Ella
Ella es Esperanza Aguirre. Es cojonuda, dijo el presidente de los empresarios, y tiene razón. Tiene problemas de entorno, y a veces, incluso dificultades para pagar la luz a fin de mes, pero es cojonuda. Improvisa salidas que parecen del humorista que antes la imitaba en los guiñoles y se ríe de sí misma más que otros ciudadanos, incluidos los políticos. ¿Es cojonuda por eso? Los adjetivos los carga el diablo; a ella debió extrañarle ese adjetivo de Díaz Ferrán. ¿Cojonuda yo, la misma semana que tachan de la vida del partido a tres tipos que fueron de mi uña y de mi carne?
Decía el poeta Vicente Huidobro que el adjetivo que no da vida mata. ¿Mata el adjetivo cojonuda? ¿Le da vida a Esperanza Aguirre? Mata un poquito, de modo que por esa vía diríamos que Díaz Ferrán la dejó un poco asesinadita a la presidenta de Madrid, porque ahora cada vez que se levante a hablar (de la crisis, cómo no, o de la operación Gürtel, para decir que Garzón se la filtra a este periódico y que, por tanto, no existe ni existió la corrupción que el juez persigue), alguien como ese seguidor suyo se acercará a la oreja de otro y dirá: "Es cojonuda. Es cojonuda". Cuando uno levanta tales expectativas ya después tiene que subirse el listón para seguir siendo lo que nos dijeron que éramos.
Así que cojonuda. Es posible que lo sea, para Díaz Ferrán y para muchos. Pero cojonudo debe ser Martín Vasco, que fue un hombre de su confianza; el 6 de febrero de este año, cuando mucha gente estaba en la antesala del médico, en el mercado, en la peluquería o durmiendo, este hombre tuvo una actuación estelar al frente de la comisión de los espías, en la Comunidad de Madrid. No era espiado, ni espía: era diputado madrileño al frente de esa comisión fugaz. Ese día abroncaba a la socialista Maru Menéndez, portavoz de esa comisión que él presidía. Ella quería hablar y él le decía que él tenía la obligación institucional de mandarla a callar. Sin embargo, luego habló uno de los suyos y Martín Vasco dijo: "Entiendo la buena voluntad del Partido Popular".
Al día siguiente, la prensa se lo afeó: hombre, no le puede quitar usted la palabra a su oponente y elevar a las alturas al propio. Ahora sabemos por qué lo hizo: esperaba de su partido (y de Esperanza, supongo) la buena voluntad necesaria para perdonarle que, teniendo secretos en la cartera, estuviera exhibiendo la honestidad institucional que ahora le reprochan. Esa actuación suya sí se merece ese adjetivo, y en ese caso, además, con el adjetivo pasa lo que decía el poeta.
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