Ladrón de deseos
Iba al instituto donde estudia mi hija para asistir a una reunión y al cruzar un parque que tiene un estanque vi en un banco unos zapatos, una maletita y una bolsa. Así, sin más. Era una imagen rara, que me dio motivos para, mientras seguía caminando, imaginar qué historia podría haber detrás de aquellos objetos abandonados. Unos pasos más adelante me crucé con una joven inquieta y me sentí insegura. Miré a mí alrededor, para controlar lo que estaba pasando y de pronto vi una de esas estampas propias de las pelis neorrealistas italianas: un señor con los pantalones remangados metido en el estanque recogiendo las monedas que la gente había lanzado para pedir un deseo. Y la chica, claro, era su vigilante. Me hizo gracia la situación. Se apropiaban de las monedillas esparcidas en el agua. Pero no eran unas moneda cualquiera, no, esos céntimos iban cargados de deseos.
Pensé en todas esas personas que lanzan monedas con la esperanza, de que por haber efectuado el rito, sus deseos se van a cumplir. En fin, la fe o las ganas mueven montañas. Yo dejé de practicar el lanzamiento de monedilla cuando una vez eché cinco duros con tal frenesí que casi le saqué el ojo a un amigo.
Pero después de asistir a la reunión, cuando volvía a casa por el mismo camino, me vino la tentación de echar una moneda aun sabiendo que mi deseo iba a terminar en la compra de un tetra brick de Don Simón. Pero quería tener la esperanza de que aquel teatro donde se celebró la reunión, y que daba lástima verlo, estuviera cargado de razón de ser. Que, ojalá, los adolescentes lanzaran sus energías en llenar aquella sala con sus funciones o sus vídeos. Pero aquel teatro recordaba la decadencia de las pelis de Berlanga. Con pena, me di cuenta de que sigue persistiendo la mentalidad de que aprobar las matemáticas es lo importante y el arte es una maría. Que los profesores se tienen que ceñir a dar el contenido de las materias y realmente no tienen tiempo para plantear una educación imaginativa. Y, por desgracia para muchos jóvenes, los libros sólo son la pesada carga que se lleva a la espalda.
Y justo al llegar a casa leo en una revista lo que Atxaga dijo en un coloquio sobre literatura: "En el estado que se encuentra actualmente la educación, sería un milagro no solo que alguien saliera escritor sino que incluso saliera lector". Confieso que lancé (en solitario, por si acaso) una moneda de dos euros. Porque creo que, a pesar de los esfuerzos individuales de muchos profesores, la educación es el gran suspenso de nuestra sociedad. El ladrón de los sueños.
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