Generoso Scrooge, magnífico Dickens
A Ebenezer Scrooge, ese anciano mezquino y tenazmente casado con la soledad, que tuvo la suerte de que cuatro compasivos fantasmas se le aparecieran la noche de Navidad en su sombría casa y le llevaran de salvador viaje revelándole su monstruosidad, sus heridas de infancia, el reencuentro con las personas y las cosas que pudieron cambiar su inútil existencia, la alegría de los desamparados en esa fecha ritual, la posibilidad de cambiar su relación con el mundo y de conocer un poco de felicidad antes de abandonarlo, le han interpretado en el cine actores tan gloriosos como Albert Finney y Michael Caine, este último en exótica compañía de los Teleñecos. Y lamento no haber visto nunca las previsiblemente sabrosas creaciones de personaje tan goloso que también hicieron otros actores insignes y de personalidad inquietante como George G. Scott y John Carradine.
La más conmovedora película de fantasmas que he visto es 'El fantasma y la señora Muir'
Ante precedentes de esta altura interpretando a Scrooge es comprensible mi pereza para comprobar qué ha hecho con él Jim Carrey, actor fetiche de la modernidad en el que se concentran todas mis fobias, payaso irritante al que nunca he logrado pillarle la gracia (estaba muy bien en El show de Truman, pero quiero atribuir caprichosamente la mayor parte de ese mérito al freno que le impondría el director Peter Weir a su irresistible vocación para montar numeritos), capaz de arruinar guiones estimables en la narcisista convicción de que el único estrellato le pertenece a sus pasotes, a sus guiños a la parroquia de enamorados friquis.
Pero, independientemente de la comprensión, la inteligencia, la sensiblería o la traición que cometa el cine con el maravilloso universo de Charles Dickens, siempre ofrece un inmejorable pretexto para volver a sumergirse en una escritura que te hizo feliz en la adolescencia. Alguien con agradecida memoria me recita el impagable arranque de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría y también de la locura, la época de las creencias y de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación". O sea, como ahora, como mañana, como siempre. Y el deseo de releer esa novela es inaplazable. Pero la Navidad se impone. Es el escenario natural para enroscarse calentito en el sofá, en la butaca orejera o en la cama (si además está nevando, si percibes que en el exterior hace mucho frío, el refugio es completo) y dedicarle una horas que se hacen muy cortas a Cuento de Navidad, ese relato con atmósfera, sabor, olor, misterio, piedad y humor que Dickens presenta así en el prefacio: "Con este breve cuento de fantasmas, he tratado de evocar el espectro de una idea que ojalá no amargue a mis lectores, los enfrente a unos con otros, los predisponga contra estas fiestas ni con el autor. Confío en que lleve a sus hogares un hechizo tan agradable como imperecedero. Su leal amigo y servidor, Charles Dickens". Casi doscientos años más tarde, su deseada misión se sigue cumpliendo. Aunque te sientas particularmente agobiado en Navidad, los únicos recuerdos gratamente imborrables de ella estén asociados con la infancia, no creas en fantasmas, estés de acuerdo con la certidumbre de Buñuel en Viridiana y de Berlanga en Plácido, de que la caridad puede enmascarar la injusticia y aumentar el desastre. Dickens dota de arte al sentimentalismo y a las buenas intenciones, su narrativa es hipnótica, te hace vivir los ambientes que describe, crea personajes de los que no te vas a olvidar nunca.
Para completar el día busco películas habitadas por fantasmas, terroríficos o tiernos, comprensivos o implacables, con presencia intolerablemente real o torturando el cerebro y el corazón de los acorralados, poéticos o lacerantes. Descubro que a excepción del fantasma de Bogart en Sueños de seductor, los mejores fantasmas de la historia del cine tienen poco de cómicos, ya que no me afecta la presunta diversión de la serie de Los cazafantasmas. La más conmovedora película de fantasmas que he visto es El fantasma y la señora Muir. También una de las mejores historias de amor que me han contado nunca. Como la de la necrofílica Jennie. James Stewart en Vértigo y Dana Andrews en Laura creen encontrar el fantasma de la mujer amada y muerta. Les hacen trampa, pero todo es poderosamente fantasmagórico. Los fantasmas que más miedo o desasosiego me han creado rondan a los niños, o se han encarnado en ellos. Consecuentemente me perturban mucho los hermanos de El otro (no los de Los otros), los críos obsesionados con la otra vuelta de tuerca en Suspense y también los de El resplandor aunque me ponga enfermo de aburrimiento el aquí insoportable Jack Nicholson. Hasta el momento, el género tiene más motivos de agradecimiento con la literatura que con el cine. Y no ignoro en esa valoración que medio mundo se derritió con Ghost. He imaginado los fantasmas más reales gracias a los libros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.