¿Por qué apoyar a Barroso?
A cinco semanas de las elecciones al Parlamento Europeo, las encuestas indican que dos de cada tres ciudadanos de la UE no tienen intención de votar. La indiferencia es perfectamente explicable: todos somos perfectamente conscientes de que la Unión Europea ha sido incapaz de impulsar un plan común para combatir la crisis y el paro, pese a que casi todos creemos que ése debería ser, precisamente, el marco de actuación (según los últimos sondeos, el 57% de los europeos querría que la UE, en su conjunto, se ocupara del tema).
No vale de nada esgrimir el sabido argumento sobre los diferentes intereses de Eslovaquia o Alemania, los distintos puntos de vista de Luxemburgo o Suecia. ¿Acaso alguien cree que hay menos diferencias entre Montana y California o puntos de vista menos dispares entre Nueva York y Kentucky? Se trata simplemente de que la organización no funciona.
Los europeos no van a votar y es muy lógico. No hay quien entienda nada de lo que pasa en la Unión Europea
La izquierda está tan desconcertada y dividida que ni siquiera es capaz de presentar un candidato alternativo
Los europeos no van a votar y es muy lógico. No hay quien entienda nada de lo que pasa en la UE. ¿Alguien sabe, por ejemplo, por qué apoya el Gobierno español al portugués José Manuel Durão Barroso para un segundo mandato al frente de la Comisión? "Le apoyo muy firmemente. Es un apoyo firme y sólido y no va a cambiar", dijo esta semana, rotundo, José Luis Rodríguez Zapatero en su visita a Bruselas. Pues qué bien. ¿No hay en toda la UE, en todo el Partido Socialista Europeo (PSE), un candidato mejor que Barroso?
Es posible que Zapatero, y su equipo, busquen el apoyo del portugués para la famosa batalla del G-20 y que, en el fondo, crean que, le apoyen o no, el actual presidente de la Comisión tiene garantizada la reelección. Pero ése no debería ser un argumento razonable, o decente, ni para el Partido Socialista español, ni para los socialistas europeos en su conjunto, porque lo único que nos queda claro a los ciudadanos es que la izquierda europea está tan desconcertada y dividida que ni tan siquiera es capaz de oponerse al nombramiento de alguien como Barroso o de presentar un candidato alternativo, solvente y prestigiado.
O, peor todavía, que lo que sucede es que a los dirigentes del Partido Socialista Europeo les da exactamente igual quién sea el presidente de la Comisión. Y si a ellos les da igual quién es el presidente del órgano ejecutivo más importante de la Unión Europea, ¿por qué nos va a importar a nosotros lo más mínimo quiénes son los diputados en la Eurocámara?
Se suponía que las elecciones del próximo mes de junio eran, precisamente, la gran oportunidad para abrir el debate sobre el papel de la UE en la crisis. Se suponía que la izquierda tendría su candidato (de hecho, se habló del danés Poul Nyrup Rasmussen) y se suponía que los socialistas impulsarían una fuerte discusión sobre los efectos que está teniendo la crisis sobre los trabajadores europeos. Se suponía. Porque, a la hora de la verdad, el británico George Brown, el portugués José Sócrates y el español José Luis Rodríguez Zapatero han desbaratado el asunto, apoyando incoherentemente a Durão Barroso.
Únicamente la secretaria del Partido Socialista francés, Martine Aubry, tuvo el buen gusto de protestar: "La Europa que yo quiero no es una que esté dirigida por Barroso y sus amigos". De eso se trata. Barroso no es alguien anodino, un funcionario más o menos competente de un organismo internacional. Ocupa un cargo de enorme relevancia y bajo su mandato la Comisión ha tomado posiciones claramente conservadoras en muchos campos.
El presidente de la Comisión participa estos días en la batalla que se está dando en Bruselas respecto a la regulación europea de los fondos especulativos (hedge funds) y otros fondos de inversión (private equity). La propuesta de la Comisión, advirtió Rasmussen en su momento, tiene más agujeros que un queso suizo, por donde los hedge funds pueden escaparse de cualquier control. "Barroso pretende ser el candidato de todos los partidos, pero ha trabajado a favor de las demandas de esos grupos y de sus amigos en la Comisión", denunció el socialista danés.
Rasmussen se refiere al autor del informe inicial sobre control de fondos de inversión, el comisario irlandés Charles McCreevy, defensor de una vigilancia tan liviana que parece increíble a estas alturas de la crisis. McCreevy tiene ideas muy originales: "No es la falta de reglamentación lo que está en el origen de la crisis financiera", aseguró hace pocos días. Al comisario no le impresionó mucho el mandato del G-20 para imponer "controles apropiados" en ese mercado. "Definir apropiado es lo mismo que definir belleza, algo muy difícil y subjetivo", se justificó el amable amigo de Barroso.
(solg@elpais.es)
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