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ANÁLISIS
Columna
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Iglesia e ideología

El mensaje de Jesús de Nazareth no atiende ni depende de fronteras, nacionalidades, identidades, razas o lenguas. No hay más que un Evangelio. Sólo hay una Iglesia "católica", esto es, "universal", regida siempre por el Papa, con un objetivo esencial: difundir por todo el mundo el Evangelio. Creer o no en esto pertenece a la dimensión personal e íntima del hombre, distinta de su dimensión social, derivada de la insoslayable relación de convivencia con otros hombres. Pero porque una cosa es la dimensión religiosa, que se apoya en la fe, y otra la dimensión social y política, que descansa en la razón, no se debe, porque induce a la confusión, juzgar el modo en que se ha edificado y funciona la Iglesia Católica en base a los parámetros y conceptos con los que contrastamos a los sistemas políticos. Si en el plano ideológico de la política es difícil, y siempre reduccionista, asignar adecuadamente las etiquetas de conservador o de progresista, u otras análogas, la dificultad aumenta cuando juzgamos a quienes a la luz de la teología tienen la misión de explicar la Palabra de Jesucristo y la doctrina de su Iglesia Católica.

La sociedad vasca necesita una regeneración moral y política

Prueba de ello son algunas reacciones ante el nombramiento de José Ignacio Munilla como Obispo de San Sebastián. A mí no me ha sorprendido que los políticos nacionalistas vean en este nombramiento un propósito de diluir y erradicar lo que ellos consideran que es la identidad vasca. Hace ya tiempo que logré entender que no se puede ser demócrata y a la vez nacionalista, si se aspira a imponer una particular y exclusiva concepción de la nación, si se piensa que "integrar" quiere decir "asimilar", pretender que todo ciudadano llegue a sentir y pensar lo que él siente y piensa. Para los herederos de Sabino Arana todo - la política, la cultura, la economía, el deporte, la ciencia y, por supuesto, hasta la religión- tiene que estar al servicio de la construcción nacional tal y como ellos la conciben. Para ellos sólo se puede ser vasco de verdad siendo como ellos. Si no eres nacionalista, o ellos sospechan que no lo eres, siempre serás un extraño en su nación vasca, un peligro para su construcción, contra el que es lícito cualquier método de descalificación. Por tanto, que vean en el nombramiento de José Ignacio Munilla -por cierto, mediante el mismo proceso con el que se nombró a José María Setién y a Juan María Uriarte sin que entonces se les oyera protestar por ello- un hecho inspirado por motivos políticos de índole antinacionalista, en vez de un hecho del Papa de índole exclusivamente religiosa y pastoral, sólo podría extrañar a quienes no perciben la verdadera naturaleza del nacionalismo.

Lo insólito ha sido la reacción de todos esos sacerdotes guipuzcoanos que han considerado oportuno y necesario descalificar públicamente a un hermano de sacerdocio, hasta el punto de considerarle indigno para ser su Obispo, con el argumento de que se va a quebrar la línea pastoral de la "iglesia guipuzcoana", línea que, según dicen, el nombrado evitó seguir cuando fue párroco de Zumárraga. Si los propios pastores del mermado rebaño católico en Guipúzcoa son capaces de llegar a una actuación tan grave con semejante justificación, sería como para pensar que en Guipúzcoa la Iglesia Católica ha dejado de serlo. Si ya el propio lenguaje de esos sacerdotes induce a pensar que no comprenden la profunda y radical diferencia entre una "iglesia guipuzcoana" y la "iglesia en Guipúzcoa", hay razones bastantes para la alarma.

En todo caso, el propio manifiesto de esos sacerdotes guipuzcoanos sirve para desmontar la tesis de los políticos nacionalistas sobre los verdaderos motivos que han podido llevar a la designación de José Ignacio Munilla. En efecto, ¿es razonable defender la continuidad de una línea pastoral que ha llevado a la iglesia católica en Guipúzcoa a la situación en que se encuentra?. ¿No es, precisamente, una nueva línea pastoral la que puede reconstituir la fortaleza de la Iglesia en esa diócesis? Los datos ya conocidos que definen la situación a día de hoy estremecen a cualquier creyente: una diócesis sin vocaciones, sin sacerdotes jóvenes, envejecida, donde el número de quienes se dicen católicos disminuye de forma acelerada y abrumadora, y aún más el de quienes son practicantes. ¿Puede entonces extrañar que el Papa nombre Obispo, no a alguien sugerido por los pastores anteriores, responsables del fracaso, o que formara parte de ellos, y sí a quien suscita la esperanza de que reconduzca esa situación, precisamente porque tenía y tiene una concepción pastoral diferente de la que impusieron sus antecesores? Más aún, ¿qué grado de autoridad moral y pastoral tienen esos sacerdotes para, con publicidad innecesaria e insólita, descalificar de antemano a quien el Papa considera idóneo para ser Obispo en Guipúzcoa? Debería al menos haber sido la conciencia del fracaso de su opción la que evitara una actitud que, lejos de resolver los gravísimos problemas que padece la diócesis guipuzcoana, dificulta su solución.

No se me oculta que muchos de esos problemas son también los de otras diócesis españolas y europeas. Pero es muy significativo, e invita a la reflexión, que sea precisamente en el País Vasco y en Cataluña donde los datos son peores, quizás porque todo nacional-catolicismo se opone a la esencia de la Iglesia Católica que es la universalidad. En las últimas décadas la jerarquía y el clero católico en Euskadi, sobre todo en Guipúzcoa, han estado mayoritariamente al lado del nacionalismo. Su discurso ha sido, o así ha sido percibido, más ideológico que espiritual, más preocupado por adaptar los postulados cristianos a los de la ideología dominante que por reiterar el valor permanente de los mismos. Es inevitable que una comunidad se secularice cuando el discurso religioso se seculariza, y deja de ser profético.

Aunque efectivamente sean diferentes la dimensión religiosa y la social en el hombre, en el origen y en la consolidación del Estado de derecho en los países democráticos han influido de manera significativa los valores y principios que defiende y representa el humanismo cristiano. La sociedad vasca necesita una regeneración moral y política, un nuevo modo de convivir, y a esa sanación puede contribuir una revitalización del cristianismo en Guipúzcoa. Por tanto, que José Ignacio Munilla acierte en el desempeño de su misión es algo que interesa a todos los ciudadanos vascos, creyentes o no.

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