Ana Teresa Ortega
Una atmósfera muda parece detenerse sin pausa en paisajes de presente incompleto. La fotografía actúa de dispositivo que captura mientras fractura esa lentitud, ese intermedio temporal, que insiste, en un acto aparentemente sencillo, en ser acción y documento más que registro. Las fotografías que Ana Teresa Ortega (Valencia, 1952) recoge en la serie Cartografías silenciadas reproducen contextos que observaron y sufrieron en su superficie sucesos dramáticos relacionados con la Guerra Civil y el franquismo. En ellas, su mirada se posa e inquieta, se ofrece directa sobre lugares simbólicos que demandan de nuevas reflexiones desde el presente. Como ya manifestó en las series Pensadores o Lugares del saber y el exilio científico, la relectura de la historia, junto con la memoria y el tiempo, ocupan ejes determinantes y de contrastado diálogo en su trayectoria. Sus fotografías se construyen desde un discurso previo, que gusta de prolongar y contaminar de narrativas, de ahí que en esta nueva serie de obras, donde prosigue su objetivo de subrayar y remarcar el suceso, investiga conjuntamente en el paisaje y en lo historiográfico, en estudios casi cirujanos para tensionar desde lo sensitivo aquellos escenarios de nuestra historia donde la mirada se posa silenciada.
Ana Teresa Ortega
Cartografías silenciadas
Auditorio de Galicia
Avenida de Burgo das Nacións, s/n. Santiago de Compostela
Hasta 20 de noviembre
La exposición Cartografías silenciadas, que se presenta en el Auditorio de Galicia con el comisariado de Chus Martínez Domínguez, es el resultado de la investigación comenzada por la artista hace más de tres años, presentándose ahora la selección más amplia de esta serie, después de visitar La Nau de Valencia y el Museo de la Paz de Gernika. La dimensión cartográfica, que se susurra en el mapa de España indicando los lugares que después visitaremos, adquiere dosis poéticas y críticas en las fotografías, desde esa perspectiva del paisaje observado a modo de territorio incompleto. La visita, como la mirada, transcurre a nivel del horizonte, entre sucesos de tiempos pasados con la sensación de observar historias borradas o desaparecidas, en descampados, caminos, calles o barrancos. En todas, esa historia sigue hablando, sigue supurando, más si cabe en monasterios, cárceles y plazas de toros; paisajes que fueron campos de concentración, de refugiados, también de asesinatos o tumbas colectivas, como la isla de San Simón, el monasterio de San Miguel de los Reyes, la plaza de toros de Valladolid o el barranco de Víznar en Granada.
Estas fotografías, en muchos casos, afirman en la escala su propia tensión, en formatos longitudinales que aseveran en el horizonte su fuerza compositiva, incluso desde una perspectiva cinematográfica, donde laten voces silenciadas, donde luz y composición casi anestesian críticamente la mirada. Esa buscada atmósfera, vinculada a lo sensitivo, volver a ver, a escuchar, a hablar, revive en el texto que acompaña las obras y, con más significación, en la importante documentación de las vitrinas -planos, proclamas, cartas- que completa la visita y, muy acertadamente, consigue enriquecer el ritmo cartográfico en observaciones testimoniales. Toda la exposición propone un discurso abierto que hinca sus raíces en referencias historiográficas, evita lo anecdótico, con la intención de manifestar y reactivar nuestra memoria.
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