Canetti contra la muerte
Desde hace muchos años nada me ha inquietado ni colmado tanto como el pensamiento de la muerte", escribió Elias Canetti (Rustschuk, Bulgaria, 1905- Zúrich, Suiza, 1994) en un cuaderno que recoge apuntes realizados entre 1942 y 1948: "El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres". Eran años duros para el mundo, metido en el infierno de la Segunda Guerra Mundial o saliendo del mismo, de ahí que también anotara por entonces: "Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil". Y se impusiera como la tarea más urgente y necesaria la de acabar, de una vez por todas, con la muerte. No ceder ni un milímetro, no permitirle el más mínimo margen de maniobra.
"Desde que sabe que va a morir, no mira ya a nadie a la cara". "¿Ha vivido aquel por cuya vida nadie se ha preocupado?"
No era una idea nueva, venía de lejos, renacería más tarde, está en realidad en el corazón de la obra del autor de Masa y poder. Cuando publicó en los años treinta su única novela, Auto de fe, se refirió ya a un nuevo proyecto narrativo que tendría como protagonista al Enemigo de la Muerte. Y, a los pocos años del fallecimiento de su madre en 1937, retoma esa antigua obsesión. El primer legajo de notas que se ha incluido en Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988 (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) está marcado por la desaparición de aquella mujer que influyó de manera tan decisiva en su formación. Es uno de los nueve que se han recogido en este libro que tiene una particularidad: sólo aparecerá en español. Cuando la edición alemana estaba ya preparada, se descubrieron entre los papeles de Canetti nuevos materiales de este proyecto, así que la publicación se interrumpió hasta incorporar las novedades. Y eso es algo que llevará tiempo. Por eso en España se decidió seguir adelante. Por eso a ese Canetti, que declara la guerra a la muerte, sólo se podrá acceder, hasta dentro de unos años, en español.
Son apuntes de cuadernos fechados en épocas distintas: 1942, 1942-1948, 1950, 1972, 1976-1982, 1983, 1984-1985, 1987-1988. En todos ellos, la muerte es la presa, y el escritor pone en movimiento todos sus recursos para, como reconocía en una entrevista con Paul Schmid de 1974, "combatirla de forma aguda y directa". La obsesión le venía acompañando, sin embargo, desde mucho antes. En 1912, cuando tenía siete años, murió de manera fulminante su padre, que no había llegado a los 31. Acababa de visitar a sus pequeños hijos en su habitación, y había bromeado con el menor. Luego bajó a desayunar. Al rato se escucharon unos gritos espantosos, y Canetti quiso saber qué pasaba. "Ante la puerta abierta del comedor, vi a mi padre tirado en el suelo", contó en la primera parte de su autobiografía, La lengua absuelta.
En esas páginas confesó que, desde ese momento, la muerte de su padre se convirtió "en el centro de todos y cada uno de los mundos por los que iba pasando". Y se refirió a otro episodio que tuvo también que marcarlo de manera drástica. Tuvo en los meses siguientes al terrible episodio que dormir en la cama de su madre, que no dejaba de llorar. "No podía consolarla, era inconsolable. Pero cuando se levantaba para acercarse a la ventana yo saltaba de la cama y me ponía a su lado. La rodeaba con mis brazos y no la soltaba. No hablábamos, estas escenas no se desarrollaban con palabras. Yo la sujetaba muy fuerte, y si se hubiera tirado por la ventana habría tenido que arrastrarme con ella".
La de Canetti, seguramente desde aquellos remotos días, fue una batalla inagotable contra la muerte. Y una oposición radical, sin fisuras, al suicidio. "Por nada del mundo quisiera verme privado de mi sensibilidad frente al horror de la muerte, he pensado que si consiguiera vivir siempre con este horror acabaría adoptando la actitud más apropiada para el hombre: la que mantiene despierta la esperanza de vencer del todo a la muerte y no conduce nunca a la resignación ante ella", escribió en una de sus notas de los años 1984-1885 incluida en este Libro de los muertos.
La idea de convertir todas sus lecturas, investigaciones, reflexiones y apuntes en un proyecto cerrado fue posterior. Tal como refiere en otra nota, la idea quedó registrada con fecha 7 de marzo de 1976. Acababan de operar de cáncer a su segunda esposa, Hera, y habló en ese momento de "la intención de escribir un libro sobre la muerte". Pero entonces se embarcó en la redacción de la segunda parte de la historia de su vida, La antorcha al oído, y la cosa quedó reducida a lo de siempre: un sinfín de apuntes. Entre ellos puede verse que manejó la hipótesis de que debía tratarse de un texto dialogado. Y que su interlocutor tenía que ser Georg, su hermano pequeño, el que estudió Medicina para curar las dolencias de su madre y la acompañó hasta el final.
La de su padre y la de su madre. Pero también la de su maestro Sonne (1950), la de su amante y discípula Friedl Benedikt (1953), la de Veza, su primera mujer (1963), la del propio Georg (1971), la de Hera (1988)... La muerte rodeó, manchó y enfangó la vida entera de Canetti. Y si había elegido a su hermano pequeño como el interlocutor de la obra con la que se proponía liquidarla, todo se debía a un comentario que éste había deslizado en una carta que le escribió en 1953 a Veza tras la muerte de Friedl. Decía Georg: "Para mí sólo hay una posibilidad, y es mi axioma más firme: nunca pienso en personas muertas (a las que haya conocido). Cuando me vienen a la memoria, las aparto enseguida, hasta ahora con éxito. No hay ninguna resignación, sino sólo desesperación, por eso hay que expulsarlas de la conciencia".
"Si por él fuera", anota Canetti en uno de sus apuntes, "yo no debería haber vuelto a pensar en él desde hace más de nueve años. De esta forma, el muerto es alejado mejor todavía, del todo, completamente, jamás ha existido". Y, enseguida, el escritor se pone furioso: "¡Qué miramientos tan profundos y de todo orden con el superviviente! Sólo él cuenta. Sólo es importante. El superviviente es rey. No es lícito torcerle un solo pelo a su alegre corazón".
Es esa furia la que, en buena medida, alimenta este libro (y el otro que viene, cuando se incorporen los nuevos materiales). No darle ningún margen a la muerte, tenerla siempre en jaque. Ahí están, por ejemplo, las ráfagas que dispara en sus brevísimos textos que, día a día, apuntó durante dos meses en 1983: "Desde que sabe que va a morir, no mira ya a nadie a la cara" (8 de noviembre). "¿Ha vivido aquel por cuya vida nadie se ha preocupado?" (11 de noviembre). "Él me pidió que continuara la correspondencia después de su muerte y me dio (por si acaso) dos direcciones" (15 de noviembre). "Los últimos días de Haydn durante el asedio de Viena" (30 de noviembre). "Uno que se desprende de todos los muertos, ¿qué le queda?" (8 de diciembre).
En este volumen que ahora se publica para los lectores en español se recoge una parte de los esfuerzos (tan extraños tantas veces, tan dolorosos, tan llenos de enigmas) que el premio Nobel de Literatura de 1981 invirtió en ese proyecto. Sus apuntes son aforismos propios, ocurrencias, comentarios, pero también anotaciones que proceden de las lecturas de su inmensa biblioteca: fragmentos de libros de zoología, antropología, filosofía, religión, historia...
Y todo el rato, Elias Canetti aparece como ese animal al que alude en un apunte, listo para abalanzarse y darle la dentellada definitiva a su gran enemiga: "El ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación". -
Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988. Elias Canetti. Traducción de Juan José del Solar. Texto establecido por Tina Nachtmann y Kristian Wachinger. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2010. 208 páginas. 18,50 euros. | Lee 'Muerte en familia', el último de post de José Andrés Rojo, sobre Elias Canetti
Libro de los muertos
ø "Idea de que todo es demasiado tarde. ¿También la muerte?" -
P "Tantos mitos que quedan por leer ¿lo ayudarán a conseguir una prórroga?"
ø "Más repugnante que la muerte es para él la sumisión a ella, todas".
ø "¡Oh, edad, edad!, ¿habrías muerto con más esperanza antes?"
ø "Él pidió una prórroga a Dios. Éste le dio una hora"
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