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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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El interés de Cataluña

Josep Ramoneda

Desde el nacionalismo catalán se ha querido convertir el voto del PSC a los Presupuestos del Estado en un caso de deslealtad patriótica. Dejo aparte la repugnancia que me provoca esta pulsión, propia de todos los nacionalismos (también del español), de alimentar permanentemente una línea roja con la que separar los ciudadanos buenos de los ciudadanos malos. De esto viven las ideologías nacionalistas, forma parte del paisaje político. Pero la cuestión es: ¿votar los presupuestos de 2009 va contra los intereses de Cataluña?

Si el Parlamento hubiera tumbado el presupuesto, habrían podido pasar dos cosas: que Zapatero gobernara con los presupuestos de este año prorrogados o que se entrara en una crisis política que culminase en la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones al cumplirse un año de las anteriores, que es el tiempo que establece la ley. En cualquier caso, se hubiera abierto un periodo de inestabilidad política poco deseable en una coyuntura de crisis. Hubieran decaído inmediatamente las inversiones previstas para Cataluña en los presupuestos de 2009 y habría motivos para sospechar que la financiación autonómica iría para largo. Desde el independentismo o el soberanismo político puede ser atractiva la teoría del cuanto peor, mejor, conforme a la vieja doctrina de la agudización de las contradicciones para provocar cambios de fondo. Pero cuesta entender que el nacionalismo moderado tenga mucho interés en empantanar la financiación. Y en cualquier caso resulta dudoso que éste fuera el interés de Cataluña. No se puede olvidar que, desde el inicio de la democracia, cada vez que los catalanes han tenido que votar si preferían que gobernara el PSOE o que gobernara el PP han optado por el PSOE y, ocho meses atrás, por abrumadora mayoría. ¿No da este dato alguna señal sobre los intereses de Cataluña?

Si el nacionalismo moderado se ha permitido presionar al PSC con el discurso de la traición patriótica es porque sabían que los socialistas catalanes apoyarían los presupuestos, con lo cual la operación desgaste de Montilla salía gratis. Es más, con un Gobierno que no conoce la lealtad entre socios, el problema de la financiación autonómica cae exclusivamente sobre las espaldas del PSC.

Durante mucho tiempo hemos oído el discurso contemporizador de que lo bueno para Cataluña es bueno para España y lo bueno para España es bueno para Cataluña. Pero esto hace tiempo que se sabe que no es cierto. Los conflictos de intereses son inevitables entre naciones inscritas. Por ejemplo, cada vez que aparece la cuestión de la financiación. Y aquí viene la tragedia existencial del PSC. Los socialistas catalanes tienen que tratar de conseguir la óptima financiación posible para Cataluña, como hicieron en su momento los nacionalistas en el poder. Y, al mismo tiempo, tienen que evitar que se llegue a una situación de riesgo que pueda acabar con el PP en el poder, que es una hipótesis que, como se ha visto, los catalanes no quieren bajo ningún concepto. Artur Mas sabe mejor que nadie los costes que tiene en Cataluña apoyar al PP o apoyarse en el PP.

Ningún partido político catalán tiene un arma más poderosa que los 25 diputados del PSC. Pero la disuasión requiere más habilidad que ruido. Y resulta ridícula cuando la otra parte no toma la amenaza en serio y el que la pronuncia no se atreve a ejecutarla. Después de lo que han dicho unos y otros, si el 31 de diciembre no hay acuerdo de financiación, Zapatero habrá alcanzado insuperables cotas de ligereza en el uso de las promesas, pero será el PSC el que tendrá que demostrar que no amenaza en vano. De la prudencia de Montilla cabe deducir que si ha subido el tono de las advertencias es porque algo sabe. Lo que se estaría buscando es una fórmula que Montilla pueda presentar como un éxito y Zapatero pueda defender que no es una cesión a los catalanes. Pero esto no debería ser tan difícil: el Estatut es una ley en vigor y todo lo que se pide es que se cumpla.

PSC y PSOE no pueden romper, porque si rompen se hunden los dos. Pero hay un enorme caudal de desconfianza entre ellos, que se funde en una realidad incuestionable: el PSC sabe que a cualquier presidente de Gobierno español le interesa que CiU gobierne en Cataluña, porque le garantiza apoyo parlamentario y orden en el espacio catalán. Tanto es así que Artur Mas pensó que tenía que pactar la presidencia de la Generalitat en Madrid y no en Cataluña. Y así le fue. -

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