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Reportaje:25º aniversario de las inundaciones

Las horas que Euskadi no olvidará jamás

Cinco personas que combatieron la riada reconstruyen sus experiencias

Los trágicos episodios de agosto de 1983 construyeron tantos relatos como bilbaínos, vizcaínos y vascos vivieron angustiados aquellas interminables horas. Todo aquel que tuvo contacto con el desastre recuerda hoy, 25 años después, qué hacía aquel día, cómo, dónde y con quién, fuera presidente del Gobierno vasco, capitán del Athletic, fotógrafo, voluntario o comerciante.

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Carlos Garaikoetxea disfrutaba en Zarautz de sus cuartas vacaciones como lehendakari. Los primeros informes ubicaban la catástrofe en Guipúzcoa, pero pronto la trasladaron a Vizcaya. "Salí hacia Bilbao en plena crecida, en un todoterreno, y en el trayecto fui testigo de escenas desesperadas, con gente perdida que no sabía dónde ir", recuerda el político navarro. Sin móviles ni sistemas de comunicación medianamente eficaces, Garaikoetxea instaló su cuartel general en el Gobierno Civil, donde había luz y comunicaciones.

"Con Felipe González acordé que yo asumiría la coordinación de todas las fuerzas, desde el Ejército hasta Protección Civil", evoca, "pero la naturaleza, cuando se desata, es tremenda. Vivíamos de sobresaltos permanentes. De pronto, te decían que había que evacuar Barakaldo porque iba a romperse una presa, y tenías que confirmar aquel extremo con medios precarios. De los seis años que ejercí como lehendakari, aquellas fueron mis horas más traumáticas. Hubo padres que vieron cómo la corriente se llevaba a su hijo".

Dos lecturas positivas obtiene Garaikoetxea del drama. La primera, que aquella desgracia marcó el renacer de Bilbao y de otras zonas del País Vasco; la segunda, la respuesta ciudadana. "Un general del Ejército destinado en Llodio me dijo que había asistido a muchas catástrofes, pero jamás había visto un espíritu, una movilización y una alegría como la de aquí. Estaba admirado. Se hizo de la necesidad virtud. Hubo ayuda y solidaridad de todos los colores y latitudes, incluso artistas y políticos que habitan en mis antípodas".

El susto del capitán

Estaba el Athletic de pretemporada, y siendo Aste Nagusia, su capitán, Daniel Ruiz Bazán, Dani, planeaba ir a los toros con Miguel Gutiérrez, su fisioterapeuta, pero empezó a llover, y llovió tanto que la corrida se suspendió. Gutiérrez tuvo que pasar la noche en la casa del futbolista, en Mazarredo. "Desde allí veíamos los muelles de Uribitarte, cómo el agua se llevaba coches y camiones", cuenta.

La noche fue dramática porque sus hijos se hallaban en Llodio, en el caserío de sus suegros, y la radio informaba de que el Ejército evacuaba la localidad alavesa. "A las seis de la mañana cogí el Land-Rover de un amigo y conseguí llegar a Areta, pero mis suegros viven en Gardea, en la otra punta. Por las vías del tren conseguí llegar. Todos estaban a salvo". El Athletic donó a los damnificados las primeras primas del curso: 7,5 millones de pesetas. "Fue un granito de arena, lo menos que podíamos hacer. Bueno, hicimos algo más. Unos meses después ganamos Liga y Copa, y la bajada de la gabarra fue apoteósica. La misma Ría que había traído muerte y ruina fue testigo de una explosión de felicidad como nunca antes se había vivido en Bilbao".

¿Y qué hacemos con esto?

Garbiñe Rekalde tenía 24 años cuando el agua llegó del cielo para llevarse Bilbao por delante. Cuando las comparsas hicieron una llamada para limpiar, ella y su amiga Ana no lo dudaron ni un segundo. Se acuerda perfectamente de aquella sensación de rabia, ese "¿y qué hacemos ahora con esto?" Tenían que ayudar. Al llegar al Ayuntamiento, les dieron la pala y las botas reglamentarias. Las mandaron al Casco Viejo. "Era totalmente desolador lo que vimos, aunque de lo malo se sacó lo bueno. Se creó un ambiente único por la solidaridad de los voluntarios".

Poco después, se enteró de que Madriles, un vagabundo muy querido en el barrio que formaba parte del paisaje del Casco Viejo, era la única víctima mortal que la riada dejó en Bilbao. Al limpiar, su principal temor era toparse algún muerto entre el fango. Los voluntarios iban donde se les necesitara. Un día eran las Siete Calles, otro La Peña y al siguiente, Rekalde. De un aparcamiento rescataron cajas de comida. "Hacíamos una cadena humana y sacábamos todo como podíamos. Nadie hacía preguntas sobre la propiedad de las cosas, lo importante era salvar lo que se pudiera".

En Vespa por la Zona Cero

Había sokamuturra en El Arenal, pero las vaquillas no llegaban. El agua había cortado ya la carretera de Deba y hacia allí, en busca de la noticia y del temporal, se lanzó Ángel Ruiz de Azua, fotógrafo de olfato, raza y prestigio, entonces en la redacción de Deia. "Fue un viaje espeluznante. Iba a Deba y acabé recorriendo Andoain en una zodiac", relata. La conocida fotografía que tantos premios le reportó (un joven cubierto hasta la cintura de agua que, aterrorizado, se aferraba a una pared) la obtuvo allí mismo, en Andoain.

Regresó a Bilbao en compañía del temporal. "Fui la última persona que pasó por el puente del antiguo tranvía en La Peña, que era de hormigón, antes de que se lo llevara la riada. Me libré por segundos". Al día siguiente, recorrió la ciudad en una Vespa: el agua se había llevado su Seat 132. "Aquello fue indescriptible incluso para los que, como yo, que me crié en La Peña, estábamos familiarizados con las inundaciones". "¿Una imagen? Aitites y amamas, hijos y nietos, en lugar de hundirse con la catástrofe, reaccionaron y se pusieron a quitar barro. Se crecieron contra la adversidad".

Dos años más tarde, la cámara de Ángel capturó otra de las grandes tragedias de la historia reciente de Euskadi, el accidente aéreo del monte Oiz, en el que fallecieron los 148 ocupantes de un Boeing 727. "Le pedí un peto de la Cruz Roja a un amigo voluntario y accedí al epicentro de la tragedia. Lo que vi allí casi no se puede contar: restos humanos, vísceras, olor a carne quemada... Las inundaciones fueron algo salvaje; lo del Oiz, un horror".

El "gueto" del Casco Viejo

Francisco de Larrakoetxea, ex presidente de la ABAO y de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, pasaba un día de camping en Sopelana, con su mujer y sus hijos, cuando la radio aconsejó a todos los vizcaínos que se refugiasen en sus hogares, pues varios ríos amenazaban con desbordarse. Ya en Algorta, un transistor y un teléfono les hicieron partícipes de la tragedia. "Cada vez que oía cómo estaba el Casco Viejo, se me caía el alma a los pies", relata Larrakoetxea, cuya familia regenta allí una tienda de moda.

Al día siguiente, condujo su vehículo hasta Bilbao, lo aparcó en la calle Autonomía y trató de reunir las fuerzas necesarias para enfrentarse a un panorama desolador. "Era increíble, inenarrable, angustioso", acierta a decir. Lo primero que hizo fue cambiar sus zapatillas por unas botas en La Palma; lo segundo, consolar al propietario de una sastrería que, al verle, rompió a llorar sobre su hombro. "Me puse a ayudar a los comerciantes. Nuestra tienda estaba en obras, así que ya había allí suficientes manos", relata. "Nosotros no perdimos el género, ni un suelo de madera que colocó mi abuelo en 1894. Pese a la riada, creo que la gran pérdida nos llegó a los comerciantes más adelante, cuando nos endeudamos hasta las cejas para reabrir los negocios cuanto antes, a poder ser los primeros, sin ser conscientes de que el Casco Viejo sólo tiene fuerza cuando todos los comercios están abiertos, no únicamente uno o dos". Larrakoetxea no olvidará la paradoja que vivió Bilbao aquellos días: "Al otro lado del puente del Arenal, Bilbao estaba perfecto, nada hacía sospechar de la desgracia, pero cruzabas el puente y creías entrar en un gueto".

Dos imágenes de las inundaciones que sufrió Bilbao en agosto de 1983, ambas de dos puentes emblemáticos de la ciudad: el de la Merced (izquierda) y el de San Antón. Los dos se ubican en el Casco Viejo, una de las zonas más afectadas por la crecida que experimentó la Ría.
Dos imágenes de las inundaciones que sufrió Bilbao en agosto de 1983, ambas de dos puentes emblemáticos de la ciudad: el de la Merced (izquierda) y el de San Antón. Los dos se ubican en el Casco Viejo, una de las zonas más afectadas por la crecida que experimentó la Ría.ALFREDO GARCÍA FRANCÉS / B. PÉREZ

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