EA libra una guerra fratricida
El partido se desmorona tras el varapalo electoral - La pugna entre el sector oficial y el crítico desata la mayor crisis interna y pone en peligro el futuro de las siglas
Eusko Alkartasuna (EA) se desmorona de forma irremisible tras el nefasto papel en las elecciones vascas. Su proyecto político corre el peligro de desaparecer. En el partido se ha declarado una guerra fratricida que ha permanecido semiescondida durante los últimos años y que ahora nadie se atreve a camuflar. Sin cabeza tras la dimisión de su presidente, Unai Ziarreta, víctima del varapalo recibido en las urnas, los dos sectores enfrentados, el oficial y el crítico, reabren las hostilidades a las puertas de un congreso extraordinario que deberá renovar la dirección y la estrategia política.
EA obtuvo 37.820 votos (el 3,68%) el 1-M, el peor resultado de su historia. Ha perdido seis de sus siete representantes en el Parlamento. A la pérdida de peso electoral se suma un preocupante desapego entre su militancia. Cuenta con algo más de 6.000 afiliados, la mitad de los 13.000 que tenía hace una década.
Irujo: "Los críticos han debilitado la organización. Esto es insostenible"
El partido tiene algo más de 6.000 afiliados, la mitad que en 1999
Rekondo: "Hay que hacer un esfuerzo sincero de integración"
La hostilidad interna se ha mantenido durante una década
Galdos asegura que los críticos no van a plantar batalla por la presidencia
La formación fundada por Carlos Garaikoetxea en 1986, tras una dolorosa escisión del PNV, ha terminado rota en dos pedazos. Por un lado, el sector oficial, que ha controlado las riendas del partido, y por otro, el crítico que encabeza el presidente de la ejecutiva guipuzcoana, Iñaki Galdos. Representan dos sensibilidades contrapuestas que no han conseguido limar asperezas en los diez años que llevan divididos.
"La situación interna es insostenible. Han tratado de debilitar la organización", afirma Mikel Irujo, europarlamentario y secretario de Organización, en alusión a la parte contraria. Lamenta que los estatutos de EA no contemplen, como ocurre en el PNV, por ejemplo, "sanciones por airear asuntos internos" que perjudiquen al partido.
El grado de enemistad existente se hizo muy visible durante la contienda electoral. El sector crítico se mantuvo agazapado durante toda la campaña, mirando al infinito mientras las huestes de Ziarreta se fajaban un mitin tras otro contra el PNV, sus socios naturales durante una década. Los discrepantes, erigidos ahora en revisionistas de las esencias del partido, apenas pisaron la arena electoral al no comulgar con las consignas electorales que se estaban lanzado. Dejaron a su presidente al albur de una contienda que ya veían perdida desde el principio. Sólo los más ilusos del partido, "por ceguera o por una pasión desmedida", apuntan en Guipúzcoa, preveían unos buenos resultados electorales. "Vamos a sacar seis o siete escaños", repetía el propio Ziarreta en campaña. En el flanco opuesto estaban convencidos de la tragedia que se avecinaba, y no daban más de dos escaños en sus quinielas.
Joxan Rekondo, ex alcalde Hernani y portavoz de EA en las Juntas Generales de Guipúzcoa, arrimado a la corriente crítica, ya ha hecho un diagnóstico de la derrota electoral: "La ruptura de la coalición nacionalista ha sido un error político de bulto y el cambio de discurso político para alejarse del centro y situarse en un extremo ha resultado fatal".
En la orilla contraria, Irujo reconoce que la dirección del partido no supo "ponderar los efectos de la polarización" y achaca parte del hundimiento electoral al "escaso tiempo para explicar las razones de ir en solitario" a los comicios. "El pecado es nuestro", admite. Pero justifica todas las decisiones adoptadas, tanto la ruptura con el PNV como el mensaje abiertamente radicalizado de la campaña, porque habían sido "respaldadas por una amplia mayoría" en sendos congresos de la formación.
No era el momento de "debilitar el frente común" formado por PNV-EA en las últimas citas electorales, sostiene Rekondo, ni conveniente abanderar un polo rupturista. "La política vasca necesita ensanchar el cauce central, distanciarse de las orillas, y no caer en la tentación de pescar votos de la izquierda abertzale. EA no tiene ningún parentesco con ese mundo", añade.
La necesidad de reconducir esta situación también es motivo de discordia. Los críticos reclaman una "rectificación" de la línea estratégica, mientras que la dirección prefiere abordar una "reorientación". Rekondo propone "hacer un esfuerzo sincero de integración, no en clave de poder interno, sino en torno a los valores fundacionales. Sólo así se recuperará la confianza mutua". Se trata de situarse en el tronco del nacionalismo histórico porque EA es que "en su día se planteó defender las esencias del nacionalismo histórico cuando el PNV las abandonó". Los principios fundaciones sitúan a EA como "un partido abierto, permeable a la sociedad y democratizador de lo antidemocrático" que había en el nacionalismo.
La separación entre las dos familias, que ahora parece irreversible, comenzó a fraguarse hace más de diez años, cuando el entonces presidente, Carlos Garaikoetxea, y su secretario general, Inaxio Oliveri, abrieron las hostilidades por la elaboración de las listas electorales y la exclusión en las mismas de la entonces diputada Jasone Iraragorri. Precisamente, en esta última campaña, Iraragorri se sumó a la plataforma Hemen Ibarretxe (Aquí Ibarretxe). La fractura interna abierta a mediados de 1986 se ha mantenido con altibajos hasta hoy y ha sido muy visible siempre que había que elegir al líder del partido. Begoña Errazti tuvo que combatir con los críticos en 1999 y 2003, y a Unai Ziarreta le sucedió lo mismo en diciembre de 2007.
EA no ha conseguido aunar las diferentes sensibilidades en un proyecto común. El congreso que aupó a Ziarreta fue bendecido como el de la "integración", pero la realidad ha demostrado que "las heridas siguen abiertas". "No hemos remado todos en la misma dirección", opina Irujo, en alusión a la escasa complicidad del grupo liderado por Galdos para sumarse al rumbo marcado por la cúpula.
Los reproches han estado, antes y después del 1-M, a la orden del día y han viajado en ambas direcciones. Los críticos acusaron a la ejecutiva nacional de condenarles al exilio interno por negar su participación en la confección de la plancha guipuzcoana. Primero colocaron como cabeza de lista por esta provincia al navarro Irujo, quien fue sustituido ante la contestación recibida por el profesor de la UPV Jesús Mari Larrazabal, a la postre su único parlamentario. Los seguidores de Galdos recibieron con más desagrado incluso la designación de este último, lo que precipitó su boicot en la campaña.
Desde las filas oficiales se ha llegado a insinuar que la corriente crítica alentó en Guipúzcoa el voto al PNV como castigo a la inflexibilidad mostrada por la dirección. En su defensa, los primeros aseguran que en municipios como Deba, Zumaia, Tolosa o Mondragón, de clara orientación oficial, la pérdida de votos sufrida por EA ha sido significativa.
"No vamos a plantar batalla" por lograr la presidencia, afirma Galdos, partidario de abordar "una profunda reflexión" que alumbre "un proyecto renovado, que cautive al electorado". En Guipúzcoa van a organizar una convención, en la que participarán 300 personas de diversa procedencia, para repensar el futuro del partido. Está por ver si EA acabará restañando sus heridas. De no ser así, algunos dirigentes ven claro el desenlace: formar una CiU vasca con el PNV o acabar en una versión guipuzcoana de la extinta Unidad Alavesa.
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