contamos con ejemplos tan inquietantes como el Indigno de ser humano de Dazai o las Confesiones de una máscara de Mishima. Un ejemplo reciente de este género que ha pasado injustamente inadvertido es el de Minae Mizumura y su Una novela real publicada hace tres años en castellano por Adriana Hidalgo. Al narrar la ascensión de un pundonoroso, extraño y brillante japonés en una empresa estadounidense en los años cincuenta, nos enfrenta al Japón miserable de la segunda mitad del siglo XX y nos permite disfrutar de una de las autoras más inesperadamente apasionantes de la última década.
Pero el exterior del que tan fieramente se protegían no sólo llevó a su orilla la tradición de la narrativa seudoautobiográfica sino también el Partido Comunista, una discreta lucha obrera y algunos ejemplos de novela social como las de Takiji Kobayashi. Son dos las de este autor publicadas en castellano: la exitosa reedición de Kanikosen. El Pesquero y la más reciente El camarada (Ático de los Libros, 2010). Mientras Kanikosen hila la reivindicación con el día a día desventurado de los trabajadores-habitantes de un barco factoría, El camarada se queda en el diario de a bordo de una cédula comunista, lo que hace su lectura bastante tediosa. Si se tiene un interés histórico por el Partido Comunista japonés, las similitudes de las circunstancias del protagonista con las del propio Kobayashi dotan a la novela de un verismo cuasidocumental, que puede ser interesante para conocer la lucha obrera japonesa en los años treinta.
Esta misma editorial publica Kappa, de Ryunosuke Akutagawa (Ático de los Libros, 2010). Los kappa, personajes del complejo imaginario japonés, poderosas criaturas acuíferas con aspecto de ranas, malas, ladinas y con tendencia a las flatulencias y al voyeurismo, son la excusa usada por Akutagawa para darse a la sátira social en una fábula que, por momentos, recuerda al extraterrestre de Idéntico al ser humano, de Kobo Abe. Akutagawa es muy conocido entre nosotros no sólo por el premio literario que lleva su nombre sino por ser el autor del relato corto Rashmon (1915), que sirvió de base para la película homónima dirigida en 1950 por Akira Kurosawa.
Y es que los premios literarios están muy presentes entre los autores japoneses, en el inicio de Escándalo, de Shusaku Endo, o en la trama de 1Q84 (Tusquets, 2011), de Haruki Murakami. 1Q84 sorprenderá a los que no sean muy aficionados a este autor y ratificará en su enamoramiento a sus devotos fans y Endo hará adictos entre los que no sean muy de lecturas tristes. De él contamos con dos novedades, Escándalo (Edhasa, 2010) y El mar y veneno (Ático de los Libros, 2011). En Escándalo, Endo nos aporta una visión diferente en el panorama de las letras niponas, el del católico en una sociedad sin Dios. Su protagonista, Suguro, un escritor católico, casado y famoso, mantiene una relación con una pintora viuda y sadomaso, Naruse, que viene a poner sus convicciones morales y su ordenada vida patas arriba. Y Endo abunda en la culpa en el país de la vergüenza en El mar y veneno, un libro de posguerra sobre un doctor Mengele por omisión -curiosamente también llamado Suguro- al que no persigue nadie, excepto su culpa. El conflicto ante la vivisección de pilotos estadounidenses, que no se plantea ningún otro de los utilitarios personajes y compañeros en la crueldad, hace que la obra de Endo sea de muy sencilla lectura en Occidente. Conocemos la culpa y el conflicto, y ya se ha encargado Hannah Arendt de explicarnos en qué consiste la banalidad del mal. Si se queda con ganas de más Endo, Edhasa tiene publicadas otras dos obras (Silencio, de 2009, y El samurái, de 1998) y Ático de los Libros promete nuevas traducciones.
Vuelve, eso sí, sin remordimientos, sin dulzura y sin personas sonrientes que hacen reverencias, Natsuo Kirino con Grotesco (Emecé, 2011). A los que se enamoraron de ella a partir de la historia de la utilitarista Masako fundadora, entre turno y turno, de un servicio de desmembramiento casi a domicilio, les costará seguir esta novela. Algo había en Out que hacía más atractivas a esas marujas-gore que a estas adolescentes Hello-Kitty. Alrededor del asesinato de dos prostitutas por un inmigrante chino y con la excusa de su proceso, Kirino narra la historia de la bella Yuriko, la popular en el colegio privado, y la fea y resentida hermana Kazue, quien, aunque lleva una vida bastante triste con un abuelo que trapichea bonsáis, ve con cierto placer cómo Yuriko, la amada, cae en la prostitución y es sórdidamente asesinada. Sordidez, decadencia y un ánimo enfermo es, precisamente, lo que nos transmite Grotesco, sin aprisionarnos ni apasionarnos como hizo en Out.
La novela negra japonesa, que se ha convertido en un vehículo utilísimo para narrar las disfunciones de una sociedad artificialmente encorsetada, cuenta con muchos autores de interés, pero, tal vez el más traducido de entre ellos sea el otro Murakami, Ryu. Con Los chicos de las taquillas (Ediciones Escalera, 2010), alucinada historia de huérfanos abandonados en las taquillas de una estación de tren, se completa por ahora la colección de sus traducciones al castellano, junto a Azul casi transparente (Anagrama, 1997) y Sopa de miso (Seix Barral, 2005).
Cambiando completamente de estilo y de tono, el lector podrá encontrar amor y surrealismo entre la oferta de nipona. Cosas por las que llorar cien veces, de Kou Nakamura (Emecé, 2010), es del primer tipo, y resulta perfecta para aquellos que se acerquen a Japón desde el lado rosa de la vida. Para los que han venido a este valle de lágrimas a sufrir algo más, Algo que brilla como el mar, de Hiromi Kawakami (Acantilado, 2010), espera continuar con la estela exitosa dejada por El cielo es azul, la tierra blanca, título infame donde los haya, de la primera de las novelas de Kawakami. Autora talentosa que cuenta en su haber con los dos premios literarios nipones de prestigio, el Akutagawa y el Tanizaki, repite en Algo que brilla... su estilo frío con toques surrealistas para narrarnos, en un mundo de mujeres con padre al fondo, el paso a la vida adulta de Midori Edo con su cuarto y mitad de construcción de la identidad sexual.
Saliendo ya del género narrativo, Karada. El cuerpo en la cultura japonesa y Gestualidad japonesa, ambas de Michitaro Tada, crítico literario y antropólogo cultural, son dos lecturas tan apasionantes como imprescindibles y constituyen una visión privilegiada, desde lo hermético, de la cultura japonesa, explicada, y ahí está la novedad, no para los extraños sino para los propios japoneses. Ambas están publicadas por Adriana Hidalgo y ambas han sido traducidas del japonés por el tándem formado por la escritora y crítica Anna-Kazumi Stahl y su madre, Tomiko Sasagawa Stahl.
Para acabar, y en formato de bolsillo, es posible encontrar El rumor de la montaña, de Yasunari Kawabata (Austral-Planeta 2010, de la edición en tapa dura de Emecé, traducido por Amalia Sato en 2006), y Siete cuentos Japoneses, de Junichiro Tanizaki (De Bolsillo, 2011), que compendia varios de los relatos publicados en tapa dura y de manera independiente en la colección Tanizaki de Siruela. Están 'El tatuador', 'El cuento del hombre ciego', 'El puente de los sueños' o el perturbador 'Retrato de Shunkin', relato de amor desigual entre Shunkin, insoportable y ciega dama, y su sirviente Sasuke, lazarillo pobre y enamorado, que se une a ella hasta en la mutilación final.
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